N° 44 Noviembre - diciembre 2006
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José Celestino Mutis, sacerdote, médico y botánico español, llegó a Bogotá en 1761. Se dedicó al estudio de la flora de la región andina, haciendo importantes contribuciones al conocimiento de la quina. Su trabajo sobre el tema se recoge en la obra El arcano de la quina

La corteza de Loja

Texto Toa Loaiza y Elías Sánchez

Quienes no han disfrutado de un auténtico gin tonic desconocen el placentero sabor amargo que éste deja en la boca; y muchos, habiéndolo saboreado, posiblemente ignoran que la planta que le da su toque mágico es la cascarilla (Cinchona spp.). Esta planta, que ha dado muchos otros servicios a la humanidad, es originaria de Centro y Suramérica, y crece en todas las provincias del Ecuador a excepción de Manabí y Esmeraldas.

La historia de este árbol de corteza amarga, llamado cascarilla, quina, cinchona, yara-chuccho o árbol de las fiebres es maravillosa y vale la pena conocerla, pues ilustra la trascendencia de la flora nativa.
Para conocer la historia de esta planta debemos remontarnos en el tiempo y viajar hasta Rumishitana, valle de Malacatus, cerca de la actual Loja, donde las narraciones tejidas en torno al descubrimiento de las propiedades curativas de la corteza de la cascarilla empezaron a circular.

Cuenta una leyenda muy difundida que en Lima, a comienzos del siglo XVII, la Condesa de Chinchón y Virreina del Perú enfermó gravemente de fiebre palúdica. Su médico de cabecera no dio esperanza alguna para su restablecimiento. Al tener conocimiento de este hecho, un sacerdote jesuita se acercó al Virrey, a quien proporcionó un atado de corteza de quina traída desde Loja; tras beber por varios días la infusión de dicha corteza la Condesa sanó completamente.

Durante más de 300 años esta leyenda fue tomada como cierta, hasta que a mediados del siglo XX una investigación histórica la demolió por completo. Una de las pruebas más reveladoras es que la virreina del Perú de aquel momento jamás padeció fiebres tercianas. Sin embargo la leyenda, una excelente estrategia de comercialización del nuevo producto americano en Europa, caló muy hondo, y por eso todavía es repetida como una verdad absoluta.

Aunque no se tiene certeza sobre la presencia de malaria en el nuevo mundo antes de la llegada de los españoles, existen indicios de que los indígenas, especialmente los yachak o shamanes, usaban la corteza desde tiempos inmemoriales como febrífugo, y para tratar gripes y enfermedades causadas por el frío.


 


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