Cada 60 minutos, un área de bosque del
tamaño del Estadio Olímpico Atahualpa
desaparece en el Ecuador. Si a usted le toma
cinco minutos leer este artículo, mientras
se entera de lo que aquí dice, en nuestro
país habrá desaparecido más
o menos el 10% de un estadio lleno de bosque.
Alrededor de 80.000 a 120.000 hectáreas
de bosque desaparecen cada año en el
territorio nacional. Por eso, si echamos un
vistazo al mapa de vegetación remanente
continental y lo comparamos con el de cobertura
vegetal original del Ecuador, notaremos enseguida
que las grandes extensiones de bosque continuo
e intacto, sobre todo de la Costa y la Sierra,
han sido reemplazadas en su mayoría por
áreas agrícolas.
Grandes extensiones de bosque continuo, se encuentran
protegidas por el Estado, principalmente dentro
del Sistema Nacional de Áreas Protegidas
(SNAP). Sin embargo, en algunas zonas del noroeste
del Ecuador, aún existen exuberantes
bosques húmedos tropicales que circundan
dichas áreas y que están desapareciendo
de manera acelerada. Es de esperar entonces
que de aquí a unos cuantos años
estas zonas protegidas estén cada vez
más amenazadas y aparezcan en el paisaje
como si fueran islas rodeadas por un gran océano
de tierras agrícolas.
Este proceso de fragmentación o división
de extensos hábitats en pequeños
parches aislados de vegetación tiene
consecuencias biológicas y socioeconómicas
importantes. Las consecuencias, desde el punto
de vista biológico, se dan a diferentes
niveles: van desde cambios en las características
genéticas dentro de las poblaciones hasta
cambios en la distribución de las especies
y ecosistemas. En estas islas únicamente
sobrevivirían aquellas especies que tienen
pequeños rangos de distribución
(es decir, que ocupan territorios pequeños)
o modestos requerimientos de hábitat,
como muchas plantas e invertebrados.
Las islas serían un verdadero problema
para aquellos animales que tienen grandes rangos
de distribución, como el oso andino o
el tapir de montaña, así como
para muchas aves, cuyo rango de distribución
(espacio en el que viven) sobrepasa el espacio
de las áreas protegidas.
Si aquellos espacios (no protegidos) desaparecen,
también desaparecerán las especies
que los habitan, a menos que estas sean capaces
de moverse rápidamente a otros lugares
más seguros, como las zonas del SNAP.
Otra causa importante de la fragmentación
es el aislamiento de las poblaciones debido
a la presencia de barreras como extensos pastizales
o carreteras, que pueden impedir el movimiento
y la dispersión de las especies. Esto,
a la larga, incide en la pérdida de la
variabilidad genética, debido a una interrupción
del flujo genético entre las poblaciones:
hay grupos de individuos que no podrán
cruzarse entre sí, reduciendo de esta
manera las posibilidades de herencia genética.
En resumen, se pierde la biodiversidad.
La insularización1 del paisaje incidirá
directa o indirectamente sobre las actividades
cotidianas que desempeñan las comunidades
campesinas. Así por ejemplo, existen
comunidades locales y grupos indígenas
que dependen de la cacería para su subsistencia
y que se verían afectados por estos procesos.
El empobrecimiento de suelos, la baja productividad
agrícola, y, más temprano que
tarde, el caos económico y social, son
algunas de las consecuencias.
Lee
el artículo completo en la edición
No 24 |
|