Noviembre de 2002
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Por Julián Larrea
Fotos Jorge J. Anhalzer / Archivo Criollo

Tarde de Toros

El espectáculo ofrecido durante la corrida capta toda la atención del público, que es testigo tanto de los elegantes pases ajecutados por los "gladiadores" como de los desafortunados "cogidos", quienes ya sea tushpados o cornados son los verdaderos protagonistas de esta jornada.

Sin importar los baches del camino, la F350 lleva un cargamento vivo a gran velocidad. La última tapita de puro, “la del estribo”, se ha evaporado antes de llegar a la barriga y va aruñando todo a su paso. El conductor, “embellecido”, cambia las marchas y hace tronar los piñones; hace rato que la prudencia se ha perdido. Atrás del volante de “el terror de las quinceañeras” hay alguien que escucha un pasillo mal sintonizado y piensa que la Ford puede aguantar el tremendo embate sin que revienten los amortiguadores. Las borlas y hamacas de lana disimulan un tremendo trizado en el parabrisas que por lo visto gotea ante cualquier llovizna. Mientras tanto, el cargamento atrás está por bambolearse: si no fuera por las waskas bien ceñidas a las cornamentas de los ocho cimarrones (que apretujados desconocen su destino final) el cajón de madera se despegaría del chasis.

Horas antes, los chagras han arreado el ganado desde las frías alturas de los pajonales inhóspitos e insondables hasta juntarlos en el corral. Aquí se han seleccionado ocho wagras y han sido embarcados en el balde astillado con un chaki, que disfruta de un último fuerte de caña antes de rodar páramo abajo. El humor y la picardía de estos hombres del pajonal hacen parecer que el trabajo de la chagrería no es más que un juego de niños. Esta actividad implica un alto riesgo: manejar estos demonios negros prestos al ataque requiere una habilidad aprendida y desarrollada, eso sí, desde la infancia. Los bravos que serán jugados en el segundo día de los tres que componen la feria de Machachi ahora van mugiendo en el cajón de madera.

Otra historia se cuenta en Machachi. El golpeteo de duelas, el martilleo de clavos y las órdenes de dirigentes se escuchan alrededor del armazón que más tarde será denominada chingana y servirá de tribuna y burladero a la vez. Dos pisos de madera se alzan al estilo antisísmico: totalmente flexible a cualquier movimiento producido por los espectadores. Contienen pingos y tablones de eucalipto que hacen las veces de columnas y tablado, clavos y alambre galvanizado para reforzar las uniones, cobertores plásticos que sirven de paraguas y parasol, y largueros que harán las veces de butacas compitiendo con las sillas plásticas de algún piso más lujoso. La estructura se aferra a los cimientos del suelo, también se apoya sobre las tribunas vecinas de tal suerte que si es removida cierta sección caería inevitablemente con un efecto dominó hacia el lado en donde se hiciese el vacío. No es de extrañarse que algún “estrado”, construido por algún audaz inversionista, se vaya hacia adelante (hacia el ruedo) o hacia atrás (hacia las “afueras”) por carecer de sostén extra. Se ha dado el caso en el que los asistentes no han perdido los abonos por cuestiones de seguridad, al no tener que abandonar las localidades gracias al peso equilibrante de los espectadores, ya sea que colaboren quietesitos o al ritmo del movimiento de la tribuna para evitar su caída

Lee el artículo completo en la edición No 20
de ECUADOR TERRA INCOGNITA

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