N° 45 Enero - febrero 2007
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Foto Pete Oxford y Reneé Bish
Principio de vida, purificadora, nutricia, poderoso espíritu que modifica destinos, fuerza arrasadora, productora de energía o bien de consumo. Su percepción puede no ser igual para mestizos, negros, cholos o indígenas, que como estas dos mujeres de la comunidad tsáchila precisamos del...

Agua nuestra de cada día

Texto Karina Paredes

Como cada mañana, Julio Carrión inicia su rutina con un relajante baño. Abre la llave de la ducha al máximo y espera unos minutos hasta que el agua que circula por el serpentín del calefón se caliente; entonces abre la llave de agua fría hasta lograr la temperatura deseada. Hoy no tiene mucho tiempo pero alarga cuanto puede el masaje que el potente chorro da a su espalda. Se viste mientras escucha el familiar ruido de la lavadora que ha iniciado el segundo enjuague y cuando éste para inesperadamente se pregunta si habrán empezado los anunciados racionamientos de energía eléctrica en el sector residencial de Loja.

En las afueras de Machala, Fabiola Maldonado ha esperado toda la mañana que el camión cisterna se arriesgue a transitar el camino lodoso hacia su barrio. La noche pasada sus hijos olvidaron tapar el tanque de agua y han caído escombros de la construcción vecina; además entre la tierra decantada pululan los gusarapos. Tendrá que hervir más de lo usual el agua superficial, que por su apariencia limpia será usada en la comida. Mientras tanto, lo que quedó al fondo será usado para lavar los baños y remojar la ropa. Tras cinco años de gestiones, su comunidad no ha logrado la dotación de agua potable o alcantarillado porque el municipio no puede incentivar las invasiones. Tendrá, además, que gastar un dólar por cada metro cúbico de agua, cuatro veces más que lo pagado en los barrios “legales”.

Bajo el sol de la tarde, Juan Chicaiza repasa mentalmente el esfuerzo realizado para sembrar la hectárea que heredó en Cayambe. A lo lejos ve pasar a su comadre: no se hablan desde que la acequia que compartían se secó misteriosamente de su lado, aunque los maizales de su comadre y la plantación de flores establecida más arriba reverdecen. Lo más probable, piensa, es que hayan entubado y desviado el escaso caudal que quedaba. Solo necesita unos cuantos litros de agua por día para cuidar su siembra, pues ya no puede depender de las lluvias que años atrás aparecían por esos meses con regularidad. Ahora nada es seguro con respecto al clima.

En estas escenas se descubren, en diversa medida, los ingredientes que componen un guiso común en el plato ecuatoriano: inequidad en la distribución, desperdicio, escasez, dificultad en el acceso físico y calidad inaceptable del agua, además de alteraciones en el clima que afectan la vida cotidiana.



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