Noviembre de 2001
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Por Guillaume Long
Foto Heinz Plenge

La hoja prohibida
continuación (2 de 3)

La hoja mágica de las viejas culturas sigue siendo utilizada por sus facultades similares a las del café. Sin embargo, ahora se volvió indeseable, criminal y por lo tanto prohibida. La modificaron y de pronto se habla de cocaína que se consume como polvo por la nariz y no de la hoja de coca mascada tradicionalmente en los cachetes.

¿Cómo explicarnos, entonces, este giro tan dramático en la historia de esta pobre hoja que, hasta hace poco, yacía en los arbustos, convencida de no haberle hecho daño alguno a nadie? La hoja de coca, concubina de placer y meditación de los Isaminas más sabios de los Andes, no tenía por qué reprocharse sus facultades estimulantes de cuerpo y espíritu. No obstante, de un siglo para el otro, se volvió indeseable, criminal y por lo tanto prohibida. De sagrada pasó a ser satánica, de medicinal a venenosa, hasta el punto de ser calificada como naturaleza nefasta, inútil, porque según algunos entendidos en la materia, Dios creó plantas sanas al igual que plantas malignas, para ver quien caería en la tentación de comerse la fruta prohibida.

En la región del Putumayo (ya no se sabe de qué lado de la frontera), el herbicida ha venido a remplazar la lluvia, y la avioneta a la nube. En los últimos veinte años, una larga lista de sustancias han sido arrojadas desde los cielos para proteger el Jardín del Edén: el GarIon 4 y el Imazapyr, utilizados durante años contra coca y “marimba”; el Tebuthiuron y el Fussarium oxysporum, que fracasaron ante las pruebas impuestas por científicos y organizaciones no gubernamentales; y el “Round Up” o Glifosato, ese fiel defoliante tan preciado por los cruzados de la Guerra de la Coca como por los ingenieros civiles para deshierbar un trecho de los bordes de una carretera.

En Colombia, 41 000 ha fueron fumigadas en 1997, 66 000 en 1998, 50 000 en 1999, y la coca no desaparece. Fueron lOO 000 ha hasta 1998, 200 000 hasta el 2000. ¿Cuántas hectáreas más serán en el 2001, 2002 o 2003? A pesar de esto, la hoja mágica de las viejas culturas del continente subsiste y se riega como monte.

Poco o nada tuvo que ver la hoja con el hecho de que llegó a ser tan odiada. Fue la obra de unos pocos hombres, lejos de los valles y de las culturas autóctonas de América, que a la “coca” le añadieron la “ina” ingerida por la nariz y no mascada entre cachetes, en polvo blanco en lugar de seca, verdácea o café. La sustancia modificada se volvió droga de los ejecutivos de las altas torres de vidrio, de los “nuevos sabios” de un mundo veloz, cibernético, competitivo, donde el más lento soñador o despistado “se quedó porque se quedó”. Estos encorbatados, hijos del business boom de la década de los ochenta, estresados, enervados, presionados y ansiosos de relajarse, prefirieron “esnifar” que mascar.

En tiempos en que la cocaína no era sino una incógnita novedosa, el propio Sigmund Freud no vaciló en recomendar a viva voz que todos sus amigos la consumiesen, por ser, según él, generadora de una potente fuente de energía que trascendía los límites del cansancio y de la voluntad humana, facilitando el arduo trabajo intelectual. Es justamente por ser costosa, propicia al trabajo y a las aspiraciones de poder, que la cocaína se volvió una droga de negociantes, millonarios y presidentes.

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