Preludio
Cuando Cristóbal Colón, navegante,
estudioso y soñador genovés,
llegó al actual continente americano,
no tenía idea de lo que habría
de encontrar. De hecho, cuando se lanzó
(cual suicida para la época) hacia
los mares de occidente, era para llegar, circunvalando
el globo terrestre, cosa entonces inverosímil,
a las Indias Orientales, sitio lejano, mítico
y exótico, que proveía de leyendas
y de especias al mundo europeo. Y finalmente
llegó a un lugar que no era aquél
y que, no obstante, siguió nutriendo
de especias, oro, plata, leyendas y hasta
nuevos alimentos a los europeos, quienes,
al tiempo estupefactos y soberbios, tumbaron
su interés en el “nuevo continente”
(al cual bautizaron con nombre europeo) que
Colón encontró... sin haberlo
ni soñado. Así, a los españoles
no les quedó más que conquistar
las tierras recientemente “descubiertas”,
colonizarlas, y enseñar a sus nativos
cuál era, según ellos, el “Dios
verdadero” .
El resto es historia... Historia que, no obstante,
ha creado un singular proceso cultural.
Lo intangible
Pues bien, aterricemos. Estamos aquí
para hablar de patrimonios; de patrimonios
intangibles en este caso. Sabemos bien, creo,
lo que es un patrimonio; pero, ¿qué
sería un patrimonio intangible?
Por intangible se entiende lo que no puede
tocarse, que no es material; también
lo que es sagrado y, por tanto, intocable.
Cuando se habla de patrimonio intangible,
se habla del “capital” invisible,
cultural y social, que tiene un grupo o un
espacio determinado. En síntesis, el
patrimonio intangible quiere significar los
valores, conocimientos, sabidurías,
tradiciones, formas de hacer, de pensar, de
percibir y ver el mundo; de vivir, de convivir
y hasta de morir que tiene un territorio y
su pueblo.
El Ecuador
Efectivamente, si vemos el caso ecuatoriano
nos encontramos frente a una particular diversidad
étnica: tsáchilas, chachis,
awás, épera, los recientemente
“redescubiertos” huancavilcas
y manteños, quichuas, sionas, secoyas,
cofanes, shuar, achuar, huao y záparos
(ya en extinción). Todos conservan,
además, su propio idioma hasta la actualidad,
500 años después del inicio
de la Conquista europea y en plena época
de globalización. Hay que sumar a éstos
los grupos afro, ubicados principalmente en
las provincias de Esmeraldas e Imbabura, que,
si bien llegaron accidentalmente (como los
grupos indígenas 12 mil años
antes y los europeos, bastante después),
hoy forman parte del gran acervo étnico
del país. Vemos, entonces, que el Ecuador
hace gala de una vasta diversidad cultural.
Pues bien; entonces, ¿cómo hay
que resguardar nuestro patrimonio intangible?
¿Se trata simplemente de “conservar”
las etnias con lengua propia? ¿De atesorar
intangibles a las culturas, como una especie
de museo humano viviente?
La cultura cambia inexorablemente en el tiempo
y el espacio. Si pretendemos conservar las
etnias y culturas (del Ecuador o cualesquiera
que fueran) intocables, estáticas,
como en la última fotografía
o etnografía que se les haga, el fracaso
es inminente; y sería un error e irrespeto
tan grave cuanto el etnocidio.
Así, los tapices y tejidos que vemos
hoy en la Plaza de los Ponchos de Otavalo,
no son, ni cercanamente, los mismos que se
fabricaban hace quinientos años; ni
siquiera hace veinte. Cambian, se mejoran
y matizan con colores inspirados en los nuevos
requerimientos, en sus nuevas ideas y, porqué
no, en referentes de otras latitudes.
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No 30 de ECUADOR
TERRA INCOGNITA |
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