Los depredadores desempeñan un papel
importante en el equilibrio de la naturaleza.
Pero las presas también. El estudio
del gavilán de Galápagos así
lo ha demostrado.
El balance entre presa y depredador muchas
veces pasa desapercibido, más bien
nos impresiona cuando se ha roto, por ejemplo
cuando hay una plaga en las papas (la larva
de un lepidóptero comiendo el tubérculo),
o la plaga de ratas en los basureros; en ambos
casos falta el depredador, y envenenar a la
población desmesurada parece la única
vía para controlarla.
En la naturaleza también se producen
plagas cuando los desastres naturales (erupciones
volcánicas, derrumbes, desbordes de
ríos) han roto el equilibrio. La restauración
se inicia con plantas pioneras que cubren
la tierra desnuda; entonces unas pocas especies
de estas plantas pueblan toda el área:
se puede hablar allí de una plaga de
pioneras.
Pero esta situación no dura mucho,
enseguida los insectos defoliadores las empiezan
a devorar; así disminuye su población
y se abren espacios para nuevas especies vegetales.
De esta manera, el territorio vuelve a gozar
de una gran variedad de plantas y, en consecuencia,
de una gran variedad de animales.
La pregunta es la siguiente: ¿el equilibrio
existe siempre porque el depredador controla
a la presa, o es que la presa también
controla al depredador? Con el caso del gavilán
de Galápagos, el único rapaz
diurno de ese archipiélago, podemos
ensayar una respuesta:
El gavilán de Galápagos vive
en nueve islas (Pinta, Marchena, Fernandina,
Isabela, Santiago, Santa Cruz, Pinzón,
Santa Fe, Española) con una población
total de 400 a 500 aves adultas reproductoras
y 300 a 400 aves juveniles y no reproductoras.
Las zonas bajas de las islas están
ocupadas por la población reproductivamente
activa de gavilanes; es decir, los adultos
que pueden y tienen con quien copular. Por
supuesto, allí también habitan
los recién nacidos, desde que rompen
el cascarón hasta que, al llegar a
convertirse en gavilanes jóvenes, son
expulsados.
Estos desterrados jovenzuelos suben entonces
a las zonas altas, donde está la población
no reproductiva de gavilanes, conformada por
adultos que no han conseguido un espacio en
las zonas bajas (y que lo intentan permanentemente)
y por gavilanes jóvenes (machos y hembras)
en espera de alcanzar la edad adulta.
Sobrevivir sin reproducirse no contribuye
a la diversidad génica de la población.
Por esto, todos los habitantes de las zonas
altas pugnan por ser aceptados en la comunidad
de las zonas bajas.
Los gavilanes jóvenes de ambos sexos
tendrán que esperar a ser fértiles
para intentar conseguir un lugar en las zonas
bajas. Ese lugar es un pequeño territorio
en donde una hembra junto a uno o más
machos (que en algunos casos llegan a ser
ocho) puedan vivir y reproducirse.
La competencia será muy dura para los
machos, porque hay mayor número de
éstos que de hembras; Y aunque éstas
practican la poliandria –es decir, que
mantienen a más de un macho como compañero
permanente (es decir, que no copula con otras
hembras)–, hay tantos jóvenes
en espera y tantos adultos “solterones”
o “viudos” interesados en reproducirse,
que conseguir la aceptación de una
hembra se torna un verdadero reto.
Por esto, en las zonas altas hay más
machos adultos que hembras; estas últimas
tienen más oportunidades de conseguir
un espacio en las zonas bajas. La siguiente
estadística lo demuestra: entre los
gavilanes jóvenes, en las zonas altas
hay casi igual número de machos que
de hembras; en los adultos, el número
de machos frente al de hembras es de cinco
a uno.
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No 32 de ECUADOR
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