La
historia tradicional del Ecuador es un tema
que ha suscitado mucha polémica en cada
uno de sus períodos. Es así que
se ha tornado en un espacio difuso para la población,
tanto por los mitos, leyendas y especulaciones
que existen como por la inconsistencia de la
enseñanza en los establecimientos educativos.
En este contexto, uno de los temas más
controversiales ha sido el del denominado Reino
de Quito, de los habitantes de lo que hoy es
el Ecuador en tiempos precolombinos y preincásicos,
capítulo importante en la enseñanza
de historia nacional.
¿REINO DE QUITO?
Según cuentan la mayoría de los
textos de historia, en el territorio que hoy
es el Ecuador llegó a constituirse en
tiempos precolombinos una gran confederación
con organización imperial, a la que el
padre Juan de Velasco llamó el “Reino
de Quito”. Éste habría llegado
a constituirse a fuerza de conquistas, batallas,
y finalmente gracias a una alianza matrimonial
entre las estirpes de los míticos Toa
y Duchicela, que habría unificado a los
caras y a los puruháes. El discurso de
los “quitólogos” (que es
como se designa a los defensores de esta idea)
incluso hace una apología de los árboles
genealógicos y de ciertos personajes
en particular. Se destaca Pacha, quien habría
sido la princesa del Reino a la llegada de los
incas, hija de Cacha, a quien, en vista de la
bravura de los aborígenes y de la belleza
de la princesa, Huayna Cápac decide desposar
para así, finalmente, llegar a unificar
los imperios y extender las fronteras del Tawantinsuyu.
A partir de estos sucesos es que Atahualpa no
habría sido solamente Inca, sino Inca-Shyri
y además, Duchicela. No faltaron historiadores
que crearan la etimología y el árbol
genealógico de esta estirpe, deviniendo
las designaciones completas de Pacha Duchicela
XVI y Atahualpa Duchicela XVII.1 Esto sin duda
deja intacta la dignidad quiteña.
De ahí que en el período gubernamental
1992-1996 tuvo el Ecuador un secretario de Estado
de Asuntos Indígenas con supuesta ascendencia
directa de la mítica y altiva estirpe,
con pomposo nombre: Luis Felipe Atahualpa Huaraca
Duchicela Santa Cruz XXVIII. Lo curioso es que,
por un lado, los documentos donde se supone
se prueba la legitimidad de esta genealogía
han desaparecido y nadie los ha visto jamás
(además de que, en general, es imposible
reconstruir sustentadamente cualquier genealogía
indígena en el país, por varios
motivos que no vienen al caso), y, por otro
lado, se sabe que este “último
de los emperadores indígenas ecuatorianos”
dominaba el inglés y acaso el francés,
pero no conocía ni una sola palabra en
quichua (más allá de los difundidos
términos cancha, ayayay, arrarray, guagua,
taita, atatay, y otros de dominio común),
además de que no gobernó ni un
solo día. Es decir, su nombramiento no
pasó de ser ficticio y simbólico.
Lo grave con respecto a este Reino es que no
ha dejado ninguna huella arqueológica
(y mucho menos documental) que respalde estas
aseveraciones, más aun tratándose
de una sociedad de esta envergadura. Porque,
como dice Ernesto Salazar (que de paso sea dicho,
no tiene ningún parentesco con mi persona):
“al fin y al cabo, pueblos de organización
mucho menos compleja lo han hecho.
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