N° 60 - julio agosto 2009
 
 

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Inmensos camiones llamados "bañeras" cargan la basura de Quito en la estación de transferencia de Zámbiza para transportarla al nuevo botadero de El Inga. Foto: Jorge Anhalzer

Lo que devolvemos
AL PLANETA


por
Juan Freile

 

A principios de los noventa escuché en un noticiero radial que Alemania acababa de prohibir envases plásticos no retornables para el expendio de bebidas. En el segmento publicitario que siguió a la noticia, la Coca Cola anunciaba rimbombante la introducción del primer envase desechable del país. Recuerdo esta anécdota por lo curioso y contradictorio de la yuxtaposición, pero también porque con el tiempo ha venido a ilustrar para mí esa persistente incapacidad que hemos tenido de aprender de los errores ajenos. Con el novelero entusiasmo por la botella desechable, nos enganchábamos en la cultura del úselo-y-tírelo en que ahora estamos sumidos y que tantos problemas causa.

La producción de basura en otros países, en particular en los industrializados, es abrumadora. Según América Cero Basura, organización civil de los Estados Unidos, la cantidad de desperdicios que ese país genera cada año (entre 250 y 400 millones de toneladas) bien podría servir para edificar inmensas obras de infraestructura, rellenar varias veces los edificios más altos de sus metrópolis, o, si se alinearan las bolsas de basura, circunvalar la línea ecuatorial decenas de veces. En aquel país se llenan unos 63 mil camiones de desechos al día. En este raudal se incluyen 65 billones de latas de aluminio, 43 mil toneladas de comida, 49 millones de pañales desechables, 270 millones de llantas viejas y muchas otras cantidades igual de espeluznantes.

En América Latina producimos solo la mitad de desechos que los países industrializados. Sin embargo, esto no debería ser motivo de autocomplacencia. Apenas hace treinta años cada latinoamericano generaba menos de medio kilo de basura por día; ahora producimos 1,2. Los promedios engañan como siempre, y algunos contribuimos mucho más que otros. De igual forma, la composición de nuestra bolsa de basura casera ya no difiere mucho de la de una en Cataluña, salvo su mayor consumo de envases metálicos y papel y nuestra mayor generación de desperdicios orgánicos.

En lo que respecta a nuestro país, las estadísticas indican que en años recientes el consumo de materiales desechables se ha incrementado significativamente. Mientras en 1998 el plástico representaba un seis por ciento de la producción de basura de Quito, para 2003 ya llegó al diez por ciento. Lo preocupante es que en ese mismo lapso disminuyó en un porcentaje similar la producción de basura orgánica, sugiriendo que nuestro consumo se ha tornado más plástico que natural.

Esto lo confirma una visita a cualquier gran supermercado. En sus estanterías podemos encontrar: 6 388 botellas plásticas de-sechables; 14 878 envases tetrapack; 5 980 bandejas de espuma flex con carnes o pollos; 17 550 cubiertos, 12 125 platos y 13 440 vasos, todos desechables. No sería grave si toda esta basura permaneciera ahí, estática, pero es consumida a un ritmo frenético solo para ser reemplazada inmediatamente: el turnover que mueve nuestra economía. A esto hay que añadir las cifras de otro sinfín de productos alimenticios, medicinales e higiénicos copiosa y atractivamente empacados y enfundados que se expenden a diario.

 

Algunas recomendaciones

Evita el consumo de plásticos desechables; dile no al agua envasada, que casi nunca es de mejor calidad que la de las llaves • Utiliza canasto, saquillo o mochila para hacer tus compras; no uses bolsas plásticas • Las bebidas enlatadas, casi sin excepción, se pueden conseguir en envases retornables de vidrio. Prefiérelos • No uses vajilla desechable aunque tengas que lavar los platos después.


 

Gastamos miles de dólares en comprar aguas embotelladas, bebidas hidratantes, “jugos” de colores y tónicos energizantes. ¿Nos detenemos a pensar que sus envases irremediablemente van al basurero, cuando no directamente a la calle, quebrada, playa o la casa del vecino? ¿Hervir agua? Costumbre de antiguos. ¿Exprimir naranjas? ¡Una renombrada embotelladora mundial de refrescos se ufana de que todas sus botellas consumidas hasta hoy –de-sechables, sin duda– alineadas, alcanzarían para ir y regresar de la luna unas mil y pico de veces!

