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Por María del Carmen Molestina
Foto Jorge Anhalzer / Visualfund

Corpus Christi

Danzantes de Corpus Christi en la provincia de Cotopaxi.

Las luminarias se colocaban en los balcones y aleros de templos, edificios públicos y casas privadas. Las fogatas, en las puertas de las viviendas, calles y plazas. Todos debían colocarlas, sin exceptuar persona alguna de cualquier estado, calidad y condición. En Guayaquil abundan las noticias que nos informan del uso, y hasta del abuso, de la luz en cualquier festividad y sobre todo en la del Corpus Christi.

Las luminarias y las fogatas llevaban implícitamente una fuerte connotación socio-económica. Alumbrar las fachadas de las casas con antorchas, candiles y sobre todo con velas, daba a entender a cualquier expectador que estaba ante el domicilio de una familia de posibilidades. Una fogata, por muy viva que fuera, no podía disimular la pobreza de sus moradores.

Elemento importante fue la música y el baile. Si las fiestas, por lo general, ayudaron a integrar en la vida urbana a la población, la música, en particular, contribuyó más que ningún otro elemento a ese fin.

Francisco Requena, en 1774, escribió de los campesinos de la Costa del Ecuador: “Por el baile que es la alegría más de su gusto, no tienen pereza. Caminan mal horquillados en sus caballos o encogidos en sus pequeñísimas canoas todo un día por ver en la campana sobre una piel de toro zapatear muy mal y con acciones deshonestas a personas de ambos sexos sin más incentivo que una ruin arpa. Así pasan toda la mañana y la tarde, y la noche pasan en danzas y borracheras, que acaban por lo general en alborotos”.

Así mismo, la música constituía parte integrante e imprescindible de las procesiones del Corpus Christi. Se ordenaba que las calles por donde ha de pasar la procesión las tengan limpias y enramadas.

En Quito los bailes del Corpus fueron una manifestación cultural en la que los elementos prehispánicos e hispánicos se entremezclaban, ya que se acostumbraba levantar altares en las casas principales o en las esquinas de las calles a lo largo del recorrido de la procesión, para depositar la Custodia que la llevaba el Obispo e incensar al Santísimo, cantarle himnos e interpretar bailes en su honor.

A lo largo del recorrido de la procesión también se levantaban arcos triunfales hechos de palmas y por lo general, en el lugar donde se encontraban los altares, se realizaban en el suelo toda una serie de decoraciones florales a manera de alfombras. Las cofradías jugaban un papel muy importante en la decoración de altares, arcos triunfales y alfombras. Los preparativos de la fiesta duraban varias semanas y eran una gran ocasión para que los diferentes estamentos sociales se mezclaran, todos con un único objetivo: decorar los senderos por donde pasaría el Santísimo.

En las fiestas del Corpus Christi participaban activamente hombres y mujeres, autoridades civiles y eclesiásticas, así como los gremios de artesanos.
No hay que olvidar la vestimenta: la gente lucía sus mejores galas y los campesinos que intervenían en los bailes se ponían para la ocasión vestimentas especiales constituídas por elementos de origen prehispánico e hispánico, muestra de lo cual todavía sobrevive en las provincias de Cotopaxi, Chimborazo y Tungurahua, con los famosos danzantes del Corpus.

Con la llegada de la República en el siglo XIX y con los gobiernos liberales, esta tradicional fiesta se prohibió en todo el territorio ecuatoriano. Desgraciadamente en ese entonces se interpretó estas manifestaciones culturales y religiosas como algo del pasado, impropio de la era del “progreso” y por supuesto, como un ejercicio del poder de los religiosos sobre el pueblo.

Es una lástima que a nombre del progreso, hoy en día no se valoren nuestras tradiciones y se adopten costumbres foráneas que no tienen ninguna significación cultural para nosotros. Sería muy importante que reavivemos y valoremos lo nuestro

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