N° 47 Mayo - junio 2007
SECCIONES

inicio
archivo
suscripción
quiénes somos
índice
segmentos fijos


ÚLTIMO NÚMERO

contenido


CLUB DE
SUSCRIPTORES


suscripción
museos socios

CONTACTO

 

 

Foto Karen Miranda-Rivadeneira
Marta se delinea las cejas con huito, una tinta negra obtenida de una planta del mismo nombre, usada por los pueblos amazónicos para pintarse la cara y sobre todo el cuerpo (el brazo de Marta ya está cubierto de huito).

Huao Onquiyenani
Mujeres Huaorani

Texto Dayuma Albán

La vida de las mujeres huaorani transcurre entre la tradición y las transformaciones culturales y ambientales. Portadoras de conocimientos y prácticas que han permitido a su pueblo adaptarse durante años a la vida en el bosque, enfrentan ahora la adaptación a los cambios económicos, tecnológicos y sociales producto de la relación con la sociedad mestiza y occidental, asunto que las sitúa a diario en una frontera cambiante.

Dahua habita esta frontera. Mientras camina por las calles de Puyo hacia la oficina de la Organización de la Nacionalidad Huaorani de la Amazonía Ecuatoriana, saluda a la tendera, al panadero, al taxista, que conocen hace varios años a la huao que dejó la selva para vivir en la ciudad, la hija de aquellos “aucas”, guerreros temidos en el pasado. Desde su oficina, decorada con collares de semillas rojas, equipada con una computadora y un teléfono, se sitúa entre el mundo no huao y el mundo huao. Desde allí dialoga con todas las instituciones que tienen interés en el territorio de su pueblo, en sus recursos, en su gente.

Lejos de allí, a las cuatro de la mañana, su prima Nemo se levanta, aviva las brasas que dejó el fuego de la noche anterior, y calienta agua para el penemepe, una bebida hecha con el plátano que ella misma cultivó. La bebida acompañará a la carne del sahíno que su esposo cazó, y al arroz que compró en la tienda. Antes de que el sol golpee con fuerza el manto amazónico, camina hacia uno de sus huertos; va a limpiarlo, a cosechar yuca para cocinar, preparar sopa o chicha. Lleva un machete, botas de caucho, vestido y, colgando de su frente, una canasta hecha con lianas. Al regresar a casa la esperan sus hijos e hijas, y también el mono chorongo, el tucán y el loro. Su casa está cercada por la selva y por un carretero en cuya orilla discurre una tubería oxidada por donde serpentea el petróleo, que alimentará una industria, un comercio y una tecnología que no existen en su comunidad.

 

 




Lee más en la edición impresa.
¡SUSCRÍBETE!


inicio - archivo - suscripción

CONTENIDO REVISTA 47



hh