Las primeras menciones sobre la tristeza de
la música indígena americana
se deben a los cronistas europeos de los siglos
XVI-XVII. Ella les parecía, según
sus apuntes documentales, lúgubre,
triste e infernal.
Después el turno fue para los viajeros
del siglo XIX: científicos, aventureros,
diplomáticos y comerciantes que dejaron
testimonios de sus observaciones en torno
a las sociedades americanas y, en algunos
párrafos, a su música. Aquellos
que pasaron por el territorio ecuatoriano,
con los escandalizados ojos del turista, no
salían de su asombro al ver cómo
en Ecuador se bailaba con música triste
(se referían a la danza del sanjuanito).
Por la misma época, los historiadores
nacionales tempranos contribuían con
lo suyo; uno de ellos, González Suárez,
manifestaba que la música indígena,
además de triste, era desordenada y
sin reglas.
Algunos músicos, formados con tan “autorizadas”
apreciaciones, continuaban, en la primera
mitad del siglo XX, emitiendo juicios similares,
pero enmarcados en su campo. Propugnaban la
composición de piezas alegres (utilizando
acordes mayores) y evitaban las tristes (con
acordes menores), pues consideraban que la
tristeza era degenerativa. Sin embargo, sus
comentarios resultaban demagógicos,
pues la mayoría de artistas que difundieron
esos criterios fueron creadores de tristes,
muy tristes composiciones musicales ecuatorianas.
Para completar el cuadro, en nuestros días,
sociólogos, literatos y
periodistas también han
contribuido con su granito de arena: música
exageradamente triste, llorona y tabernaria,
quejumbrosa, lamento angustiado de la raza
vencida, derrotista, etc. En el fondo resulta
una serie de eufemismos para ocultar la repulsa
cultural que impregnó el período
colonial: ¡música de indios!
En la actualidad, la opinión de algunos
sectores mestizos respecto a la música
indígena ecuatoriana es casi igual
a la que en su tiempo tuvieron los colonizadores:
la consideran una música
bárbara e incivilizada.
¿La tristeza es mía
y nada más?
Recuerdo que hace varios años, en una
audición de música, cuando se
preguntó qué sensación
invadía a los asistentes al escuchar
una canción indígena, todos
mencionaron a la tristeza.
Sin embargo, la canción, en un movimiento
más o menos vivo, narraba la historia
de un campesino que cantaba muy contento por
haber encontrado, luego de varios días,
una fuente de agua
para sus animales.
Lo que funciona en una cultura, no funciona
en otra. Por lo tanto, el conocimiento profundo
de la música y su entorno cultural
desvirtuarán nuestras ideas preestablecidas
acerca de las expresiones musicales indígenas.
Pongámonos a pensar en la sensación
que podría causarnos la música
de Medio Oriente, o la música árabe,
por ejemplo; probablemente equivocaríamos
nuestro juicio relacionándolas con
la alegría o la tristeza musical por
no conocer la intención y contenido
que quiso brindar el compositor o el pueblo
de donde proviene aquella melodía.
Esto nos previene sobre la inmensidad de variables
que posee la música en los planos de
la sensación y percepción auditivas,
tantas como la diversidad cultural-étnica,
la imagen asociativa o la memoria sonora le
permitan al ser humano acumular en sus reflejos
sensitivos.
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el artículo completo en la edición
No 28
de ECUADOR TERRA
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