Hace
un par de meses el congreso estadounidense frenó
en seco las intenciones de su propia industria
petrolera, al vetar la posibilidad de explotar
crudo en la bahía Prudhoe en la costa
norte de Alaska. La razón de dicha prohibición
fue que la perforación debía realizarse
en un área sensible y por lo tanto protegida:
a ella los caribúes acuden cada verano
a parir. Los congresistas “gringuitos”,
como les diría con cariño nuestro
Presidente, responsables de tal negación
y que comparten con los “alemancitos”
la condición de pertenecer al “primer
mundo” así como la capacidad de
planificar a largo plazo, dejaban saber a la
opinión pública que, mientras
no existan tecnologías más limpias,
la bahía Prudhoe estaba fuera de los
límites de la industria petrolera.
Pese a que estamos viviendo una situación
similar, parece que esta noticia ha pasado inadvertida.
Nadie en el Ecuador ha emitido opinión
en algún medio de difusión pública
en cuanto al suceso anteriormente descrito.
Nuestra discusión entre conservación
y explotación petrolera está geográficamente
localizada en la arista de la loma de Guarumos,
contrafuerte del volcán Pichincha. El
trazado del Oleoducto de Crudos Pesados (OCP)
manda que el nuevo ducto sea colocado sobre
dicha cuchilla. Es obviamente la vía
más corta y por ende la menos costosa,
pero es una cuchilla extremadamente estrecha:
apenas un par de metros de ancho en varios trechos.
Debe su forma a la infinidad de deslaves, producidos
en las laderas de ambos costados, que a lo largo
del tiempo la han ido afilando. La erosión
que han causado estos deslizamientos sigue actuando
hasta el día de hoy e indudablemente
lo hará en el futuro, aunque exista un
decreto en contra. La fuerza de gravedad, ayudada
por este suelo deleznable, continuará
en su trabajo de llevarse la loma hasta el fondo
del valle. Colocado el oleoducto sobre esta
cuchilla tiene la terrible capacidad de, en
caso de accidente, contaminar dos cuencas hidrográficas
al mismo tiempo: la del río Mindo que
esta hacia el norte y la del Alambí al
sur.
Tal terrible situación suena como estrategia
de guerra, como si se tratase de causar el mayor
daño posible. Igual que en los Estados
Unidos, en una esquina del polémico cuadrilátero
está la industria petrolera, amparada
bajo la bandera del desarrollo económico;
el manager de este contendiente es el Gobierno.
En la otra esquina están los ecologistas
bajo el emblema de la conservación y
dirigidos por algunas ONG. Se puede encontrar
semejanzas entre Ecuador y los Estados Unidos
en esta específica situación,
pero la actitud para enfrentar dicho problema
es diametralmente diferente.
Se supone que el reglamento que rige este encuentro
pugilístico es el mismo que preside todos
los otros diferendos que a los ecuatorianos
nos atañen; el réferi si existiera
debería recurrir a la constitución
de la República que, aunque nadie oiga,
ni quiera acordarse, clarito dice: “El
Estado protegerá el derecho de la población
a vivir en un medio ambiente sano y ecológicamente
equilibrado, que garantice un desarrollo sustentable.
Velará para que este derecho no sea afectado
y garantizará la preservación
de la naturaleza”.
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No 18 ECUADOR TERRA
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