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Por Xavier Viteri Oquendo
Foto Jorge J. Anhalzer / Archivo Criollo

Corredores Biológicos, una alternativa de conservación

Los ríos son un ejemplo de corredores biológicos naturales presentes en paisajes no fragmentados. La mayor cantidad de ellos está en la Amazonía y en las estribaciones de los Andes.

Cada 60 minutos, un área de bosque del tamaño del Estadio Olímpico Atahualpa desaparece en el Ecuador. Si a usted le toma cinco minutos leer este artículo, mientras se entera de lo que aquí dice, en nuestro país habrá desaparecido más o menos el 10% de un estadio lleno de bosque.

Alrededor de 80.000 a 120.000 hectáreas de bosque desaparecen cada año en el territorio nacional. Por eso, si echamos un vistazo al mapa de vegetación remanente continental y lo comparamos con el de cobertura vegetal original del Ecuador, notaremos enseguida que las grandes extensiones de bosque continuo e intacto, sobre todo de la Costa y la Sierra, han sido reemplazadas en su mayoría por áreas agrícolas.

Grandes extensiones de bosque continuo, se encuentran protegidas por el Estado, principalmente dentro del Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SNAP). Sin embargo, en algunas zonas del noroeste del Ecuador, aún existen exuberantes bosques húmedos tropicales que circundan dichas áreas y que están desapareciendo de manera acelerada. Es de esperar entonces que de aquí a unos cuantos años estas zonas protegidas estén cada vez más amenazadas y aparezcan en el paisaje como si fueran islas rodeadas por un gran océano de tierras agrícolas.

Este proceso de fragmentación o división de extensos hábitats en pequeños parches aislados de vegetación tiene consecuencias biológicas y socioeconómicas importantes. Las consecuencias, desde el punto de vista biológico, se dan a diferentes niveles: van desde cambios en las características genéticas dentro de las poblaciones hasta cambios en la distribución de las especies y ecosistemas. En estas islas únicamente sobrevivirían aquellas especies que tienen pequeños rangos de distribución (es decir, que ocupan territorios pequeños) o modestos requerimientos de hábitat, como muchas plantas e invertebrados.

Las islas serían un verdadero problema para aquellos animales que tienen grandes rangos de distribución, como el oso andino o el tapir de montaña, así como para muchas aves, cuyo rango de distribución (espacio en el que viven) sobrepasa el espacio de las áreas protegidas.

Si aquellos espacios (no protegidos) desaparecen, también desaparecerán las especies que los habitan, a menos que estas sean capaces de moverse rápidamente a otros lugares más seguros, como las zonas del SNAP.

Otra causa importante de la fragmentación es el aislamiento de las poblaciones debido a la presencia de barreras como extensos pastizales o carreteras, que pueden impedir el movimiento y la dispersión de las especies. Esto, a la larga, incide en la pérdida de la variabilidad genética, debido a una interrupción del flujo genético entre las poblaciones: hay grupos de individuos que no podrán cruzarse entre sí, reduciendo de esta manera las posibilidades de herencia genética. En resumen, se pierde la biodiversidad.

La insularización1 del paisaje incidirá directa o indirectamente sobre las actividades cotidianas que desempeñan las comunidades campesinas. Así por ejemplo, existen comunidades locales y grupos indígenas que dependen de la cacería para su subsistencia y que se verían afectados por estos procesos. El empobrecimiento de suelos, la baja productividad agrícola, y, más temprano que tarde, el caos económico y social, son algunas de las consecuencias.

Lee el artículo completo en la edición No 24

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