Febrero de 2002
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Por Julián Larrea
Foto Andrés Vallejo E. / Archivo Criollo

La fiesta del Santo Negro

En el pequeño poblado de Canchimalero festejan con cánticos, música y baile todos los devotos del patrono de los pescadores: San Martín de Porres, el Santo Negro.

Esta historia nace en el vuelo 881 de Continental. El frío mañanero de Quito se sentía en el terminal. Esperé en la fila hasta que el avión acogió al último de los pasajeros regulares, “casi no hay puesto”, pensaba mientras subía las escalinatas para abordar el boeing 767 con destino a New York.

Una vez adentro, los de “primera” empezaban ya su menú destapando la champaña. En “segunda” existía un cierto desorden por ubicar los puestos, hubo que esperar largo para que la gente encontrara su “dirección” exacta. “C-32” decía mi boleto, después de pasar el tumulto con acento y espíritu costeño, di con mi fila. “Qué pena, me voy solo”, no había nadie a mi lado con quien compartir el vuelo. Me lancé, entonces, a invitar a dos mujeres negras que estaban ya sentadas en las filas siguientes y que, sin lugar a dudas, iban al mismo destino. Gentilmente aceptaron acompañarme.

¡Ay, como se mueve esto!, me decía Catalina, para quien ésta era su primera vez en un avión; mientras Rosita, desde el asiento de la ventana comentaba sobre el paisaje a gran altura. Ambas mujeres eran parte de un grupo de afroecuatorianos que, incluyendo al mismísimo Papá Roncón, marimbero de tradición, tenían por destino la feria de Hannover, en representación del Ecuador.

Sobrevolábamos las Antillas cuando terminamos de almorzar. De pronto, y rompiendo con el sonido monótono producido por los motores, la hermosa voz de Catalina que interpretaba un arrullo dedicado a un hijo fallecido, enmudeció a todos los pasajeros. Sus lágrimas se abrieron paso por esas mejillas teñidas por milenios de sol y me hicieron añorar el hábitat de la gente morena. Imaginé los manglares, la selva primaria y la fiesta que significa la vida misma para este rincón de África en el Ecuador.

Pasó un año desde nuestro encuentro en ese vuelo y Rosita Wila me sorprendió con una llamada invitándome a la fiesta de San Martín de Porres, en la casi verde provincia de Esmeraldas. Aunque ella no estaría en la fiesta, ¡yo por nada del mundo me podía ausentar de tal acontecimiento!

Tras nueve horas de recorrido por la carretera, arribamos a esa esquina del Ecuador justo un día antes de finados. En la Tola, como adivinando la suerte, encontré a Catalina, quien se presentó cuando tomábamos una toronjada frente al muelle. Los zancudos empezaban su jornada mientras nosotros recordábamos ese viaje donde me invitó a la famosa fiesta del “Canchimalero” nada menos que a 11 000 m de altura. Como en aquella ocasión, esta vez su voz también sería la protagonista. Estaba, pues, contratada por la balsa de la parroquia para poner el ritmo de arrullo a la travesía que llevaría al santo y sus acompañantes a Limones primero, y siguiendo el curso del Najurungu hacia el mar, a Canchimalero.

A la mañana siguiente doña Nelly, prioste principal de la balsa, y sus ayudantes decoraron la barcaza con ramas de palmeras y cocotales, hojas de platanales, flores de la zona e hileras de serpentinas de colores. Por motores estaban amarradas dos canoas, la una a babor y la otra a estribor. Ambas empujarían el peso de la fiesta flotante por entre los últimos remanentes de manglar. La balsa acogería a San Martín en la proa, y el resto sería espacio para la gente que iría cantando y bailando hasta dar el encuentro a otras balsas, igualmente decoradas y llevando similar algarabía, para festejar al patrono de los pescadors.

Lee el artículo completo en la edición No 16
de ECUADOR TERRA INCOGNITA

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