N° 57 - enero febrero 2009
 
 
 
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Pescando el futuro
RESERVA MARINA GALERA SAN FRANCISCO


por Marisol Ayala*

Los guayacanes florecidos nos recibían iluminando el paisaje de bosque seco. Sus flores amarillas alegraban el cielo tristón, y las que ya habían caído formaban una alfombra brillante alrededor de sus troncos. Mi esposo recordaba emocionado el otoño europeo de su niñez, mientras recorríamos “mis” tierras ecuatorianas del sur de Esmeraldas.

Son ocho años desde la primera vez que transité por la vía Tonchigüe-Cabo San Francisco. Era el 2000, e íbamos en una ranchera por la carretera duramente maltratada por el fenómeno de El Niño. Xavier Cisneros y yo nos quedaríamos por un mes y medio para hacer una evaluación ecológica marina coordinada por el ECOLAP de la Universidad San Francisco y la Fundación Ecociencia con el objetivo de iniciar un proceso de conservación marina. Visitamos las diferentes caletas pesqueras recopilando información de los pescadores acerca de sus faenas. La otra parte del equipo, Soledad Luna y Chichi Terán, buceaban y documentaban la diversidad de la zona.

Quién diría que regresaría, después de tanto tiempo, para la declaratoria de la Reserva Marina Galera San Francisco. Cuando mi trabajo en la zona acabó, me inundó la desilusión, pues el proyecto no continuó y la declaración de un área protegida en la zona parecía fracasada. ¡Qué vergüenza que sentía con la gente local! Habíamos hecho tantas entrevistas, nos habíamos comprometido a trabajar con ellos en el futuro y, de repente, se acabaron los fondos y parecía que todo quedaba en el olvido. Nos sucedía lo que siempre habíamos criticado: nuestras promesas, como tantas de las que los ecuatorianos recibimos de políticos, instituciones de desarrollo gubernamentales y no gubernamentales, serían incumplidas.

Pero esta mañana, las flores amarillas me devolvían la esperanza. Cuando avanzábamos desde punta Galera hacia el sur y la carretera se iba haciendo más angosta, una gran curva nos fue descubriendo la gloriosa vista de acantilados y rocas en la pequeña bahía de Estero del Plátano. Nos acercábamos a Quingue.

El patio de la escuela de Quingue reunía a pobladores locales, entre ellos artesanos y representantes de los pescadores. Estaban presentes distintas autoridades locales de la península y representantes del municipio de Muisne. También había gente de Quito, como algunos conservacionistas, miembros de las organizaciones propulsoras del proyecto, como el Instituto Nazca de Investigaciones Marinas, Conservación Internacional, The Nature Conservancy, y la ministra del Ambiente, Marcela Aguiñaga, acompañados de reporteros de prensa y televisión.

Reconocí a varios pescadores; entre ellos a Daniel Ulloa, que ahora es el Teniente Político de Galera; a don Primitivo Proaño, representante de los pescadores de cabo San Francisco, y al infaltable Raúl Gudiño, de Caimito. También estaba Vidal Mina, de Galera, que, como periodista comunitario, registraba con su grabadora uno por uno los discursos de las autoridades.


La historia de estas costas

Raúl Gudiño es un argentino de cabello blanco que vive más de veinte años en la zona y que sabe muy bien cómo captar la atención con sus historias. Cuando lo conocí, sentí mucha simpatía, pero no sin cierta ambivalencia. Por sus relatos me enteré de cómo había sido la vida de ese mar, cuya vista me deleitaba cada día mientras trabajaba en Quingue y Caimito. Raúl es un buzo retirado que hace mucho tiempo se ganaba la vida arreglando plataformas petroleras en mares árabes. Nunca entendí bien qué azares lo trajeron al Ecuador, pero llegó a la zona de Galera en búsqueda de un tesoro submarino: el coral negro. Según él mismo cuenta, se sumergía conectado a un compresor a través de una manguera. Con su sierra, Raúl “talaba” el bosque submarino de las costas rocosas de la península. Hoy casi ya no queda coral negro. Pero la vida da vueltas, y Raúl ha sido uno de los principales promotores de la reserva que se declaraba esa mañana.

Estas costas son el hogar de tortugas y langostas, de muchos peces de valor comercial como el pargo, el jurel, la corvina, y el hospedaje temporal de las ballenas jorobadas que cada año vienen desde el sur para aparearse y reproducirse. En tiempo de aguaje, la marea descubre las rocas donde viven jaibas y cangrejos, pepinos, erizos, churos y un sinnúmero de invertebrados marinos. Es el tiempo en que mujeres y niños salen con un gancho de alambre en búsqueda de pulpos que se esconden en huecos; si tienen suerte disfrutarán de un delicioso cebiche.

