Las
luminarias se colocaban en los balcones y aleros
de templos, edificios públicos y casas
privadas. Las fogatas, en las puertas de las
viviendas, calles y plazas. Todos debían
colocarlas, sin exceptuar persona alguna de
cualquier estado, calidad y condición.
En Guayaquil abundan las noticias que nos informan
del uso, y hasta del abuso, de la luz en cualquier
festividad y sobre todo en la del Corpus Christi.
Las luminarias y las fogatas llevaban implícitamente
una fuerte connotación socio-económica.
Alumbrar las fachadas de las casas con antorchas,
candiles y sobre todo con velas, daba a entender
a cualquier expectador que estaba ante el domicilio
de una familia de posibilidades. Una fogata,
por muy viva que fuera, no podía disimular
la pobreza de sus moradores.
Elemento importante fue la música y el
baile. Si las fiestas, por lo general, ayudaron
a integrar en la vida urbana a la población,
la música, en particular, contribuyó
más que ningún otro elemento a
ese fin.
Francisco Requena, en 1774, escribió
de los campesinos de la Costa del Ecuador: “Por
el baile que es la alegría más
de su gusto, no tienen pereza. Caminan mal horquillados
en sus caballos o encogidos en sus pequeñísimas
canoas todo un día por ver en la campana
sobre una piel de toro zapatear muy mal y con
acciones deshonestas a personas de ambos sexos
sin más incentivo que una ruin arpa.
Así pasan toda la mañana y la
tarde, y la noche pasan en danzas y borracheras,
que acaban por lo general en alborotos”.
Así mismo, la música constituía
parte integrante e imprescindible de las procesiones
del Corpus Christi. Se ordenaba que las calles
por donde ha de pasar la procesión las
tengan limpias y enramadas.
En Quito los bailes del Corpus fueron una manifestación
cultural en la que los elementos prehispánicos
e hispánicos se entremezclaban, ya que
se acostumbraba levantar altares en las casas
principales o en las esquinas de las calles
a lo largo del recorrido de la procesión,
para depositar la Custodia que la llevaba el
Obispo e incensar al Santísimo, cantarle
himnos e interpretar bailes en su honor.
A lo largo del recorrido de la procesión
también se levantaban arcos triunfales
hechos de palmas y por lo general, en el lugar
donde se encontraban los altares, se realizaban
en el suelo toda una serie de decoraciones florales
a manera de alfombras. Las cofradías
jugaban un papel muy importante en la decoración
de altares, arcos triunfales y alfombras. Los
preparativos de la fiesta duraban varias semanas
y eran una gran ocasión para que los
diferentes estamentos sociales se mezclaran,
todos con un único objetivo: decorar
los senderos por donde pasaría el Santísimo.
En las fiestas del Corpus Christi participaban
activamente hombres y mujeres, autoridades civiles
y eclesiásticas, así como los
gremios de artesanos.
No hay que olvidar la vestimenta: la gente lucía
sus mejores galas y los campesinos que intervenían
en los bailes se ponían para la ocasión
vestimentas especiales constituídas por
elementos de origen prehispánico e hispánico,
muestra de lo cual todavía sobrevive
en las provincias de Cotopaxi, Chimborazo y
Tungurahua, con los famosos danzantes del Corpus.
Con la llegada de la República en el
siglo XIX y con los gobiernos liberales, esta
tradicional fiesta se prohibió en todo
el territorio ecuatoriano. Desgraciadamente
en ese entonces se interpretó estas manifestaciones
culturales y religiosas como algo del pasado,
impropio de la era del “progreso”
y por supuesto, como un ejercicio del poder
de los religiosos sobre el pueblo.
Es una lástima que a nombre del progreso,
hoy en día no se valoren nuestras tradiciones
y se adopten costumbres foráneas que
no tienen ninguna significación cultural
para nosotros. Sería muy importante que
reavivemos y valoremos lo nuestro
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