Con María Juana, de cinco años de edad, Manuel Chicaiza espera que alguien se decida a comprar una de las dos ovejas con las que bajó de Salamala a la feria de Saquisilí. Es jueves y hace frío, pero María Juana está abrigada con un poncho colorido, viste medias gruesas y un sombrero. Además, el agua “de viejas” que toma con calma, le ayuda a aplacar ese acostumbrado frío. No es la primera vez que llega con su padre a la feria de ganado, una de las siete que se realizan en este cantón de Cotopaxi, ubicado a setenta kilómetros al sur de Quito.
“Cuando venimos a la feria salimos a las seis de la mañana”, comenta Manuel, sin perder de vista el mínimo intento de algún “interesado” en comprar su última oveja. La primera la vendió en noventa dólares y espera obtener lo mismo por la que queda.
Es cerca de las ocho de la mañana y Manuel aún espera concretar la venta, de lo contrario él y su hijita deberán regresar con la oveja a casa y esperar otro jueves para intentar venderla.
María Juana observa a los “interesados”, a los curiosos y a los turistas, a los choferes de camiones con ganado y a los de camionetas con rechazo de caña de azúcar.
En la plaza –que en realidad es un espacio abierto y sin forma de plaza– se escucha el ir y venir de compradores, vendedores y revendedores. Se ofrecen y se compran ovejas, alpacas, llamas, vicuñas y cerdos. Mientras se oye balar y gruñir a los cerdos se percibe el olor de la tripa mishqui, las tortillas de maíz y el pescado frito; también se escucha: “…en esta bella ciudad, le preparo al instante la bebida natural. Le pongo miel, le pongo limón. La puede tomar antes de las comidas, limpia el organismo y limpia el alma”, desde los puestos de venta ambulante de aguas medicinales y remedios naturales.
Aquí se quedan los animales de corral; a unos pasos están, en cambio, vacas, mulas, caballos y burros, donde la venta de un animal puede tardar más de una hora. Allí está doña María Martínez, quien bajó de Cochapamba con una vaconita de seis meses, por la cual pide cien dólares, “nada menos”. Así repite a quienes le preguntan el precio. Los compradores miran el porte, el pelaje y el color de los animales. Una pareja se detiene a ver la vacona de María; el hombre ofrece el animal a su esposa como regalo del Día de la Madre. Ella y la dueña de la vaca sonríen, pero la venta queda pendiente. A pocos metros del puesto de María está en disputa la venta de una vaca por 450 dólares. Dos compradores regatean el precio, pero no hay quién convenza al vendedor.
A este sitio han venido simultáneamente tres furgonetas con turistas extranjeros. Alfonso Quinga, conductor de turismo, explica que los meses que viaja con más frecuencia a Saquisilí son julio y agosto. Hoy, la feria es el cuarto destino del tour que empezó junto con seis turistas desde Cuenca, el sábado anterior.
Es un destino recomendado en las guías turísticas, afirma Margaret Zeps, de Oregón, Estados Unidos. Para la turista, que ha visitado también los mercados de Guatemala, los negocios que se realizan en las ferias ecuatorianas revelan que Ecuador es un país próspero. Le llama la atención que al realizar sus actividades, la gente conserva sus tradiciones y “están siempre alegres”.
Jean Jeke, de Bélgica, en cambio, se sorprende porque en su visita vio que las mujeres trabajan más que los hombres, pese a que son actividades duras. Jeke vino a Ecuador junto con su esposa; atraídos por lo que habían leído del país, de las ferias, del color de las vestimentas andinas, de la calidez de la gente y del clima, un día se dijeron “tenemos que ir allá” y llegaron, aunque este jueves una pequeña llovizna conspiró contra las buenas referencias del clima.
Para muchos, la presencia de turistas no es ajena, es parte del ambiente de la feria. Mientras Jeke y Zeps terminan su recorrido, otros turistas se dejan atraer por las herramientas y clavos que se colocan en la tierra para sujetar con soga a los animales y por los atados de alfalfa, la avena forrajera, el rechazo de banano y caña, que son alimentos para el ganado y que también se comercializan en el lugar, denominado oficialmente como plaza del Rastro.
Además de esta plaza, existen otras seis más, que en conjunto identifican a la feria de Saquisilí desde hace más de cien años.

La venta de animales: gallos y gallinas, pavos y patos, cuyes, conejos, gatos y perros es, por ejemplo, una de las características de la plaza Rocafuerte, más conocida como plaza de los muebles. Esto, porque antes lo que más se comercializaba en el lugar eran camas, cómodas, sillas, aparadores y más muebles de madera, que ahora han quedado relegados a una esquina de la plaza. Hoy, además de los animales y los muebles, la oferta incluye abarrotes, puertas y rejillas de metal, herramientas, e incluso artículos de medio uso como calculadoras, ollas, zapatos, llantas, televisores, lámparas, teclados, peluches y colchones.
Algo común que se encuentra aquí, como en las plazas Gran Colombia, 18 de Octubre y Kennedy, es la venta de frutas, verduras y legumbres. En esta última como en la Rocafuerte también se aprecian “las grandes ofertas del día”, que es como llaman los vendedores al remate de varios artículos, en medio de un círculo de posibles compradores y muchos curiosos. Hoy, uno de los espectadores “se hace acreedor” a un juego de hilos de varios colores, más agujas y tijeras por “el módico precio de un dólar”.