Pero no hace falta irse a la luna para mirar la suciedad de que nos rodeamos. Según estadísticas de la Empresa Metropolitana de Aseo de Quito (Emaseo), cada quiteño genera un promedio de 0,82 kilogramos diarios de desechos, sumando 1 877 toneladas entre todos y un espantoso total de 523 mil toneladas al año (datos de 2007). Y esta es solo la basura que transportan los camiones recolectores. Tan terrible como esto suena, cada uno de nosotros lleva sobre su espalda el pesado fardo de casi un kilo diario de basura, mucha de la cual podría no existir. Según proyecciones de Emaseo, la tendencia va para arriba. Estiman, por ejemplo, que para 2010 produciremos siquiera 2 mil toneladas diarias, eso sin contemplar la propensión a consumir cada vez más desechables.

Jaime Cabrera, técnico de Emaseo, explica que la basura de origen doméstico supera a aquella de las industrias, mercados, hospitales, barrido de calles y productores mayores (hoteles, restaurantes, centros comerciales, condominios). Esto nos pone frente a un problema de entera responsabilidad colectiva que, sin embargo, hacemos poco por remediar.

Lamentablemente, no existen datos precisos de cómo creció la montaña de basura, pero el sentido común nos indica que antes del boom petrolero era bastante menor –y sin duda el consumo orgánico primaba. Desde los setenta, nuestra producción de basura creció exponencialmente junto con los otros indicadores del desarrollo del país: el producto interno bruto, la deuda externa, la inequidad y la deforestación. En esta década, Emaseo reporta un aumento de seiscientas toneladas en el promedio diario desde 2000 hasta 2007. El alza ha sido constante, con la excepción del año de la dolarización que restó nuestra capacidad de consumo. Ese año disminuyó en 75 toneladas el promedio diario de basura. Luego, con la recuperación de la economía y el influjo de ingresos del petróleo y remesas, también se recuperó la generación de desechos.

La solución al problema de la basura hasta hace poco se limitaba a imponer multas y sanciones a los que ensuciaban las ciudades. En años recientes se ha desarrollado en Quito un sistema técnico de manejo de desechos de cierta forma adecuado y selectivo, que incluye un relleno sanitario y el manejo especial de basuras tóxicas o escombros. No obstante, ningún sistema de manejo de basura, por eficiente y tecnificado que sea, soluciona el verdadero problema: la masiva producción ligada a nuestros crecientes patrones de consumo. Tanto el sistema de multas como el del manejo técnico responden a una política de cómo esconder mejor nuestra suciedad, pero no resuelven su generación. Mientras mantengamos el vertiginoso consumo no dejaremos de tener un problema inmanejable enfrente.

Para lograr revertir el aumento de generación de desechos se necesita decisión política visionaria y trabajar en educación, en la creación de una conciencia personal y colectiva, y salir de la lógica de la remediación.

La experiencia de otros países –no necesariamente “primermundistas”– podría servir para marcar nuestras pautas. Prohibición o restricción al uso de bolsas plásticas o de botellas desechables, como en Somalia, China, India o Irlanda; altos impuestos a la producción de basura, como en algunos países norafricanos; responsabilidad del fabricante de un producto por su tratamiento y disposición final, son algunas alternativas. Pero no son las únicas. Necesitamos transformaciones culturales que nos permitan disminuir radicalmente los desechos que producimos. ¿Es posible?

Otra vez, podríamos volver nuestra mirada donde no solemos hacerlo: a los sectores populares. Es que la producción de basura está directamente relacionada con el nivel de ingreso y la incorporación a la cultura del consumo. Pero no es únicamente que la gente no produce basura porque no puede solventarlo, sino que están surgiendo interesantes iniciativas comunitarias alrededor del tema de la basura que no se avizoran entre sectores más pudientes (y más responsables del problema).

Tomate. Foto: Pilar Cáceres
Botellas. Foto: Pilar Cáceres


Rogelio Simbaña, de la comuna Tola Chica de Tumbaco, por ejemplo, con cuarenta dólares, mucho ingenio y material recogido en zaguanes y calles, convirtió 35 botellas plásticas de tres litros, cincuenta envases tetrapack y más de setecientas bolsas plásticas en un calentador solar de agua. Lo que para otros es basura destinada al botadero, para Rogelio es recurso. Él no es el único. Al otro lado del Ilaló, el Taller Infantil Escaleritas lleva más de cinco años de acopiar desechos inorgánicos para fabricar materiales didácticos y lúdicos con sus guaguas. Ellos y ellas, en la candidez de sus tres o cuatro años, explican a sus padres la importancia de sustituir el jugo de botella por las naranjas exprimidas o los cachitos de funda por fruta lavada.

