Un
paso más... el sudor baña la
frente y las venas parecen querer salirse
de las sienes. El anillo incrustado en mi
dedo está más ancho de lo normal—
es una muestra de la incorrecta circulación
de la sangre hacia los brazos por la presión
de la mochila. “Vamos, no nos podemos
quedar... El esfuerzo valdrá la pena...”
Y de hecho, al final de la cuesta se abre
un espectáculo que corta la ya difícil
respiración: la vista, para entonces
acostumbrada a las hojas y a la tierra del
sendero, encuentra un profundo valle que se
abre desde el sitio conocido como El Mirador.
Ahora estamos más arriba de las nubes
que cubren el valle. Su lento movimiento deja
claros que muestran ciertos sectores donde
se reconocen las frondas de las palmas y otras
especies arbóreas que se disputan la
luz del sol. Una bandada de loras rompe el
silencio y me arranca un suspiro. Los forzados
músculos al fin en descanso y el sorprendente
paisaje son la combinación perfecta
para festejar la vida.
Luego empieza a llover y hay que protegerse.
Por suerte estamos frente a uno de los refugios
que se inauguraron hace poco para brindar
la mayor comodidad posible a quienes se aventuren
por estos lugares. Este es, en realidad, el
primer refugio del camino y se encuentra a
1 700 msnm y a tres horas a pie desde nuestro
punto de partida. ¡No lo puedo creer!
Hay un baño con puerta y un lavabo
con agua corriente. Este es un lujo inusual
en parajes de tan difícil acceso, y
un notable esfuerzo para apostar a la posibilidad
de atraer turistas. Nos reunimos en torno
a una hoguera e iniciamos una larga charla
interrumpida, de rato en rato, por la contagiosa
risa de uno de nuestros guías, don
Germánico Ruiz. Entonces se hace el
recuento de la aventura, las caídas,
y 1a rarezas observadas en el camino. Entre
tanto, nuestros anfitriones se han reunido
en la cocina para preparar una merienda levanta
muertos. Somos siete expedicionarios (tres
afuereños y cuatro guías), sin
contar con las dos personas que nos ayudaron
a traer las provisiones y que luego regresaron
a Pacto Sumaco, la población desde
donde hemos partido para subir por un sendero
que lleva a la cumbre del volcán Sumaco.
El camino pasa junto a tres refugios y tres
estaciones de descanso, antes de llegar al
volcán en cuyo honor se ha nombrado
al Parque Nacional Sumaco-Napo-Galeras (PNSNG),
cuyas particulares formas de vida hemos venido
a conocer.
La comunidad de Pacto Sumaco
El fuego atrae a las palabras. Poco a poco
nos enteramos cómo dos de nuestros
guías llegaron a fundar la comunidad
de Pacto Sumaco, ubicada a seis kilómetros
del sector suroriental del PNSNG (en la provincia
del Napo), junto con la mayoría de
los actuales habitantes del lugar. Esta gente
llegó desde la población del
Reventador, tras el asolador terremoto de
1986, cuando lo perdieron casi todo, incluso
a algunos de sus seres queridos. Ellos, y
gran parte de los actuales habitantes de Pacto
Sumaco, después de haber vivido ocho
meses en albergues provisionales, recibieron
una nueva “oportunidad” de parte
del Estado: tierras sin propietarios en medio
de la selva; en medio de la nada, en realidad,
pues para llegar tuvieron que abrir su propio
camino. Entonces hicieron un ofrecimiento
a Dios para habitar allí en paz, y
por su cercanía al volcán decidieron
llamar Pacto Sumaco a este nuevo hogar. Cuentan
que en un principio lo compartían todo,
la comida se preparaba en una sola olla, las
herramientas eran de todos, en fin... Por
eso debe ser, pensé yo, que a pesar
de que han pasado 20 años, aún
piensan en un futuro común.
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