Reconozco
la suerte de recibir mis herencias, las considero
portadoras de una cualidad similar a aquella
que fecundó los campos andinos; por eso
valoro el privilegio de nuestra Sierra ecuatoriana
cuando verifico la presencia de sus hoyas rodeadas
de cerros y enriquecidas por los sistemas fluviales
que vivifican su fertilidad. Algo me induce
a encontrar, en este prodigio, cierta similitud
a lo ocurrido con mis ancestros; con gusto acepto
estas raíces al sentirlas correr por
mi sangre. ¡Cuán feliz me siento
al percibir las aportaciones genéticas
recibidas de los quitu-caranquis y de los incas!
Aprecio, al mismo tiempo, el efecto múltiple
de las razas llegadas de España y sostenidas
por troncos familiares nacidos de los viejos
abolengos celtas, berberiscos, moros y demás
generaciones latinas prestas a integrar este
cuadro multiétnico.
Toda la fantasía de estos fenómenos
fundidos con la realidad andina dio a estos
parajes cierta vivencia mística, mítica
y mágica; tres virtudes telúricas
a las que se sumó la realidad equinoccial
que, como un milagro, introducía la perpendicularidad
de los rayos solares en el vientre mismo de
la tierra. Esta variedad de incidencias reales
e imaginarias dieron paso al establecimiento
de la cultura “chagra”, palabra
que se presume que viene de chacra (terreno
donde se cultiva maíz). Se añade
a esto la definición de “campesino
rústico del altiplano del Ecuador”,
presentada por Luis Cordero en su diccionario
de términos quichuas.
Mis primeros contactos con las costumbres chacareras
los tuve con Luis Yánez Reinoso. Él
era conocido popularmente como el “Sordo”
Yánez, quien aparte de ser un buen chalán,
usaba la huasca con extraordinaria habilidad.
En suma, este personaje se destacó mucho
más por sus labores vaqueras que por
sus trabajos agrícolas.
Ahora, el Sordo Yánez usa un aparatito
que le sirve para corregir su sordera, pero
hace de éste un uso muy cómico,
pues lo conecta o desconecta de acuerdo con
lo que quiere escuchar. “Cuando presiento
que hablan boberías, yo me saco la cornetita”.
Es así como un día apareció
un desconocido que se unió a nuestro
grupo y se presentó, mas el sordito no
escuchó su nombre y le pidió que
lo repitiera: “Yo soy Casimiro –le
grito el recién llegado”. “Jo,
jo, jo –se río Lucho– usted
es casi–miro, en cambio yo soy casi–sordo”.
Continúa este maestro con la calidad
ejemplar que caracteriza al chagra legítimo:
enamorador, contador de anécdotas, curioso,
preocupado...
Lucho me acompañó siempre en el
“Paseo Procesional del Chagra”,
auténtico espectáculo criollo
que tuvo su origen en Machachi como remembranza
de la erupción del volcán Cotopaxi,
ocurrida en el año 1877. Por ventura,
de un modo milagroso, el gran Pasochoa y el
Rumiñahui salvaron a los poblados de
Tambillo y Machachi de sufrir los terribles
efectos de dicho acontecimiento, producto de
los enojos de la naturaleza. Los pobladores
esperaron pacientemente a que la cúspide
del volcán Cotopaxi se cubriera nuevamente
de nieve y, cuando esto aconteció, optaron
por realizar una gran minga ganadera, cuya misión
era recoger, corralear y conducir a los lugares
de origen a las reses, equinos y otros animales
domésticos que se desperdigaron con el
suceso.
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No 18 ECUADOR TERRA
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