El
espectáculo ofrecido durante la corrida
capta toda la atención del público,
que es testigo tanto de los elegantes pases
ajecutados por los "gladiadores" como
de los desafortunados "cogidos", quienes
ya sea tushpados o cornados son los
verdaderos protagonistas de esta jornada. |
Sin
importar los baches del camino, la F350 lleva
un cargamento vivo a gran velocidad. La última
tapita de puro, “la del estribo”,
se ha evaporado antes de llegar a la barriga
y va aruñando todo a su paso. El conductor,
“embellecido”, cambia las marchas
y hace tronar los piñones; hace rato
que la prudencia se ha perdido. Atrás
del volante de “el terror de las quinceañeras”
hay alguien que escucha un pasillo mal sintonizado
y piensa que la Ford puede aguantar el tremendo
embate sin que revienten los amortiguadores.
Las borlas y hamacas de lana disimulan un tremendo
trizado en el parabrisas que por lo visto gotea
ante cualquier llovizna. Mientras tanto, el
cargamento atrás está por bambolearse:
si no fuera por las waskas bien ceñidas
a las cornamentas de los ocho cimarrones (que
apretujados desconocen su destino final) el
cajón de madera se despegaría
del chasis.
Horas antes, los chagras han arreado el ganado
desde las frías alturas de los pajonales
inhóspitos e insondables hasta juntarlos
en el corral. Aquí se han seleccionado
ocho wagras y han sido embarcados en el balde
astillado con un chaki, que disfruta de un último
fuerte de caña antes de rodar páramo
abajo. El humor y la picardía de estos
hombres del pajonal hacen parecer que el trabajo
de la chagrería no es más que
un juego de niños. Esta actividad implica
un alto riesgo: manejar estos demonios negros
prestos al ataque requiere una habilidad aprendida
y desarrollada, eso sí, desde la infancia.
Los bravos que serán jugados en el segundo
día de los tres que componen la feria
de Machachi ahora van mugiendo en el cajón
de madera.
Otra historia se cuenta en Machachi. El golpeteo
de duelas, el martilleo de clavos y las órdenes
de dirigentes se escuchan alrededor del armazón
que más tarde será denominada
chingana y servirá de tribuna y burladero
a la vez. Dos pisos de madera se alzan al estilo
antisísmico: totalmente flexible a cualquier
movimiento producido por los espectadores. Contienen
pingos y tablones de eucalipto que hacen las
veces de columnas y tablado, clavos y alambre
galvanizado para reforzar las uniones, cobertores
plásticos que sirven de paraguas y parasol,
y largueros que harán las veces de butacas
compitiendo con las sillas plásticas
de algún piso más lujoso. La estructura
se aferra a los cimientos del suelo, también
se apoya sobre las tribunas vecinas de tal suerte
que si es removida cierta sección caería
inevitablemente con un efecto dominó
hacia el lado en donde se hiciese el vacío.
No es de extrañarse que algún
“estrado”, construido por algún
audaz inversionista, se vaya hacia adelante
(hacia el ruedo) o hacia atrás (hacia
las “afueras”) por carecer de sostén
extra. Se ha dado el caso en el que los asistentes
no han perdido los abonos por cuestiones de
seguridad, al no tener que abandonar las localidades
gracias al peso equilibrante de los espectadores,
ya sea que colaboren quietesitos o al ritmo
del movimiento de la tribuna para evitar su
caída
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el artículo completo en la edición
No 20
de ECUADOR TERRA
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