Como
todos conocemos, los suelos amazónicos
del Ecuador sufren periódicamente los
efectos nocivos del derrame de hidrocarburos.
Los sistemas naturales resultan seriamente dañados
y la evacuación por medios físicos
(como el drenaje) no es un remedio eficiente.
Frente a tal problema, desde 1998, el biólogo
Iván Aveiga y sus colaboradores han desarrollado
técnicas que facilitan la recuperación
de aquellos suelos, aprovechando el poder que
tienen algunas bacterias para digerir incluso
los componentes más dañinos del
petróleo.
Aveiga, junto a su equipo, trabaja en el Laboratorio
de Bioquímica y Biología Molecular
de la Universidad Católica de Quito.
Sus investigaciones se orientan a canalizar
la facultad de los sistemas naturales para restaurarse
a sí mismos. Esta característica
ha sido intuida por el ser humano desde el principio
de su existencia. Prueba de ello son los relatos
cosmogónicos de las culturas antiguas
en los que los dioses que representan a la tierra
poseen un poder generador oculto. También
las posturas científicas que se discuten
hasta la actualidad se basan en aquella intuición,
por ejemplo, la controvertida teoría
Gaia desarrollada por el bioquímico James
Lovelock, quien concibe a la Tierra, con su
superficie y ambiente circundante, como una
entidad autoreguladora y viva.
En efecto, parte del poder de la naturaleza
para regenerarse parece estar en el hecho de
que varios microorganismos, como las bacterias,
pueden transformar ciertos elementos contaminantes
para alimentarse de ellos. Estos organismos,
que viven en la tierra, el agua y el aire, en
su intento por adaptarse a los cambios ambientales
producidos por los contaminantes (que pueden
ser hidrocarburos) desarrollan sistemas para
degradarlos. La técnica para canalizar
la limpieza de los hábitats que utiliza
las propiedades adaptativas y digestivas de
seres vivos como las bacterias se llama biorremediación.
Los científicos han desarrollado tres
tipos de biorremediación. El primero
es la Bioestimulación, su objetivo es
proveer el ambiente y recursos para que las
bacterias nativas puedan cumplir con la destrucción
de los contaminantes a niveles aceptables. El
segundo es la Bioaumentación, que igualmente
consiste en utilizar bacterias que digieran
los elementos nocivos, pero a diferencia del
primero, las bacterias utilizadas son exógenas:
no pertenecen a ese hábitat. Finalmente
está la técnica de la Transgénesis
que utiliza ciertos microorganismos obtenidos
en laboratorio mediante la ingeniería
genética.
De los tres, el más efectivo para los
fines amazónicos es la Bioestimulación,
porque los microorganismos nativos (endémicos)
son más potentes para la remediación
de aguas y suelos In Situ. Las otras dos técnicas
(la de las bacterias de otro hábitat
y la de las bacterias manipuladas genéticamente)
son más efectivas en biorreactores o
en ambientes controlados.
Pues bien, si ha de utilizarse la primera (la
Bioestimulación) es necesario poner en
marcha una estrategia para que las colonias
de bacterias nativas se adhieran a las sustancias
tóxicas y, por medio de compuestos y
enzimas, las transformen en un suculento banquete
de carbono que será devorado. De esta
manera, se utiliza el poder regenerador de la
naturaleza que pone a trabajar a las bacterias
aprovechando su apetito y convirtiéndolas
en una suerte de restauradoras.
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