Septiembre de 2001
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Por Juan Manuel Guayasamín
Foto Pete Oxford y Reneé Bish

¡Nos quedamos sin sapos!
continuación (2 de 3)

Esta ranita arborícola (Hyla lindae) solamente se conoce de un bosque ya desaparecido cerca de Papallacta y de vegetación remanente cercana a Oyacachi. A esta especie también la amenaza la desaparición de su hábitat.

Cuando ésta concluía, cientos de machos se agrupaban alrededor de las charcas recién formadas para atraer hembras con su canto. Después de este corto período de frenesí, los sapos dorados se escondían hasta las lluvias del siguiente año. En 1987, los científicos encontraron aproximadamente 1 500 adultos de esta especie, en 1988 apenas fueron vistos 10 individuos, en 1989 se observó un solo sapo dorado, el último en ser visto hasta la fecha.

Desde Australia, otro ejemplo. El sapo Rheobatrachus silus, especie que era tan abundante que en una hora se podían encontrar cien individuos, desapareció del planeta en 1980, apenas seis años después de su descubrimiento. Cerca del 15% de las ranas del continente australiano han experimentado descensos significativos en sus poblaciones.

Como estos dos casos hay muchos otros. ¿Alguno en nuestro país? Según la UICN, ¡no! Entonces, las más de 400 especies de ranas y sapos del Ecuador gozan de espléndida salud. La tranquilidad invade nuestro espíritu ranófilo. La realidad es muy distinta: lo poco que sabemos parece indicar que nuestro país sería uno de los que más especies de anfibios esté perdiendo o haya perdido.

Para muestra un botón; la historia del jambato negro (Atelopus ignescens), el sapo más abundante de los páramos y valles interandinos ecuatorianos hasta hace un par de décadas. Pocas personas de más de 30 años no recuerdan a este pequeño animal; tan común era. A pesar de ello, fue descrito por la ciencia recién en 1849. Para los que no los recuerden, los jambatos tenían toda la espalda negra y la panza roja o amarillenta, y sus renacuajos pululaban en acequias y riachuelos. A diferencia de la mayoría de sapos, eran diurnos, por lo que constituían uno de los componentes más llamativos y visibles para el visitante de los páramos y valles interandinos.

Para tener una mejor idea de lo que fueron los jambatos, citemos al naturalista y americanista español Jiménez de la Espada: “...su fecundidad es prodigiosa. Veíamos sus individuos a millares por los meses de noviembre, diciembre y enero en los prados herbosos y húmedos, cerca de los arroyos, charcas o lagunas. A orillas de la nombrada de la Mica, en el Antisana, comenzando el año de 1865, los sorprendí en la época de sus amores y cuando los machos buscan a las hembras para ayudarlas al desove o a fecundar los huevos. Perseguíanlas por los tremendales inmediatos al agua con actividad e insistencia y tan ciegos que, luchando por conseguirlas, al alcanzarlas, rodaban en pelotones, revueltos unos con otros...” Ahora, por difícil que parezca, en los páramos del Ecuador es imposible encontrar un jambato. Según investigadores del Centro de Biodiversidad y Ambiente de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE), el último jambato negro visto en Quito fue en marzo de 1983 en el sur de la ciudad, cerca de Chillogallo, y los últimos registros de la especie datan de marzo de 1988 en los páramos arriba de Oyacachi. Este derrotero parece ser el de muchísimas especies, sobre todo las que habitan (o habitaban) las regiones montañosas y cuyo ciclo reproductivo está asociado a corrientes de agua.

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