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no. 66
julio - agosto 2010

 

 

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Carta del editor

La realidad es compleja, con más vericuetos que su más barroca representación. Lo que percibimos no la agota, y los modelos ideológicos o científicos que desarrollamos para explicárnosla tiene sus límites.

¿Conocían, aquellos encargados de permitir la explotación petrolera en mar abierto, y luego aquellos responsables de esa operación en el golfo de México, los riesgos de que ocurra un derrame de gran magnitud, sus posibles consecuencias y la manera de contenerlo frente a esa eventualidad? Antes de operaciones como esta se asegura a los ciudadanos que sí, que los mecanismos legales establecidos y la “tecnología de punta” que se utilizará garantizan que no volverá a suceder lo que antes tantas veces. En nuestro editorial, Diego Lombeida repasa lo que salió mal en el golfo y reflexiona sobre las lecciones que nos debería dejar sobre la continuación del extractivismo en nuestro país.

En otro artículo, Gerard Coffey ofrece una mirada crítica al mayor proyecto de infraestructura de la historia del país –el Coca Codo Sinclair. Se asegura que traerá grandes beneficios –ahorrará dinero por importación y subsidio de combustibles, remplazará electricidad de origen fósil por energía limpia... Sin embargo, ¿se han tomado en cuenta para los cálculos –de una manera seria– otras variables que las financieras? ¿Son capaces los análisis de costo beneficio de incorporar aspectos que trasciendan el reduccionismo económico o el cálculo político? ¿Cuánto vale un paisaje emblemático? Aún cuando el proyecto resulte necesario, ¿se está haciendo todo lo posible para obtener el mayor beneficio con el menor daño? Se esperan respuestas que vayan más allá de la vacuidad de las cuñas o de arrogantes atribuciones de la Verdad.

Nada hay que humille más nuestros sentidos y certezas –enhorabuena– como confrontarlos con los ejemplos de mimetismo y camuflaje que nos proporciona la evolución. Los textos e imágnes de Kelly Swing nos muestran y explican los mecanismos tras estas asombrosas estrategias del mundo animal. Finalmente, Paulina Escobar se aparta de horarios y caminos frecuentados para traernos las vivencias de una madrugada de jueves en Saquisilí. Las ferias, espacio indispensable y cotidiano para tantos ecuatorianos, a algunos nos parecen realidades fuera de nuestro campo de experiencia.

Dejamos este ejemplar en sus manos seguros que encontrarán más cosas de las que pusimos, ojalá buenas, en la recreación que es el escrutinio de cualquier texto por su lector.

 

Correo

* Este es un espacio de diálogo. Envía tus opiniones o noticias a ecuadorterraincognita@yahoo.com. Por espacio o claridad, las cartas pueden ser editadas.

¿De dónde mismo es el arupo?

Me dirijo a ustedes con respecto al artículo "Quito Megadiverciudad", aparecido en la revista de mayo (no. 65). En él se dice que el arupo es un árbol introducido de Chile. A menos que estemos hablando de otro árbol al que se lo conozca como arupo, tengo entendido que este (Chionanthus pubescens) es nativo del Ecuador, encontrándose en forma natural en la provincia de Loja. He consultado el sitio web del Missouri Botanical Garden (www.mobot.org) para asegurarme, y en el Catálogo de Plantas Vasculares del Ecuador, bajo el subtítulo “Vegetación arbustiva del sur del Ecuador” se lee: “Algunas especies que son endémicas de este tipo de vegetación, especialmente Streptosolen jamesonii y Chionanthus pubescens, se cultivan con frecuencia en las ciudades del norte del Ecuador como plantas ornamentales”.

Si el artículo trata en parte sobre la revalorización de las especies nativas, se debería aclarar el origen de este árbol para que no haya confusiones. Claro está que el arupo no es un árbol nativo de la zona de Quito, que es sobre lo que trata el artículo, pero me parece importante explicar que no es una especie extranjera para el Ecuador.

Nicolás Peñafiel, Quito

Respuesta del autor: Como bien señala Nicolás Peñafiel y ya me lo había hecho notar Carlos Ruales, se comete un error al mencionar la procedencia chilena del arupo. En efecto, este bello árbol ornamental es de origen andino, procedente del sur de Ecuador y el norte de Perú, pero de ecosistemas claramente diferentes a los quiteños. Agradezco la contribución de ambos colegas para aclarar más sobre la identidad de la biodiversidad quiteña y su importancia.

Martín Bustamante, Finding Species


El sitio de los problemas ambientales


Excelente la iniciativa de hacer un especial sobre la sostenibilidad centrado en la ciudad de Quito (no. 65). Siempre que se habla de temas ambientales, se tiende a pensar en zonas rurales o silvestres como el espacio en que ocurren. La realidad es que la mayoría de problemas –incluso aquellos cuyos efectos se manifiestan en el campo o en la selva– se originan en las ciudades y en el comportamiento de sus habitantes. Igualmente, la mayoría de la población vive en ciudades, y los problemas de contaminación que ocurren allí son los que a más personas afectan. Felicitaciones por el enfoque, y ojalá dediquen más ediciones a otras ciudades del país, cada una con similares tribulaciones pero con detalles particulares.

Irene Márquez, Loja


¿Guangüiltagua o Gualgüitagua?

En las páginas 15, 22 y 28 de la revista no. 65, aparecen indistintamente Gualgüitagua, Guagüiltagua y Guanguiltagüa como nominación de la quebrada del Parque Metropolitano de Quito. Mi inquietud: ¿cuál es el verdadero nombre de la quebrada y cómo se escribe?

César Enrique Jácome, Quito

ETI: La escritura aceptada es Guangüiltagua, que en realidad denomina a toda la loma que ahora ocupa el parque. Mario Vásconez ensaya algunas hipótesis acerca de la procedencia de este nombre. Sugiere que viene de las voces kichwas kawana (mirador), wilka (sagrado), hawa o hata (techo o cielo) y tawa (cuatro), que forman la voz (ka)wan(a)wilk(a)(ha)ta(ta)wa. De ahí, sugiere que podría significar “mirador sagrado del cielo” o “mirador sagrado de las cuatro aguas” (por las cuatro quebradas que bajan de la loma). También observa que la última voz podría tratarse de hawar, hecho que dejaría el nombre como “mirador del sagrado jaguar”, una constelación asociada con el Quito precolombino. Agradecemos al licenciado Jácome por puntualizar nuestro error.


Nota

En la fotografía con que se abre el artículo "La biografía secreta de las aguas de Quito" (no. 65, páginas 10 y 11) se omitió involuntariamente el pie de foto. Se trata de la laguna de La Mica, en los páramos del Antisana.

 

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REVISTA 66