Mientras
esperaba a Ángel Gende, representante
de los tsachilas ante la Confederación
de Nacionalidades Indígenas del Ecuador,
para una entrevista, me di cuenta que, pese
a la clara imagen que tenía de ellos
y lo renombrado de su cultura, nunca había
visto a un tsachila en persona. Me preguntaba
cómo sería él. Hasta ese
momento solo había podido ubicarlo a
través de su teléfono celular
y me inquietaba saber cuánto quedaba
aún de esa cultura, si salvo por ese
“occidentalizado detalle” todavía
pintaba su cabello con achote o llevaba alguna
vestimenta tradicional que lo distinguiera.
Debo admitir que durante nuestro encuentro,
en el primer momento me sentí algo desilusionado.
Definitivamente, después de leer tantos
libros y buscar retratos me había elaborado
una imagen demasiado histórica. Ángel
era un hombre más bien joven, de contextura
atlética. Llevaba lentes y vestía
ropa común y corriente. Su cabello lucia
el popular corte hongo, mucho más estilizado
que lo que había observado en fotografías
de archivo donde los hombres mostraban casi
rapados los costados de su cabeza. Llegó
acompañado de toda su familia, todos
ellos sin ningún rasgo cultural. A veces
solo les delataba su acento.
En ese primer momento parecía claro que
los actuales “indios Colorados”,
como los bautizaron los conquistadores españoles
porque pintaban su cuerpo y cabellos de rojo,
al igual que la mayoría de nuestras etnias,
hacía mucho tiempo que dejaron solo en
los libros, que otros escribieron, gran parte
de cientos de años de cultura y conocimientos
invaluabies.
Entre aquellos secretos se encuentra el conocimiento
de su origen. Actualmente una trama de conjeturas
que escapa incluso a la conciencia de ellos
mismos.
“No existe una versión muy clara
sobre el origen de nuestro pueblo ‘, dice
Ángel. “Eso ha sido una de las
cosas difíciles entre nosotros mismos.
Pero aquello tiene una explicación lógica.
Nuestra biblioteca, nuestros ancianos, fallecieron
hace unos 90 o 100 años de manera trágica
por enfermedades como la viruela. Quizá
podamos entender de esa manera el porqué
no se pudo trasmitir nuestro origen a las nuevas
generaciones. Algunos solo se acuerdan de un
lugar llamado Cocaniguas, que probablemente
se encontraba alrededor de lo que ahora es Alluriquín
y Tandapi.”
Por su lengua, el Tsa fiqui, muy similar a la
de los Chachis, y algunas costumbres culturales,
los investigadores presumen que descienden de
la cultura Chibcha, que originalmente estuvo
dispersa en casi todo lo que es Colombia.
Entre tantas costumbres olvidadas, me interesaba
en particular aquellas que él más
añoraba.
“Cuando no existía la televisión,
no había la radio, ni todo eso. Entonces,
nos reuníamos toda la familia luego de
la merienda, golpe de siete u ocho de la noche
y mi abuelita se ponía a contarnos un
cuento. Eso era para mí muy interesante,
porque era la manera en que nos transmitían
nuestras vivencias culturales. No eran cuentos
por contar sino que eran historias que te hacían
reflexionar era una especie de socialización.
A través de estos cuentos te enseñaban
cómo comportarte, qué cosas eran
buenas y malas. Te condicionaban una forma de
vida.
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el artículo completo en la edición
No 5
de ECUADOR TERRA
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