Los páramos del Pasochoa son alegres.
Cuchillas de pajonales onduladas, separadas
por quebradas iluminadas por el rojo resplandor
de las chuquirahuas, se unen con las vastas
llanuras formadas en la base del Antisana, Sincholagua
y Cotopaxi. |
Mi
alumno amigo, universitario de primer año,
había obtenido en sus años de
secundaria las máximas calificaciones
en geografía del Ecuador. También
había ganado dos concursos sobre el tema.
Entonces lo desafié a realizar un viaje
por la Panamericana Sur, desde Quito hasta Ambato,
con el objeto de que identificase, sobre el
terreno, todas las montañas que se admiran
en un día despejado.
Empezó bien, señalando el Cayambe
y el Cotopaxi en la cordillera Oriental. Dudó
bastante en identificar el Rumiñahui,
luego confundió casi todas las montañas;
señaló el Pasochoa y dijo que
era el Sincholagua; confundió el Guagua
Pichincha con el Atacazo; no pudo reconocer
el Antisana y peor El Altar y el Quilindaña,
a los que admiraba por primera ocasión.
¿Ves?, le dije: has aprendido “geografía
muerta” ¿De qué te ha servido
sacar veinte sobre veinte en todos los exámenes
si ahora, en la realidad, no sabes nada? “No
ha sido mi culpa”, respondió. “Así
nos han enseñado. Todo de memoria y solo
en los libros”.
Mi amigo tenía razón: no era culpa
suya haber aprendido solo nombres sin concretarlos
en la realidad. Y esto sucede no solo en la
geografía sino en otras materias de secundaria:
botánica, zoología y, en general,
ciencias naturales. El aprendizaje debe realizarse
sobre el terreno, en una excursión, en
una marcha de observación. Solo así
el estudiante puede asimilar a fondo los conocimientos
–no solo como meros datos para los exámenes–
y entusiasmarse con la materia.
Algo de esto hemos logrado en nuestras ascensiones
con niños y jóvenes, sobre todo
a la cumbre del Pasochoa, montaña situada
casi en el centro de la hoya de Quito y que
se presta, por lo tanto, para una clase de “geografía
viva” de toda la hoya. Es un espléndido
mirador desde donde se dominan las cordilleras
Oriental y Occidental y los ríos, valles
y poblaciones de toda la región.
El Pasochoa es una montaña baja: los
mapas señalan que alcanza 4 200 metros
de altitud. Se ha independizado del nudo de
Tiopullo –formado por los Ilinizas al
occidente, el Rumiñahui al centro y el
Cotopaxi al oriente– y ha constituido
su propio conglomerado hacia el norte del nudo.
La ascensión al Pasochoa es muy sencilla
por la ruta normal. La aventura comienza en
el valle de los Chillos. Desde Sangolquí
avanzamos por la autopista hasta un camino que
conduce a muchas de las haciendas de los contornos.
Comienza este camino en la quinta Los Álamos
y zigzaguea entre pastizales y praderas limitadas
por eucaliptos y sauces llorones.
Dejamos a un lado la hacienda Cuendina y subimos
por un camino empedrado que nos conduce a las
instalaciones de la planta eléctrica
del Pasochoa.
Una acequia chispeante nos acompaña durante
media hora. El camino tuerce a la izquierda;
pero nosotros seguimos por la derecha. Cruzamos
una alambrada y una quebrada pequeña
y bordeamos potreros de hierba tupida antes
de penetrar en los páramos.
Festivas corrientes de agua brotan de las entrañas
de la montaña y corren por las hendiduras
de las tierras altas para luego, en tranquilo
descenso, bajar a regar las campiñas
y sembríos y encajonarse en canales de
cemento que las conducen a la planta eléctrica.
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el artículo completo en la edición
No 16
de ECUADOR TERRA
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