Según cuenta la gente, ya no es fácil encontrar pulpos grandes como antes (ver ETI, no. 16). Ahora tienen que buscar por varias horas y cada vez se conforman con los de menor tamaño, que con las justas habrán llegado a una edad reproductora, comprometiendo el reemplazo de la población. La suerte de la langosta no es mejor. Los mayores se acuerdan de las noches en que caminaban con antorcha en mano para coger langostas entre las rocas. Tanto ha disminuido este apreciado crustáceo, que ahora los pescadores necesitan colocar redes a gran distancia de la costa para, si son afortunados, capturar algunos individuos adultos.

La historia se repite para casi todas las especies… aquí, como a lo largo de la costa ecuatoriana y en todo el mundo. La sobrepesca es el mal común. No se sabe con certeza cuál es el efecto de la pesca artesanal en esta península, pero ya casi no se ven bonguitos de madera a remo. Las lanchas y las fibras con motores fuera de borda los han reemplazado, pues la pesca se encuentra cada vez más lejos de la playa. Y en estos ocho años la situación no ha mejorado, sino lo contrario. Los barcos pesqueros de otras localidades se pasean a lo largo de la costa con sus grandes redes, ante la impotencia de los pescadores locales.

 


Con la camisa puesta

En la ceremonia de declaratoria pude identificar a varias personas que estuvieron involucradas cuando yo trabajaba en la zona, pero muchas eran caras nuevas. Algunos llevaban puesta una camiseta blanca con un pulpo en el centro y las palabras “Reserva Marina Galera San Francisco”. Con el ritmo de la canción de Juanes, Mónica Luna, el resto del comité de gestión de la reserva y varios niños cantaban:

Tengo la camisa puesta,
hoy el mar está en peligro,
tengo en mi alma una pena
y es por falta de manejo.

Los pepinos van a Japón
y las aletas a China;
de lejos se aprovechan
y mi mesa esta vacía.

(…)

Tengo, tengo la camisa puesta
por el mar que es el futuro,
y por fin sentí en el alma
que mejora nuestro rumbo.

Come on, come on, baby
Ahora el mar está arriba,
tengo la camisa puesta
de la reserva marina.

Me di cuenta que el que yo me hubiera desilusionado no significaba que nadie haya continuado en el empeño; tan cierto como que hoy el Ministerio del Ambiente declaraba la reserva marina como respuesta a la solicitud de los mismos pescadores de la península. Suele ocurrir que las áreas protegidas generen fuertes reacciones en los lugareños, por las restricciones que conllevan. Sin embargo, la idea de esta reserva marina trajo esperanzas de desarrollo a estas poblaciones desatendidas por el estado.

Soledad Luna, de Nazca, la institución que retomó el esfuerzo, comenta que los pescadores artesanales apostaron por la reserva con varias expectativas: participación en el manejo de la zona; recuperación de la actividad pesquera artesanal a través del control a la pesca industrial; control de la piratería durante las faenas pesqueras; incremento de turismo en la zona; mejoramiento de la calidad de vida… Si estas se cumplen, la declaratoria habrá cambiado el futuro de los habitantes de la zona, pero no son sencillas de alcanzar. Implican procesos a largo plazo que requieren de los pobladores medidas de manejo y autocontrol. Además, se necesita determinación, paciencia, compromiso, constancia y disponibilidad para ceder y llegar a acuerdos entre todos los interesados, que son muchos y variados: pescadores artesanales e industriales, los sectores turístico y ambientalista; el municipio de Muisne; organizaciones nacionales e internacionales y el gobierno, a través de los ministerios del Ambiente, Agricultura y Pesca, Turismo y Defensa.

Ocho años han pasado desde la primera vez que estuve en esta península. Como visitante que llegaba desde la capital quedé fascinada por el paisaje, por las historias que contaban los pescadores, y entristecida por la sobrepesca y por la dura realidad de la costa esmeraldeña. En fin, con la cabeza llena de sueños.

¿Qué pasará con la Reserva Marina Galera San Francisco y las poblaciones de la península? Lo sabremos con el tiempo, pero la “rueda no gira por sí sola”; necesita de convicción y determinación de personas e instituciones. Por lo pronto, queda la esperanza de que los niños y niñas que cantaban Tengo la camisa puesta, y sus hijos, continúen su vida con mejores oportunidades, y que en cada aguaje puedan recorrer las costas rocosas, con ilusión de que regresarán a su casa con pulpos y langostas

*Marisol Ayala es bióloga, especializada en educación y comunicación ambiental. solitayala@gmail.com

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