Noviembre de 2001
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Por Guillaume Long
Foto Heinz Plenge

La hoja prohibida
continuación (3 de 3)

Indígenas de los diferentes países andinos han utilizado tradicionalmente la hoja de coca. En el Ecuador las culturas preincásicas de la Costa, Sierra y Amazonía la utilizaban como parte de los rituales religiosos.

¿Y la coca? Fue por supuesto declarada culpable de las orgías nasales parisinas y neoyorkinas y percibida equivocadamente como madre de todos los males de una juventud desamparada. Poco respaldo tuvo la coca, aun después de alegaciones ampliamente reconocidas en los medios académicos que denunciaban que en los EE.UU. y Europa, la “cocaína” de la calle muchas veces solo tiene del 6 al 8% del extracto de la hoja de coca, mientras que el resto son frecuentemente químicos añadidos, fármacos, vidrio molido o basura de distinta índole. Con suerte, si es muy buena, la cocaína alcanza el 30% de pureza, es decir, 30% de cocaína extraída de hoja (esto solamente para los consumidores solventes, ejecutivos preocupados por la calidad y el añejo del producto). Pero para la mayoría de los drogadictos se trata todavía del Crack Cocaine, sustancia sin refinar, fumada en papel aluminio por las pandillas pobres de la calle que de coca no tiene sino las cuatro primera letras de la palabra.

Hasta donde sepa, la hoja de coca nunca ha matado a nadie. Se la puede comparar a muchas otras sustancias estimulantes, tales como el guaraná de la Amazonía brasileña o el café, del cual tanto abusamos en nuestra sociedad contemporánea. De hecho, es probable que el café que tomo todas las mañanas, en cantidades excesivas y con exagerada negrura, me haga más daño que si tuviera la costumbre de salir de la casa mascando un manojo de hojas de coca. En cuanto a la cocaína callejera del hemisferio norte, remotamente conectada a la hoja de coca por dudosas prácticas químicas, si bien es cierto que cada sobredosis representa un hecho trágico y que las muertes en los EE.UU. por consumo de sustancias ilegales como cocaína y heroína oscilan entre 2 000 y 4 000 anuales, no hay punto de comparación con las cantidades de muertes producidas por abuso de drogas legales como el tabaco, el alcohol o fármacos de varias índoles.

El tabaco, por ejemplo, causa alrededor de 400 000 muertes anuales por enfermedades ligada a su consumo, solamente en los EE.UU. Hace algunos años, se comprobó que el tabaco norteamericano era fuente de un número considerable de muertes en la misma Colombia; muertes que alcanzan cifras mucho más altas que las causadas por consumo de cocaína colombiana en los EE.UU. Sin embargo, hasta la fecha de hoy no han habido serias propuestas formuladas por parte de los países víctimas del cigarrillo norteamericano, a favor de una campaña de erradicación de las plantaciones tabacaleras de Virginia y Carolina del Norte. Talvez sea una iniciativa que valga la pena recalcar en foros y tribunas internacionales. Habría que enfatizar en el uso de los mismos herbicidas, defoliantes u hongos para arrasar con las plantaciones de los carteles del tabaco, de la misma forma que lo han hecho con la coca en América meridional.

Pero más allá de estas propuestas, es menester tratar de convencer al mundo de que la industrialización, manipulación química y comercialización en masa del tabaco, la hoja ancestral de los sioux, comanches y pawnees; y de la coca, la hoja arrebatada a los quitu-caras, incas y chibchas, corresponde a la misma visión despótica, explotadora y ambiciosa que el ser humano ha desarrollado hacia sus recursos naturales. El problema de fondo no es si elegimos comer o no comer la fruta u hoja prohibida, sino si decidimos continuar saqueando al Jardín del Edén, fumigando, como en el Putumayo, talando, como en Esmeraldas, o contaminando, como en Sucumbíos y Pastaza. En vez de poner a la naturaleza en el banquillo de los acusados, por muy estimulante o alucinógena que sea, deberíamos escoger un camino más conocido por la sabiduría de algunos de nuestros antepasados: vivir en simbiosis con nuestros recursos naturales, usándolos y protegiéndolos para beneficio mutuo.

No obstante, la cruzada contra la pobre hoja parece haber hecho abstracción de estas “pequeñas” consideraciones. El Glifosato seguirá lloviendo desde los cielos, castigando a la naturaleza por su atrevida creación, mientras que las armas extranjeras seguirán alimentando a conflictos fratricidas y a ejércitos represivos. La coca es un buen enemigo para crear miedo, establecer fingidos pedestales ideólogicos, y, desde la alta tribuna de la falsificación moralista, seguir gobernando el planeta.

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