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CRISIS ENERGÉTICA |
¿PRODUCIR MÁS |
O CONSUMIR MEJOR? |
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por Pablo Samaniego Ponce
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El Ecuador produce el doble de lo que demanda en energía. ¿Cómo es, entonces, que ahora nos falta? Parte de la explicación es que buena parte de la energía que producimos la exportamos en forma de petróleo y, cuando hay un exceso, como energía eléctrica. Estas paradojas se dan por las deficiencias en la administración pública. La falta de previsión y el no priorizar la cobertura de nuestras necesidades han llevado a que, pese a ese superávit, los apagones se hayan vuelto crónicos.
La energía es lo que permite el funcionamiento del universo, desde las unidades celulares más elementales, pasando por los seres vivos más complejos, hasta los sistemas ambientales y planetarios; todos deben su existencia a la constante interacción entre materia y energía.
Sin embargo, solemos asociar energía solo con electricidad, la que se requiere para mover motores o la que se acumula en los teléfonos móviles. Nos olvidamos de que esas formas particulares de generación o acumulación de energía dependen siempre y necesariamente de los sistemas ambientales, porque de ellos surge la energía primaria. Es gracias a ellos que la energía solar (la única fuente infinita en términos de la temporalidad humana) se transforma en otros tipos de energía, como la contenida en los alimentos, el viento o la corriente de los ríos. De allí también provienen los combustibles fósiles, que son la acumulación por millones de años de los productos de la fotosíntesis. Hay otra forma de energía que no proviene del sol: la geomorfológica, que se concentra, por ejemplo, en los volcanes.
La Revolución Industrial, que inició hace unos trescientos años frente a los más de 10 mil desde que hay sociedades sedentarias, trajo una modificación radical en el consumo de energía. Por un lado, vino el cambio paulatino de las formas de producción y consumo. Sin embargo, lo más significativo fue la generalización del uso del carbón y, luego, del petróleo, que permitió utilizar en instantes energía acumulada por millones de años. Esta discrepancia entre la velocidad en que los combustibles fósiles son consumidos y el tiempo que la biosfera requiere para producirlos y procesar sus desechos (contaminación) es la raíz de muchos de los problemas del mundo actual.
El Ecuador contemporáneo está inmerso en esta lógica de organización alrededor de la energía. El propósito de lo que sigue es conocer las principales tendencias de su producción y consumo, recordando que la utilización tiene como propósito superar las limitaciones humanas, lo que para algunos constituye, por sí mismo, un mayor nivel de bienestar.
Tanto la producción como el consumo total de la energía se pueden subdividir en dos grandes bloques: combustibles y electricidad, aunque esta última en parte requiere de combustibles para ser generada. Si bien la producción nacional de energía sigue siendo superior al consumo, este último ha crecido durante las dos últimas décadas a una tasa promedio anual de 1,6 % por persona. Los requerimientos que tenemos son cada vez mayores debido a los cambios en los sistemas de producción, de transporte y las características de la demanda. Sin embargo, ese crecimiento se estancó a partir de 2015 (por la desaceleración de la economía) e incluso hubo una reducción considerable por las medidas tomadas para moderar el contagio del COVID-19.
Los combustibles fósiles son la principal fuente de energía del país. Su consumo creció en 3 % promedio anual entre 2000 y 2021, siendo los más importantes y los de mayor expansión las gasolinas (4,4 % anual) y el diésel (3,6 %). También son las fuentes energéticas que tienen mayor demanda por persona, que además tiende al alza. En 2000, por cada habitante se consumían 0,84 galones de gasolina y 1,16 de diésel; veintidós años después se requerían 1,54 y 1,79 galones, respectivamente. A pesar de que el diésel tiene un precio inferior al de la mayoría de las gasolinas, especialmente en el período 2005-2015 el crecimiento de la demanda de gasolinas fue más rápido. Esto se explica en parte porque entre 2010 y 2015 se incorporaron 753 mil unidades al parque automotor (un crecimiento de 10,4 % promedio anual), la mayoría vehículos de uso individual.
La mayor parte de la demanda de combustibles fósiles proviene del transporte terrestre. A su vez, el transporte de carga pesada es el mayor consumidor, seguido por los automóviles de uso individual. Es notable que uno de cada cuatro galones de combustibles se destine al trasporte individual, uno de cada diez al funcionamiento de los taxis y algo más de uno de cada veinte a los buses. Es decir, existe una concentración en la solución individual del transporte, la modalidad más ineficiente tanto en gasto de energía como en contaminación generada. Otra paradoja que esta organización de la movilidad produce es que buena parte de los combustibles se queman cuando los automóviles están estancados en las vías saturadas, y así nos terminamos, de a poco pero con inusitada firmeza, una fuente energética no renovable.

