Voy
a compartir con ustedes, en este relato escrito,
parte de mi cultura. Me gustaría más
llevarlos a mi casa en la selva de Miasal, reunirlos
en torno al fuego y, mientras tomamos chicha
de yuca o nijiamanch, como la conocemos
nosotros, contarles lo que sé sobre las
costumbres de mi pueblo.
En la selva amazónica ecuatoriana y peruana
existe una nación indígena conocida
por sus características guerreras y su
gran apego a la autonomía y a la libertad.
Quien haya oído hablar de los shuar sabe
que somos el pueblo de las cascadas sagradas,
de valientes guerreros y reductores de cabezas.
Mucho se comenta de nuestras costumbres, mitos,
leyendas e idioma, así como de la federación
y de los impactos culturales y ambientales que
estamos viviendo a causa del proceso de desarrollo
en un mundo globalizado.
En el Ecuador, el territorio shuar se despliega
al suroriente, en los bosques de las provincias
de Morona Santiago y Zamora Chinchipe. Alberga
la zona del valle del Upano y la de Transcutucú,
separadas por la cordillera del Cutucú.
Esta cadena montañosa parece un baúl
que celosamente guarda la mayoría de
mitos shuar y una gran diversidad de animales
y plantas. La influencia externa no logra atravesarla
con tanta fuerza. Ni las carreteras, la luz
o la televisión han llegado al Transcutucú.
Para entender la cosmovisión shuar hay
que conocer uno de los mitos más guardados
por nuestra cultura: el mundo en el que estamos
no es real, es solo un paso previo hacia el
verdadero, y el natem (ayahuashca)
o el maikiua (floripondio), ambas plantas
alucinógenas, son la puerta para llegar
a él.
Al mundo real también se lo distingue
como el mundo oculto o de lo sobrenatural, y
solo el Uwishin o shamán lo
conoce bien, pues lo ha visitado muchas veces.
Él es un sabio que puede interpretar
lo que ve en el más allá; así
logra descubrir los orígenes de las enfermedades
y curarlas. Es un hombre de gran fuerza en la
comunidad, que la ha alcanzado con la acumulación
de los arutams, los espíritus
o almas poderosas de los shuar.
La forma de alcanzar el arutam se transmite
de generación en generación. Todo
niño shuar sigue las indicaciones de
un hombre mayor y sabio, el Uunt shuar.
Se van juntos por la selva, por uno, dos o tres
días. El hombre mayor le va contando
su experiencia acerca de la vida, y cómo
él la lleva. Le muestra las enseñanzas
que tiene la selva; le habla mucho de cada planta
y animal, y le transmite que tienen alma y vida.
Juntos cazan y pescan, así el niño
va aprendiendo las reglas, las enseñanzas
de vida de un maestro.
Al cumplir 11 años, en ayuno, el niño
se adentra en la selva en compañía
de un Uwishin, hasta encontrar la tuna
o cascada sagrada. Cuando llegan allá,
juntos construyen la casa del Uwishin
y después se preparan para tomar el natem.
El sabio hace una reseña de todo lo sucedido
en el transcurso del camino por la selva, de
todo lo que aprendieron, y también le
habla al niño acerca de lo que vivirá
en los sueños. Él verá
cosas del pasado, del presente y del futuro.
Al tomar el natem, el joven confía
sus sueños al Uwishin y éste
le ayuda a interpretarlos y a encontrar el arutam.
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No 17 ECUADOR TERRA
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