N° 35 Mayo - junio de 2005
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Texto Karina Paredes
Foto Pete Oxford y Reneé Bish

Refugio de Vida Silvestre Estuario del río Muisne

Las raíces de mangle ayudan a atrapar los sedimentos que enriquecen el sustrato sobre el que se desarrolla una fauna muy diversa, como este cangrejo azul, que parsimonioso se alimenta de una hoja de mangle.

Se ha perdido en mi mente su nombre, pero no la canción que repetíamos una y otra vez con esa obstinación infantil que tanto desagrada a los adultos. Era la hija de una conchera, de piel tan oscura como los amaneceres en los que salen a cosechar los moluscos que se desarrollan junto a las raíces de los mangles. Jugábamos entre la arena y las olas de la playa inmensa, en ese entonces virgen, mientras cantábamos.

En abril de 2005, dos décadas más tarde, la primera impresión que tuvimos al llegar al “relleno de Muisne” todavía en territorio continental, fue la cantidad de muchachitos que, habiendo reconocido el carro en el que viajaba el equipo de Ecuador Terra Incognita como ajeno al poblado, pugnaban por llamar la atención para guiar nuestros pasos hacia el garaje o la canoa de sus contactos y así recibir una propina, influencia innegable del turismo en la vida diaria de la comunidad.

La segunda impresión, ya al pisar la isla, fue el considerable incremento de la población y el cambio en su arquitectura. Las grandes casas de dos pisos con paredes de guadúa y ventanas levadizas de madera habían sido reemplazadas por el hormigón armado y el metal: “progreso”, se podría pensar...

Dos jóvenes de la Fundación de Defensa Ecológica (Fundecol), una ONG que nació hace 15 años como respuesta a la devastación del manglar, ecosistema del que dependen directamente más de 3 000 familias del cantón Muisne, nos esperaban, amables y tan ansiosas como nosotros por empezar el recorrido. Inmediatamente continuamos con nuestro itinerario, y fue entonces cuando empezaron las verdaderas emociones:

El cabo de San Francisco

25 minutos nos tomó cubrir en lancha el tramo que separa a Muisne del cabo de San Francisco. No se podía desembarcar por la agitación de las olas, pero entonces nos señalaron la playa arenosa que atrae a varios turistas, quienes pueden ir a pie si salen más temprano y disfrutan de la caminata. Esta es la mayor saliente de la provincia de Esmeraldas. Allí existe un pequeño faro y, a decir de nuestros guías, grupos de lobos marinos llegan de vez en cuando a descansar en sus playas.

El verde río Muisne

La vida de los muisneños está cercanamente atada al río que los alimenta, por el que transitan para intercambiar los frutos de la tierra o cosecharlos del mar, el que los lleva a sus trabajos diarios y los liga al continente. Nosotros lo navegamos en una lancha a motor, envidiando de lejos a aquellos que con la fuerza de sus brazos se deslizaban en sus pequeñas canoas, cortando con sus quillas y remos el liso espejo verde, que solo a ratos se rompía por el salto de un pez.

Daños al manglar

Mientras navegábamos, pudimos observar los añeros mangles rojos que se repetían en las riberas y tratamos de imaginar cómo fue el paisaje cuando aún existían más de 20 093 ha de bosque de manglar, de las cuales se han talado más de 17 000 ha, entre otras razones, para establecer las piscinas camaroneras que ahora estaban abandonadas tras una cortina verde que en vano intenta disimular la destrucción perpetrada.

Lee el artículo completo en la edición No 35 de ECUADOR TERRA INCOGNITA

 


 


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