Zumbahua es páramo, es pajonal, es altura, es frío, es sinchi huayra o viento fuerte, es cuichic, arco iris. Pero sobre todo es un espacio para las utopías; para algunas personas el rito inicial para ver la vida de otra manera, el punto de encuentro de tantos jóvenes que sueñan un mundo nuevo. Desde este kucho o rincón andino del universo, desde el indio panzaleo que aquí vive, narraremos ese misterio divino-humano que llamamos Navidad.
Al llegar a Huayra Pungo, el lugar más alto en el camino que une Latacunga y La Maná, se abren vastos páramos de una belleza sobrecogedora que llega a su clímax cuando se contempla la laguna del Quilotoa. Los colores del paisaje se turnan durante el año: del verde intenso en época de lluvias al amarillo de agosto, pasando por el gris, el ocre, el café. Los ojos se llenan de montañas apretujadas e infinitas; una se llama Cóndor Matzi para recordar que otrora éstas tierras eran –como los divisables Cotopaxi e Illiniza– tierras de cóndores. Los cultivos de papas, habas, cebollas, cebada, cubren las laderas como retazos de un gran poncho de colores.
El clima es neciamente frío, con nieblas y ventisqueros, pero no faltan los días de sol canicular y las noches extraordinariamente diáfanas; la luna llena reflejada en las aguas del Quilotoa es inolvidable. Se experimenta la fría humedad de febrero, el frío seco de junio y los vientos incesantes de agosto que arrancan los techados de calamina y mueven los tejados. Y llegamos a Zumbahua, asentamiento con tres siglos y medio de hacienda y cuarenta años de parroquia, ubicado en la cordillera occidental de la provincia de Cotopaxi, a mitad de camino entre Latacunga y La Maná, a unos 3 500 metros de altitud. Este lugar no fue habitado en épocas prehispánicas; las crónicas cuentan que en 1639 estas tierras fueron entregadas a los agustinos por ser un importante sector productor de lana, sobre todo para el obraje de Callo. Solo desde 1908, tras la Ley de Beneficencia o Manos Muertas, Zumbahua pasó a manos de terratenientes temporales en provecho de la llamada Beneficencia Social, pero funcionando bajo el precario e injusto sistema del concertaje y el huasipungo. Con la Reforma Agraria de la década de 1960 se puso fin al régimen de hacienda y hoy Zumbahua es parroquia civil conformada por más de veinte comunidades indígenas. Es interesante constatar que hasta la década de 1970 la presencia permanente blanco-mestiza fue mínima: según la antropóloga Mary Weismantel, “Los patrones de la hacienda en el siglo XX nunca pasaron una noche en Zumbahua”. |