Antes, sin embargo, la particularidad de la plaza Kennedy era la venta de artículos de barro, que ahora son contados; mientras, la Gran Colombia ha logrado conservar su característica principal, la venta de papas, producto que da nombre a la plaza. Aquí se encuentra el tubérculo en todas sus variedades: chola, semi chola y súper chola, leona, esperanza, cecilia y la conocida como “fruit”, utilizada para hacer papas fritas. “Es extraño que se pueda comprar en un pueblo pequeño de otro país con mi misma moneda”, comenta en su idioma un turista “gringo” mientras observa la compra-venta de los quintales de papas. A pocos pasos, su compañera de viaje aprovecha para tomar fotos de los puestos de esteras, allí, en un rincón de la plaza, a donde los esposos Manuel y Rosa Yuccha llegan de Tanichuchí desde hace más de veinte años para venderlas.
A pesar de la oferta usual de un mercado de frutas y legumbres, la característica de la plaza 18 de Octubre –la plaza de ponchos– es la venta de telares, tejidos, artesanías y ponchos. Acá vienen indígenas de Otavalo y artistas de Ibarra y Quito. Llaman la atención de los turistas obras de arte como las de Carlos Contreras, quien ofrece pinturas de niños indígenas, paisajes andinos y coloridos animales en técnica mixta, repujados y acuarelas con relieves de harina de maíz. También destaca un espacio destinado a siete costureros, que con viejas máquinas hacen zurcidos, levantan bastas de pantalones, pegan cierres y hacen arreglos al instante a cualquier prenda de vestir. A sus 73 años de edad, Matías Llano Quilumba –quien llega desde Guaytacama– sigue trabajando con su máquina, como lo hace desde sus doce años. Ahora la vista le ha comenzado a afectar un poco –afirma–, pero es lo que sabe hacer y lo seguirá haciendo hasta cuando pueda.
Las plazas que restan por visitar son la de San Juan Bautista y la de Juan Montalvo, ambas también conocidas con otros nombres: la primera como la feria de la ropa y la de los zapatos. San Juan Bautista está ubicada donde antes se encontraba la piscina olímpica de la ciudad y el primer camal; allí están hoy los vendedores de pantalones, faldas, blusas, camisetas y sombreros, que antes vendían sus productos en la calle, cerca del parque central. Gabriel Cajas vende sombreros de paño desde seis dólares, los más económicos, hasta 65 dólares los de paño italiano.
En Juan Montalvo, la visita es corta porque la plaza es la más pequeña; algunos la conocen por ello como la plazuela. Aquí se ofrece calzado fabricado en Ambato, en su mayoría. La familia Chicaiza ha venido desde Cochapamba exclusivamente a comprar un par de zapatos a la hija menor. Recorren algunos puestos, observando y “haciéndole probar” a la niña los zapatos que más le gustan, eso sí, en color negro que es su favorito.
Para los habitantes del cantón, la feria es el motor económico. Es, además, la evidencia de una tradición cultural y de un modo de vida, que han subsistido por generaciones. Ana María Ronquillo recuerda que cuando era niña la plaza de ganado era donde hoy es la de animales de corral, conocida como la de muebles. Lo que viene a su memoria es el escape de animales, toros por ejemplo, y la alarma por la posibilidad de que se vuelva a repetir. Ese es un temor que conserva hasta hoy, aunque ya no viva allí desde hace más de cuarenta años.
La hora de inicio de la actividad económica se mantiene constante desde hace mucho tiempo. La gente empieza a llegar desde las cuatro de la madrugada, mientras otros indígenas y campesinos salen a la feria en camionetas o buses con sus animales o productos, desde Cochapamba, Canchagua, Guaytacama, Tanicuchí, Chantilín y Toacazo. Si la compra de ganado no se ha concretado hasta las nueve, como máximo, significa que deben regresar con lo que llegaron. A esta hora, en la feria de ganado quedan contadas personas y uno que otro camión empacando las compras del día o la venta que no se definió. No es raro ver algunos buses de regreso, cargados en sus techos con cerdos, ovejas, gallinas y otros animales entre forraje y productos alimenticios. Antes del medio día también la venta de papas, de artículos de barro, zapatos y ropa está por terminar; quedan solamente los puestos de frutas, legumbres y alimentos preparados.
También los turistas se han ido; solo unos pocos se pasean por las calles para terminar la visita. Antes, la feria se realizaba en las plazas y en las calles y la gente afirma que era más movida, más colorida, que había incluso más turistas. Desde hace un poco más de tres años la actividad se concentra únicamente en las plazas; sin embargo, los negocios también han crecido; hay más tiendas, panaderías, peluquerías, almacenes de ropa e incluso de venta de CD y DVD piratas. Y aunque por la reubicación de las ventas los jueves han cambiado un poco, la feria sigue siendo una tradición.
Los campesinos y agricultores que visitan otras plazas se llevan sus animales y productos para comercializarlos otro día; los turistas terminan su visita y dejan la feria en pos de nuevos destinos. Mientras tanto, en Saquisilí, el pueblo se prepara para empezar la semana, a la espera de un nuevo jueves