N° 33 enero - febrero 2004
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Por Julio Pazos
Ilustración: Esteban Garcés

Caprichos


El carácter sinuoso de los habitantes muy jóvenes de Costa, Sierra y Oriente se manifiesta en los modos de ejercitar el gusto. Insignificantes pueden parecer algunas ofertas de alimentos, sea por los lugares escogidos, sea por las horas, sea por la utilería, y sea también por lo principal, es decir, por quienes expenden y quienes consumen. Tajaditas de mango verde, rebanadas de limón y ciruelas verdes, empaquetadas en minúsculas fundas de polietileno, ocupan una bandeja de hierro enlozado de color blanco. Junto a las porciones, en otra funda se encuentra la sal refinada. De modo que el usuario pueda, con las yemas de los dedos, aderezar con sal los agrios bocados. Expuesta la mercancía en la bandeja que reposa sobre un endeble caballete de madera, espera el consumo. Los lugares seleccionados son, de preferencia, los que se abren junto a las jambas de las puertas de escuelas y colegios. También se sitúan en las aceras, a cierta distancia de las puertas principales de las instalaciones universitarias. No es raro encontrar estas ventas delante de coliseos y centros deportivos.

Las horas oportunas son las del medio día, aquellas que marcan el término de las clases de la mañana o las que preceden a la jornada de la tarde. Nunca son adecuadas las horas tempranas ni las del ocaso. Las edades de los clientes varían entre los diez y los diecisiete años. Hombres y mujeres en edades muy difíciles saborean esta combinación de agrio y salado, relación muy difícil de describir con palabras. La comparación más próxima de esta degustación puede ser la respuesta del gato que enfrenta a un perro, es decir, ese sibilante sonido que sale de la garganta y se filtra entre los dientes. Se supone que la condición sicológica de los jóvenes es similar a la de encuentro de lo agrio y lo salado, menos mal que esa condición es pasajera.

Los expendedores son personas muy jóvenes. Son mujeres que decidieron salir de las comunidades indias por razones diversas, entre ellas, la de ser madres solteras. Estas personas presentan su trenza sujeta con faja de hilo, brillantes collares de metal dorado y, en general, su indumentaria muy limpia. De igual modo mantienen a su crío, a quien vigilan con amor. De los años de agrio y sal los habitantes conservan ese gusto, ese capricho, ese como temblor de los músculos y como rasqueteo del alma. Quienes han pasado por esta prueba bien pueden tolerar cuanta incoherencia depara la fortuna, y las insólitas maromas que hacen los políticos.


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