N° 49 Septiembre - octubre 2007
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Foto Murray Cooper
La presencia de macroinvertebrados es un indicador bastante apropiado para conocer el estado de salud de las fuentes de agua a las que se asocian. La foto corresponde a una araña distribuida en nuestro territorio, incluso la biodiversa cordillera Real Oriental.

Cordillera Real Oriental

Texto Luis Germán Naranjo

El flanco este de la cordillera Real Oriental, que va desde el macizo colombiano hasta la depresión de Huancabamba, en el norte del Perú, ocupa más de nueve millones de hectáreas y circunda la gran cuenca amazónica. La topografía de esta puerta del Amazonas es muy escarpada, con grandes serranías separadas por profundos cañones, valles aluviales de montaña y nevados que custodian la divisoria de aguas.

Esta región –67% de cuya superficie corresponde al Ecuador, 21% al Perú y el resto a Colombia– estuvo custodiada durante siglos por pueblos indígenas ancestrales hasta la década de 1960, cuando las políticas de desarrollo y la dinámica social de los tres países abrieron frentes de colonización hacia la cuenca amazónica. Pese a ello, la cordillera Real es todavía una de las últimas grandes fronteras del avance de la modernidad en América del Sur: cerca del 70% de su superficie sigue cubierta por ecosistemas naturales poco perturbados. Situación que podría cambiar durante los próximos años.
La cordillera se interpone a las masas de aire húmedo y caliente que llegan de la planicie amazónica. Y en la tarde, cuando el sol se dirige hacia el océano Pacífico, densos bancos de neblina son arrastrados hasta sus altas cumbres, en donde generan lluvias constantes y abundantes: algunos sectores de estas montañas tienen promedios anuales de precipitación superiores a los 5 mil milímetros.

Mucha de esta agua se acumula en los glaciares de nevados como el Cotopaxi, el Cayambe o el Chimborazo, en volcanes de la cordillera Real como el Sumaco y el Reventador, y en las numerosas lagunas de los páramos y bosques húmedos que los circundan. De allí se distribuye a una densa red hidrográfica que incluye ríos como el Caquetá, Putumayo, Pastaza, Napo, Ucayali, Santiago y Chinchipe.

Pero no solo el abundante tránsito del agua, sino la historia geológica y biológica de esta vasta región es fascinante. Allí confluyen elementos biológicos de la planicie costera del Pacífico, de las montañas andinas y de la planicie amazónica. En la cordillera Real hay 21 regiones biogeográficas y 30 tipos de ecosistemas, desde páramos húmedos y bosques nublados hasta selvas de zonas bajas e incluso parches de zonas áridas en sectores de poca lluvia. En esta enorme variedad de paisajes vive la mayor riqueza de especies de los Andes del Norte, y quizá de toda Suramérica, en relación con su área. Aunque los inventarios son todavía incompletos, se conoce la existencia de más de 140 especies de anfibios (61 endémicas), 1 145 de aves (117 endémicas), más de 250 de mamíferos y 7 mil de plantas vasculares. En esta vertiente de los Andes se encuentran además los mayores bloques de hábitat continuo para animales emblemáticos y amenazados, como el oso andino y la danta de montaña.

Así como es un lugar de confluencia para miles de especies de flora y fauna, la cordillera Real Oriental también ha sido el punto de encuentro de civilizaciones indígenas amazónicas y andinas que han vivido dispersas a lo largo de este enorme territorio. Desde hace casi tres mil años, grupos indígenas como los kamëntsá, inga, cofán, quillacinga, sucumbíos, siona, koreguaje, witoto, muinane, kichwa, waorani, shuar, achuar y zápara, entre otros, consolidaron en estas montañas sistemas de organización muy elaborados y complejos lingüísticos de gran eficacia social, económica y ambiental.

A pesar de sus singularidades culturales, muchos de estos pueblos comparten su conocimiento de la diversidad de plantas medicinales y mágico-religiosas de estas montañas, alrededor de las cuales han construido sus sistemas de representación y cosmovisiones. Por ejemplo, desde el valle del Sibundoy en el extremo norte de la cordillera, hasta la cordillera del Cóndor en el sur, distintos pueblos fundamentan sus sistemas de conocimiento en su relación con el “bejuco del alma”, conocido alternativamente como yagé, ayahuasca o natem (Banisteriopsis caapi). Con el yagé los indígenas mantienen conexiones entre los mundos terrenal y espiritual, conocen el destino, permiten el paso del alma de un difunto a otro mundo, previenen los males y curan enfermedades. Con el bejuco del alma los médicos indígenas establecen contacto con los espíritus y leen las visiones producidas por las plantas, para mediar entre la amenaza de las fuerzas sobrenaturales y la comunidad.

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