N° 33 Enero - febrero de 2005
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Texto Diego Lombeida
Foto Alexander Hirtz

Los anfibios en el pensamiento ecuatoriano

Objetos con diseños basados en anfibios. La primera pieza desde arriba pertenece a la cultura Cara de Imbabura; la del medio es de la cultura Chorrera-Bahía; y la tercera, de la cultura Bahía.

La cultura popular de todas las naciones recoge historias sobre muchos animales de diferente forma y tamaño, No obstante, a primera vista podríamos suponer que los anfibios están muy lejos de los pensamientos del ecuatoriano común. Por ejemplo, la mayor parte de la población urbana considera que los sapos son gente muy viva y poco escrupulosa, o también que algunas ranas se crían para comer. Otros menos numerosos, pero más informados, recordarán quizá que de alguna ranita ecuatoriana se obtuvo una medicina (de hecho un analgésico) y que el país no ganó ningún tipo de regalías.

Recuerdo a los famosos jambatos (Atelopus ignescens). En los años setenta del siglo pasado este sapito era todavía bastante común. Cuando comenzaron a escasear, durante los ochenta la gente opinaba que desaparecieron por la visita del Papa o por el terremoto de 1987. Por otro lado, en ciertos lugares de la Sierra, los campesinos creen que los jambatos no han desaparecido, sino que se han convertido en lagunas.

Y es que estos sapitos andinos tenían su lugar en nuestras vidas. En la provincia de Imbabura, por ejemplo, matar un jambato era pecado. Y por algo sería. Se los usaba para curar samas y verrugas, y mi abuelita solía enviar a mi abuelito con la misión de atrapar jambatos vivos, que luego se ponía en la frente para aliviar las jaquecas. Pero ya no se los ve más y la gente joven ni siquiera los recuerda.

En el campo, los anfibios conservan su importancia. Se conocen al menos 22 nombres comunes utilizados por los ecuatorianos para los renacuajos de ranitas y sapos: no menos de 3 en la Costa, 6 en el Oriente y 13 en la Sierra.

Esta diversidad de nombres refleja tanto la variedad biológica del país, como la importancia que todavía tienen las ranas en sus diferentes fases de vida y para distintos fines: en algunos lugares de las estribaciones orientales las ranitas kaylas (Telmatobius sp.) eran usadas como alimento de ganado, y quizá lo seguirían siendo si no se hubieran vuelto tan raras.

De cualquier manera, en nuestros cada vez más reducidos bosques aún se busca a muchas de las cuatrocientas y pico especies de ranitas para obtener de ellas medicinas o alimento, como se hiciera en el pasado lejano.

La visión ancestral

Los shuar enseñan una de las mejores analogías sobre el mundo que yo haya escuchado. Para ellos, el mundo es una isla rodeada de cielo. En esta isla vivimos los seres humanos, sufriendo ocasionalmente debido a las malas acciones de nuestros antepasados que no subieron al cielo. Estos antiguos pecadores fueron castigados perdiendo su naturaleza humana y son el origen de muchas plantas y animales desagradables.

Por otro lado, los shuar son cazadores y, por ello, sus percepciones de los animales son muy diferentes a las de pueblos pastores y agricultores, que son a las que estamos acostumbrados. Por ejemplo, ellos no utilizan animales para transporte o carga, de modo que no admiran su fuerza. Para los shuar, los animales de la selva son fuente de alimento, medicinas o diversión; en otras palabras, adversarios ante los cuales medir su fuerza y astucia. Así, clasifican a los anfibios en sapos —que no se comen— y ranas que se comen o tienen algún uso, aunque sea el de ser cazadas con bodoqueras por los niños.

Lee el artículo completo en la edición No 33 de ECUADOR TERRA INCOGNITA

 


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