N° 31 Septiembre - octubre de 2004
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Texto Juan F. Freile
Foto Juan F. Freile

"No tengo vaquitas"

Don César Tapia dispuesto a empezar una de las fascinantes historias en las que los escuchas descubren su profundo respeto y amor hacia el bosque.

Hombre delgado, de baja estatura y fácil sonrisa, César Tapia, don César como lo llaman sus amigos, se emociona cuando habla de los bosques nublados que rodean su casa. Don César vive en una linda finca algo apartada del camino que une la población de Unión del Toachi –en la carretera Quito-Santo Domingo– con San Francisco de las Pampas, un pequeño poblado de campesinos agricultores localizado aproximadamente a 40 kilómetros de Unión del Toachi.

La zona está habitada por campesinos mestizos diestros en la laboriosa preparación de la panela y en la cría de ganado lechero. Por esto, como el propio don César confiesa, hasta hace poco más de 10 años se dedicaba casi exclusivamente a esas mismas actividades. Fue entonces cuando conoció al “Hermanito”, como llaman cariñosamente los Tapia al doctor Giovanni Onore, profesor italiano de la Universidad Católica de Quito que tiene la curiosa costumbre de conducir su jeep por los caminos vecinales del país, visitando bosques y poblaciones campesinas en busca de insectos para sus investigaciones científicas.

El Hermanito fue quien despertó en don César la pasión por los bosques nublados, su flora y su fauna. Pasión que ahora lo ha convertido en un vasto conocedor de esta zona llena de vida. Don César, su esposa Carmen, dos de sus hijos más jóvenes (Elisio e Ítalo) y Onore protegen y llevan a cabo tareas de conservación –como reforestación con árboles nativos, investigación científica y compra de bosques, por ejemplo– en una reserva privada, el Bosque de Otonga, que guarda alrededor de 1 000 hectáreas de bosques nublados y subtropicales. Esta reserva, adquirida por la Fundación Otonga, es manejada por la familia Tapia, y es don César quien se encarga de cuidarla y de guiar a quienes la visitan. Si bien cuidar la reserva le ha representado más de una dificultad financiera por no tener un ingreso fijo al mes, a don César le gusta hacerlo y no pone mayores reparos al tener que ajustar su economía con la poca panela que alcanza a producir en sus “ratos libres” y las platitas que se gana por llevar visitantes a la Reserva Otonga.

Don César es un gran conversador. Escucharlo junto al fogón al final de la jornada es siempre muy agradable. Sus interminables historias, sus innumerables encuentros con los animales del bosque y todo su conocimiento sobre plantas y animales del lugar lo convierten en un personaje sin igual, en alguien que siempre tiene algo interesante que contar.

Algunas de sus historias

Cuando visito la reserva Otonga, además de explorar el bosque y observar sus aves, disfruto mucho de sentarme junto al fogón donde se cocina la merienda o se prepara una tradicional agüita de hierba luisa, y conversar con don César. La calidez de sus historias las hace casi palpables, como si a través de sus relatos pudiera ver lo que él vio, descubrió o aprendió en el monte. Descripciones como estas, ya no son comunes en nuestros días.
“...Hay que conocer dónde se puede encontrar a los animales, no es cuestión de encontrarles nomás por ahí” –sostiene don César–; “por ejemplo los cerambícidos, de los grandes, solo comen del higuerón cuando la hoja se pone negrita...A los bréntidos, en cambio, se les encuentra al hacer una pila de tablas, así, cortando un sangre de drago, ahí asoman los bréntidos por cientos...Si fuera un estudiante que vaya a hacer su tesis, estudiaría los bréntidos; me gustan mucho, me gusta como el final de su trompita les termina en forma de cruz...”

Lee el artículo completo en la edición No 31 de ECUADOR TERRA INCOGNITA

 


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