N° 45 Enero - febrero 2007
SECCIONES

inicio
archivo
suscripción
quiénes somos
índice
segmentos fijos


ÚLTIMO NÚMERO

contenido


CLUB DE
SUSCRIPTORES


suscripción
museos socios
tarjeta del club

CONTACTO

 

 

Foto Ivan Kashinsky
Decenas de personas se congregan en la plaza en un poblado cerca de Zumbahua para celebrar y padecer las ocurrencias de los disfrazados mientras comparten vasos de licor. Travesuras como dejar escapar ganado o cuerear a los despistados son otras actividades de los enmascarados.

Una navidad en el páramo

Texto Marcelo Farfán

Zumbahua es páramo, es pajonal, es altura, es frío, es sinchi huayra o viento fuerte, es cuichic, arco iris. Pero sobre todo es un espacio para las utopías; para algunas personas el rito inicial para ver la vida de otra manera, el punto de encuentro de tantos jóvenes que sueñan un mundo nuevo. Desde este kucho o rincón andino del universo, desde el indio panzaleo que aquí vive, narraremos ese misterio divino-humano que llamamos Navidad.

Al llegar a Huayra Pungo, el lugar más alto en el camino que une Latacunga y La Maná, se abren vastos páramos de una belleza sobrecogedora que llega a su clímax cuando se contempla la laguna del Quilotoa. Los colores del paisaje se turnan durante el año: del verde intenso en época de lluvias al amarillo de agosto, pasando por el gris, el ocre, el café. Los ojos se llenan de montañas apretujadas e infinitas; una se llama Cóndor Matzi para recordar que otrora éstas tierras eran –como los divisables Cotopaxi e Illiniza– tierras de cóndores. Los cultivos de papas, habas, cebollas, cebada, cubren las laderas como retazos de un gran poncho de colores.

El clima es neciamente frío, con nieblas y ventisqueros, pero no faltan los días de sol canicular y las noches extraordinariamente diáfanas; la luna llena reflejada en las aguas del Quilotoa es inolvidable. Se experimenta la fría humedad de febrero, el frío seco de junio y los vientos incesantes de agosto que arrancan los techados de calamina y mueven los tejados. Y llegamos a Zumbahua, asentamiento con tres siglos y medio de hacienda y cuarenta años de parroquia, ubicado en la cordillera occidental de la provincia de Cotopaxi, a mitad de camino entre Latacunga y La Maná, a unos 3 500 metros de altitud. Este lugar no fue habitado en épocas prehispánicas; las crónicas cuentan que en 1639 estas tierras fueron entregadas a los agustinos por ser un importante sector productor de lana, sobre todo para el obraje de Callo. Solo desde 1908, tras la Ley de Beneficencia o Manos Muertas, Zumbahua pasó a manos de terratenientes temporales en provecho de la llamada Beneficencia Social, pero funcionando bajo el precario e injusto sistema del concertaje y el huasipungo. Con la Reforma Agraria de la década de 1960 se puso fin al régimen de hacienda y hoy Zumbahua es parroquia civil conformada por más de veinte comunidades indígenas. Es interesante constatar que hasta la década de 1970 la presencia permanente blanco-mestiza fue mínima: según la antropóloga Mary Weismantel, “Los patrones de la hacienda en el siglo XX nunca pasaron una noche en Zumbahua”.

Lee más en la edición impresa.
¡SUSCRÍBETE!


inicio - archivo - suscripción

CONTENIDO REVISTA 45