¿QUÉ PASA CON LA ELECTRICIDAD?
La generación de energía eléctrica entre 2000 y 2022 también ha tenido cambios importantes. La energía hidroeléctrica ha sustituido parte de aquella generada por combustibles, y aparecieron otras fuentes, como la eólica y solar, aunque siguen siendo marginales. En ese período, la oferta total de electricidad se multiplicó 3,1 veces. En 2000 el 70 % de la electricidad producida era hidráulica, pero ese porcentaje se fue reduciendo hasta que en 2010 solo representó el 42 %. La incorporación de nuevas centrales hídricas en los años siguientes hizo crecer esa oferta hasta constituir el 77 % del total en 2020. A la mayor importancia de las hidroeléctricas también contribuyó que la capacidad térmica instalada se redujera en 12,5 % promedio anual entre 2015 y 2020, siendo este uno de los elementos clave que explican por qué frente al estiaje no existe capacidad de respuesta. Así, entre 2010 y 2020 se consolidó la importancia de la generación hidráulica de energía, que aumentó en 11 % promedio anual o, de otra manera, casi se triplicó. Si bien esto contribuyó a la reducción del uso de combustibles, también implicó que el abastecimiento de energía eléctrica ahora dependa de los ciclos del agua y del estado de las cuencas hidrográficas, cuyo funcionamiento precisa del diseño de políticas públicas como son, por ejemplo, la conservación de bosques y páramos. También intervienen situaciones exógenas como el cambio climático, que podría alterar la duración, regularidad e intensidad de las estaciones.
Si, según hemos visto, en las dos últimas décadas el suministro de electricidad más que se ha triplicado, ¿cómo es, entonces, que ahora estemos en medio de apagones y emergencias? Lo que pasó es que el consumo de energía eléctrica aumentó en 3,4 veces de 2000 a 2022, es decir, más rápido que el suministro incluso cuando se incorporan las importaciones de electricidad. Eso, y la drástica disminución en la generación termoeléctrica.
Esa tendencia de aumento de la demanda de electricidad estuvo marcada por la demanda del sector industrial, pues se multiplicó por 5,3 veces, o, en otras palabras, aumentó a una tasa promedio anual de 7,9 %. Esto es mucho más que el crecimiento de la economía, cuyo promedio fue de 3,6 %. Es decir, hay un aumento considerable del consumo eléctrico empleado para la producción, el que ocurre principalmente en el primer decenio del siglo XXI. Esta tendencia se aceleró con el paulatino incremento de los subsidios a la electricidad que usan la industria y la minería, mismos que alcanzan los 600 millones de dólares y fomentan el uso ineficiente de la energía. El cambio pudo haber ocurrido, además, por la sustitución de otros tipos de energía por aquella generada en las centrales hidroeléctricas, en tanto el planteamiento desde la política pública fue que se garantizaba un suministro creciente y de mejor calidad por la ampliación y adecuación de las redes de transmisión. También influyó el inicio de la explotación minera a gran escala, una actividad de alto consumo energético en relación a su producción económica. Así, mientras la minería representó algo más del 1 % del PIB en 2022, consumió el 2,7 % de la energía eléctrica.
El segundo sector con mayor demanda y también segundo en crecimiento es el residencial. Se expandió en 2,8 veces o una tasa promedio anual de 4,8 %, muy por encima del crecimiento poblacional que en ese período venía declinando y ya era menor al 2 %.
El consumo de energía eléctrica de los hogares habría cambiado en el período por la confluencia de muchos factores. Uno de ellos es el económico, porque luego de la gran crisis de fines del siglo pasado hubo una mejora en las condiciones de vida de la población; la pobreza por ingresos se redujo de 64 % en 2000 a 42,2 % en 2005, cae en diez puntos porcentuales hasta 2010 y en nueve puntos hasta 2015, para luego comenzar a crecer a partir de 2018. Hay una alta correlación entre estos mayores ingresos y el aumento del consumo de electricidad por habitante. No solo se redujo el número de hogares pobres, sino que también creció la clase media, la que en 2013 agrupaba al 32 % de la población, el doble con relación a los primeros años del nuevo siglo.
