Un
gigantesco hongo de vapor y ceniza había
paralizado a Quito. Hacia el occidente se erguía
este monstruo que ratificaba la presencia, por
años olvidada, de un vecino al que pocos
habían visto como una amenaza. La llamada
de atención se dio en un escenario perfecto,
un cielo azul, el sol recién salido por
el oriente y la gente apenas empezando su día.
¿Cuantas personas de cualquier ciudad
del mundo son conscientes del poder y la belleza
de la naturaleza?
Sin duda la explosión producida por el
Guagua Pichincha aquel 7 de octubre fue un fenómeno
inusual para las personas de cualquier época,
y más aún para las de nuestro
tiempo.
Cuando era estudiante descendí al cráter
de este volcán. Caminé desde el
poblado de Lloa cruzando los extensos cultivos
y páramos que anteceden al arenal. El
refugio ofrecía todas las comodidades
que cualquier excursionista podría desear.
Un camino permitía acceder al lugar en
un vehículo todo terreno. El ascenso
al borde del cráter, desde el refugio,
se realizaba en menos de 45 minutos. El descenso
al cráter se podía hacer en una
o dos horas. Acampar en este lugar se convertía
en un gran recuerdo para cualquiera, ascender
al cono de ceniza, visitar la conocida “fumarola
de Dante” así como sentir la salida
del sulfuroso vapor de cualquier pequeña
fumarola, donde se calentaba uno las manos.
El micro clima del cráter además
permitía la existencia de raras y hermosas
plantas. Por el lugar donde hoy descienden las
rocas de las erupciones hacia el río
Cristal, antes descendía un arroyo donde
se mezclaban el agua fría de la montaña
con las hirvientes aguas del cráter,
formando pequeñas piscinas con la temperatura
ideal para un delicioso baño entre la
niebla. Para todos los que alguna vez realizaron
esta excursión, la explosión del
volcán Guagua Pichincha seguramente constituyó
un hermoso complemento a esas memorias.
Es triste que solo con sucesos tan grandes,
la humanidad voltee su mirada a la naturaleza.
Estamos rodeados de fenómenos que, con
un poco de observación, nos ayudan no
solo a entender la naturaleza, sino también
a conocer nuestro lugar en este planeta.
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el artículo completo en la edición
No 5
de ECUADOR TERRA
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