N° 28 marzo - abril 2003
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Por Julio Pazos B.
Ilustración: Pancho Cordovez

El aroma de la carne asada


En ciudades grandes y chicas, la gente busca lugares para comer en medio de la mañana o al caer la tarde. No se trata de almuerzos ni meriendas, aunque, en ocasiones, bien pueden pasar estos alimentos especiales como aquellos que impone la rutina. Casi siempre esos lugares se iniciaron con iniciativas de amas de casa, viudas o esposas de maridos inútiles, que se propusieron resolver las finanzas venidas a menos. Esas señoras asumieron trabajos honorables, a partir de lo que sabían hacer, es decir, gastronomía tradicional. Por esto esos fabulosos puestos llevan nombres de personas: “La fritada de mama Trini”, “Los tamales de la cari Teresa”, “Las tortillas de mama Pancha”, “El escabeche de la señora Esther”, etc.

Cuando no ocurre la nominación de personas, los vecinos bautizan los puestos culinarios con los nombres de barrios y hasta de ciudades: “vamos a Ficoa”, “vamos a Sangolquí”, “vamos a los cuyes de Pelileo”, etc. De esta modalidad son las carnes asadas de San Joaquín o de Ricaurte, en los aledaños de Cuenca. Estas mismas carnes se expenden en algunos lugares del centro de la ciudad.

De hecho, la gente que acude a estas golosinas es la misma que soporta la tensión diaria del trabajo obligatorio y que acarrea el peso de la confusión del Estado y del mundo. Prolifera en el ambiente el mal gusto de los líderes, personas que en nombre del bien común hacen de las suyas. Líderes que no convencen a nadie, pero que se han incrustado en la otra cara de la vida, en la social. Es sorprendente advertir que, en el Ecuador, el habitante tiene dos personalidades, la social y la individual, las dos posiblemente en pugna. Ir a los puestos de apetitosos alimentos es una forma de relajamiento, de sosiego y hasta de recuperación del gusto de vivir.

La música de fondo puede ser el repertorio de Julio Jaramillo, sus canciones tienen que ver con drama pasional, que, como todos saben, a pesar del dolor que causa deja salir la emoción del primer beso, o la agradable vibración de la primera caricia. El humo de la brasa de eucalipto se filtra por puertas y ventanas, y deja suelto su aroma de bosque y de infancia. En la panilla, las carnes adobadas de res y de cerdo se doblegan y adquieren esa fina presencia de galleta muy adecuada para armonizar con los acompañamientos.

Las carnes van solas a la mesa, tal como se presentan el mote pillo, las habas tiernas, el choclo con queso, el ají con cebolla. Sin embargo, alguien prefiere las papas con cuero. “Qué va a tomar?”, dice el mesero. “Qué hay?”, pregunta el comensal. “Chicha de morocho por jarras, colas, cerveza, agua...”

Higos con queso es el postre. Abundante puede resultar esta comida, pero el usuario podrá bien comer lo que se le antoje, es decir, poco o casi nada, en este último caso entran los escogedores. Quien viaje a Cuenca puede disfrutar de la carne asada, esto es en los paréntesis que permita la visita a museos, templos y tiendas de la bella ciudad.



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