Luego
Petita recuerda a músicos como Remberto
Escobar o bailarines como Elis Lerma o Manuel
Martínez. Con que éste último
montó las primeras coreografías
que fueron llevadas a escenarios formales,
aporte que catapultó las tradiciones
esmeraldeñas a varios países
del mundo. De hecho, se considera que el mayor
logro de esta persistente mujer fue cambiar
de escenario al conjunto de la marimba: de
las calles donde se usaba como atracción
ocasional para los turistas a los teatros,
desde donde cruzó a otros países.
“Los tambores son la voz de los negros.
Por medio de estos tambores mandamos un mensaje
a todos los negros del mundo.”
No obstante, Petita piensa que la declaratoria
de Patrimonio Cultural fue nociva, ya que
puso a la Marimba frente a los ojos del mercado:
“cómo se revolcarán mis
ancestros en sus tumbas al escuchar las músicas
locas que se están produciendo desde
que la marimba empezó a ponerse de
moda… reggaeton marimba, perreo marimba…”
Y luego recuerda una leyenda sobre el primer
contacto de la marimba con los otros pobladores
esmeraldeños, los chachis: “Según
contaba mi abuelo, cuando los Cayapas (que
hoy se llaman chachis) escucharon sonar la
marimba, el bombo, el cununo y el guasá
corrieron pensado era el diablo que llegaba
a acabar con todos ellos. La marimba sonó
en el monte, se hizo la reina del monte. Entonces
ellos corrían gritando «juyungo,
juyungo, juyungo» («el diablo,
el diablo, el diablo»).”
“Luego vieron que las aves volaban y
volaban, pero no de susto sino de alegría,
de escuchar esa música, porque ya tenían,
además de la de ellas, música
de la selva y del monte: marimba, cununo,
bombo, guasá y voz”.
Negras tablas, negras manos
Otro
personaje de la marimba es Papá Roncón,
cuyo nombre oficial es Guillermo Ayoví.
Actualmente habita en Borbón, una pequeña
población al norte de Esmeraldas, hasta
donde acudimos para escuchar sus historias.
“
Yo aprendí la marimba en el río
Cayapas, en San Miguel. Entonces, en los momentos
de ocio, negros y cayapas nos poníamos
a hacer música”
Sus manos inquietas empiezan a percutir las
tablas de chonta negra cosechada en luna menguante,
para, mitad por experiencia mitad por conjuro,
prolongar la vida útil de esta madera.
Luego, su canción nos transporta hacia
la selva, donde nació, inspirada en
los relatos de tundas, tigres y transformaciones
sobrenaturales.
“La marimba es una cosa que lleva el
negro en la sangre. Cuando un negro oye el
tambor siente que todo el cuerpo le vibra,
porque esta marimba y estos tambores lo libraron
de las cadenas…”
Lo mítico y lo cotidiano
Para Agustín San Martín, que
está al frente de la Escuela de Música
del Conservatorio Municipal de Esmeraldas
desde hace tres años, para entender
la música esmeraldeña hay que
entender a su sociedad.
“En la provincia de Esmeraldas existe
una tradición sobre la muerte: cuando
un niño fallece se cantan los arrullos
y cuando un adulto fallece se cantan los alabaos...
Para el arrullo, un grupo de mujeres, más
de seis, cantan acompañadas de percusión:
de bombo, cununo, guasá y maracas.
A veces existen velorios que duran dos días,
igualmente pasan cantando ambos días”
Así se ayuda al alma del niño
a llegar al cielo para que interceda por sus
padres. El arrullo, que también se
interpreta par acunar a los niños vivos,
es alegre, mientras que el alabao es más
bien triste.
“También se canta a las deidades
locales como la Tunda, la Gualbura, el Ribiel,
y otras diosas que están en desuso”.
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