N° 46 Marzo - abril 2007
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Foto Felipe Vallejo

Buceo deportivo en el Ecuador

Texto María Cecilia Terán

Desde siempre hemos sentido curiosidad por lo oculto en los océanos; quizá por eso el submarinismo ya se practicaba en la prehistoria, en grandes yacimientos de conchas de moluscos varios metros bajo la superficie del mar Báltico o en las costas de Portugal. También las culturas asentadas en el océano Pacífico oriental extraían recursos mediante actividades subacuáticas, como testimonian los restos de concha Spondylus en asentamientos de la cultura Valdivia, hace nada menos que 5 mil años.

Asimismo, con afán de conocimiento se ha penetrado el mar, para describir su biología, geología, o explorar antiguos asentamientos ahora sumergidos. Un personaje importante en la historia del buceo, el francés Jacques-Yves Cousteau, fue un prolífico científico, inventor de artefactos y promotor del submarinismo; sus travesías en el Calypso, un dragamarinas convertido en barco oceanográfico, se proyectaron en televisores de todo el mundo, develando un lugar desconocido para el público. Millones de buzos le debemos nuestro entusiasmo por las profundidades.

Un momento cuando intuí que mi vida iba a estar cerca al mar fue durante un viaje a Galápagos hace 15 años. Íbamos de mochileros con mi abuelo Josico y como parte de nuestro recorrido fuimos a la Corona del Diablo, cerca de Floreana. Era la primera vez que haríamos esnórquel. Entre mareos y nervios, y tras una breve explicación, nos pusimos las máscaras y nos lanzamos al agua. El abuelo, bien agarrado del barco, quedó maravillado de cómo una sencilla máscara era capaz de abrir una ventana dentro de ese mundo azul; y yo disfrutando de nadar entre tiburones, mantas y cientos de organismos coloridos que evocan otros planetas.

Poco después empecé a bucear y, además de ser mi pasión, esta actividad se ha convertido en mi trabajo.

 

 




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