Es
difícil concebir a un pueblo fuera
de su medio. Escuchar las palabras de los
shuar acerca de la selva de la cordillera
del Cóndor es como asistir a una lectura
delicada y minuciosa del mundo; acompañarlos
durante sus recorridos supone aprender una
utilidad y un sentido para cada elemento perceptible.
Un occidentalizado no mira lo mismo que un
shuar, porque cada uno de ellos tiene una
idea diferente de lo que es la realidad: en
el mundo shuar lo real no está a la
vista, no es positivo, sino que conforma una
dimensión del mundo que solo puede
ser percibida bajo el efecto del tabaco, del
natem (ayahuasca, en quichua)
o del maikuant (floripondio, en español).
En el pasado fue fácil entrar en la
dimensión real del mundo, entre aquella
y la humana —la irreal y apreciable
por nuestros sentidos— existía
un umbral fácilmente vulnerable; era
como si ambos mundos hubiesen estado superpuestos.
Hoy la frontera es menos permeable. Los seres
activos y poderosos que habitan en lo real
no se interesan por lo transitorio (frágil)
que puede ser visto y descrito por los humanos
vivos; estos últimos (seres de la dimensión
irreal) no son más que instrumentos
de lo real. Cuando hablamos de los seres reales,
no nos referimos a espíritus que viven
en objetos, animales o plantas, sino a dioses
y humanos muertos (los llamados antiguos shuar)
que existen también como animales,
plantas y objetos.
Un shuar antiguo se transforma en mono por
orden del jefe de los monos (que es un dios).
Un venado y un oso perezoso tienen un espíritu
similar al humano, por lo tanto no se los
debe comer; en una piedra vive un antepasado;
un dios poderoso puede tomar una forma humana
o de animal. Por eso, al relacionarse en esta
dimensión del mundo, uno debe descubrir
con qué tipo de ser se está
topando, hay que ser muy cuidadoso y estar
siempre alerta; de allí que los alucinógenos
son el camino para entender lo real y para
recibir su fuerza.
Arutam
El Pueblo de las Cascadas Sagradas (otro nombre
del pueblo Shuar) fue denominado así
por la gigantesca cantidad de caídas
de agua que hay en su territorio y por la
relación espiritual que con éstas
mantienen los shuar. En esas aguas habita
Arutam, el que provee de fuerza,
de vitalidad y de espíritu guerrero.
Es el sitio de la iniciación de los
jóvenes, y allí se trata de
entender el destino de los hombres.
Para llegar a las cascadas se requiere respeto.
Los uwishin (que corresponden a los
shamanes de occidente) ayunan cinco días
antes y van caminando lentamente. Durante
el trayecto toman natem y simulan
ruidos de pájaro, para avisar su llegada
y obtener una respuesta. Una vez allí,
se golpea la roca tras la cascada y se espera
una señal del agua, cuando ésta
se abre en actitud de acogida, Arutam inicia
el contacto y los rituales debidos. Al salir,
también se ayuna y no se debe regresar
a ver porque si lo que se mira es sangre,
en lugar de agua es seguro que vendrán
tiempos malos y la misma muerte.
Las cascadas, de toda forma y altura, forman
santuarios rodeados de bosque a los que se
llega por trochas casi perdidas —puesto
que hasta allí no se va cotidianamente—
con rocas cubiertas de musgos y pendientes
escarpadas. La vinculación con el líquido
elemento es muy profunda; de hecho, cuando
el shuar muere se va disipando en gotas de
agua, y luego en nubes...
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No 36 de ECUADOR
TERRA INCOGNITA |
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