N° 51 Enero - diciembre 2008
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Ilustración Carolina Proaño y Walter Rossit
A la derecha Rhachomyces venustus. A la izquierda Rhachomyces philontus

Un secreto a flor de piel

Texto Carolina Proaño y Álvaro Barragán

Los bosques nublados albergan seres de todos los tamaños, evidentes e invisibles. Las rocas están cubiertas con alfombras de musgos y liquenes, y los inmensos árboles están repletos de bromelias y orquídeas visitadas diariamente por aves coloridas. En la orilla de los riachuelos se escucha cantar a los sapos y se conoce bastante bien a los mamíferos de estos bosques. Pero ¿qué hay de los insectos? ¿Qué sucede con esos pequeños seres que suelen pasar desapercibidos? Pues en realidad sobre este grupo sabemos muy poco, sobre todo por su abundancia y diversidad. Menos aún conocemos de unos pequeños y fascinantes hongos que viven en su tegumento.

Cada insecto lleva su propio atuendo. Algunos han evolucionado hasta parecer hojas, rocas, flores u otros animales. Otros, en cambio, se han “vestido” con hongos de diseños variados, algunos imperceptibles al ojo humano, y que forman con cada insecto complejos sistemas biológicos que apenas empezamos a descubrir. Tales hongos se llaman “laboulbeniales” y son parásitos externos y obligados que completan todo su ciclo vital sobre el insecto vivo. Su desarrollo está influenciado por los hábitos del animal que han escogido parasitar, para el cual, en realidad, son casi totalmente inofensivos (existen hongos patógenos de insectos que pueden ser utilizados para controlar plagas agrícolas). Quizá por esa característica “inofensiva”, los laboulbeniales son el grupo de hongos parasíticos de insectos más diverso: más de dos mil especies conocidas en todo el mundo.

 

 


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