“Aprovechar lo que otros consideran basura, por ahí va la cosa”, comenta Washington Portilla, vendedor de Bon-ice en el Comité del Pueblo. Washington sabe que las envolturas de las doscientas unidades que vende en un día terminan en un tacho de basura o en las calles. “Les explico a mis clientes”, dice, “dónde deben poner la basura”. Alguna vez, en sus tiempos libres, colectó botellas desechables para fabricar escobas. Esto es lo que hacen algunas miembros del Frente de Mujeres Unión y Progreso, del mismo Comité del Pueblo. Las fabrican para vendérselas a sus vecinos y a la administración zonal del municipio quiteño. Las señoras del Frente llevan bien puesta la camiseta de su barrio. Escoba en mano, tres o cuatro de ellas empezaron a limpiar la avenida Juan Molineros; ahora son más de treinta vecinas las involucradas. Alrededor de esta actividad comparten lo que aprendieron sobre manejo de desechos, reciclaje y separación de basura, los problemas del consumo desechable y las alternativas que existen con cuantas organizaciones vecinas quieran oírles.

Unos pocos kilómetros al suroriente, 250 personas congregadas en la Asociación Artesanal Vida Nueva hurgan las toneladas de basura que llegan a la estación de transferencia de Zámbiza. A este antiguo botadero quiteño, ahora rellenado, arriban cada día los camiones recolectores. Ahí se carga su contenido en una veintena de inmensos camiones llamados bañeras, cada uno con veinticinco toneladas, hacia el relleno sanitario de El Inga, en la vía Pifo-Sangolquí. En el ínterin, los recicladores de Vida Nueva rescatan lo que otros desecharon: cartones, vidrios, plásticos, papel, para acopiarlo y venderlo a la todavía incipiente industria del reciclaje. Doña Marcia Clavón, vecina de la estación de transferencia, hace lo mismo por iniciativa propia. Ella se queja de que del reciclaje ya no se puede vivir, pues los precios cayeron y los materiales escasean. En la cadena del reciclaje, los que menos ganan son los que hurgan la basura.

 

Más recomendaciones

¿Realmente necesitas la bolsa que contiene a la funda que envuelve a la caja que guarda el empaque donde está el producto que adquiriste? • Busca las opciones más amigables con el ambiente; la misma leche que compras en tetrapack la puedes conseguir en otras presentaciones • Come sano; ¡aliméntate de frutas y verduras frescas! • Gasta un poquito más en pilas recargables y un cargador, que a la larga sale más barato; las pilas desechables son una peligrosa fuente de contaminación del agua • Separa la basura orgánica para utilizarla como abono o dársela a algún vecino que produzca compost.

 

Realidades como estas nos llevan a mirar con suspicacia la promoción del reciclaje como solución. Por un lado, el reciclaje sustenta las escuálidas economías de cientos de familias empujadas a la ingrata tarea de revolver lo que los demás arrojamos. Esto incluye a las personas que en nuestras ciudades rescatan materiales de los amontonamientos de basura en veredas y calles. Por otro lado, el reciclaje se convierte en un discurso que aplaca nuestras malas conciencias pero que no soluciona el problema de fondo. Al contrario, puede fomentar el consumo, al hacernos creer que no hay problema con usar esos productos. Un ejemplo es el ubicuo ícono de “reciclable” que encontramos en los más variados productos, pretendiendo asociarlos con la idea de “reciclado”, burlándose de las preocupaciones ambientales del público. Incluso los productos efectivamente reciclados, que tienen de bueno que usan recursos que de otro modo serían basura, tienen de malo que usualmente necesitan altísimas cantidades de energía y de agua en sus procesos. El reciclaje, aunque ocurriera en porcentajes mucho más altos de los reales en el país, no es una solución verdadera al consumo desmesurado.

¿No sería mejor que disminuyamos, a la mitad al menos, la basura que generamos? Solo con acciones concertadas entre las autoridades –implementando drásticas y urgentes políticas– y cada uno de los ciudadanos –cambiando nuestros hábitos cotidianos– podremos frenar al monstruo de la basura


Supermercados, templos del consumo. Foto: Pilar Cáceres


* Juan Friele
es biólogo y agroecólogo asociado a la Red de Guardianes de Semillas, la fundación Numashir y la comuna Tola Chica.
jfreileo@yahoo.com


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