Estas transformaciones económicas tienen implicaciones en los patrones de consumo, especialmente en bienes como la ropa, electrodomésticos o automóviles. Esos patrones no solo cambian por los mayores ingresos, sino que se modifican, además, por el abaratamiento de los productos industrializados por la nueva oferta de China, India y otros países asiáticos. También contribuyen los nuevos consumos asociados a la revolución en las tecnologías de la información y comunicación, que comienzan a expandirse en el país desde mediados de la primera década de ese siglo.

Otro factor son las políticas públicas. Además de los subsidios mencionados arriba, hubo algunas iniciativas puntuales como el incentivo al uso de focos ahorradores y de cocinas de inducción que, en conjunto, condujeron a que los hogares tengan la posibilidad de extender su consumo de bienes no alimenticios. Podríamos preguntarnos: ¿cómo es que, si los focos ahorradores consumen menos energía, se los lista como razón para un aumento de la demanda? Eso lo ayudó a explicar uno de los precursores de la economía marginalista a mediados del siglo XVIII, William Stanley Jevons. Él encontró que cuando aumenta la eficiencia de una tecnología, los costos de utilizarla suelen reducirse tanto que se la emplea mucho más, por lo que el consumo total aumenta. A este fenómeno se lo denomina la paradoja de Jevons, y es lo que sucede con cocinas inductoras, focos ahorradores y, ahora, con la explosión de iluminación y pantallas led.
En términos más amplios, aumentó la demanda de bienes de consumo en general (aunque hay que recordar que siempre hay porciones de la población excluidas de la participación en este consumo). Además del gran aumento de automóviles que vimos arriba, también ha habido la generalización de dispositivos electrónicos. En las estadísticas del Banco Central se observa que el total de las importaciones de bienes de consumo duradero (es decir, aquellos que permiten un uso prolongado, con excepción de los automóviles) se expanden en 4,3 veces entre 2001 y 2023. Y si es que en 2001 se hacían compras en el exterior de 48 dólares por persona, en 2023 estas habían aumentado a 150 dólares por persona. Unos ejemplos: entre 2006 y 2014 (que son los datos públicos más recientes), el número de aparatos de aire acondicionado se duplicó, en tanto que el de televisores creció en 37 %.

Como resultado, en la actualidad una buena parte de la población lleva en sus bolsillos, mochilas o carteras una carga de energía que provino de la oferta de electricidad, carga que en algunos casos es utilizada intensivamente para comunicarse o hacer procesos en una computadora, o simplemente se mantiene esa energía en estos pequeños dispositivos por si acaso alguien llame. Estamos, por tanto, frente a un cambio significativo en los patrones de uso, pues antes, con los teléfonos fijos, el consumo de energía ocurría cuando estábamos en una llamada; ahora estamos conectados todo el tiempo. Por otro lado, de manera simultánea, el uso de estos dispositivos también ha conducido al ahorro de energía y otros materiales. Por ejemplo, gracias a ellos se evitan algunos desplazamientos, o algunas actividades se han digitalizado o, como dicen algunos, desmaterializado (pero no desenergetizado).
Para retomar las ideas iniciales y concluir, podríamos decir que la sociedad está organizada de tal manera que cada vez se requiere más energía; no hemos tratado, por ejemplo, las implicaciones del crecimiento extensivo de las ciudades (y con ellas del alumbrado público y de los desplazamientos). El problema central es que si no se hace uso de energías renovables y poco contaminantes, el colapso está asegurado; tardará más o menos décadas, pero llegará en un transcurrir doloroso. Por ello, resulta incomprensible, por ejemplo, que el Ecuador, que está expuesto a radiaciones solares muy altas, haga un uso extremadamente marginal de la energía solar. Es necesario, para evitar el desabastecimiento de energía, que se refuerce la planificación para tener una dotación apropiada de energía. Pero las soluciones, aunque deben provenir de una adecuada planificación de la cantidad y fuentes de la oferta, no solo dependen de ella. También se necesita estructurar sistemas de transporte adecuados frente a la inminencia del agotamiento del petróleo y buscar un modelo económico más eficiente en el uso de la energía destinada para la producción (lejos de la baja productividad y alto consumo energético de la gran minería o la agricultura industrial extensiva). Además, cada uno de nosotros deberíamos informarnos para reducir o volver menos depredador el consumo que realizamos
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* Pablo Samaniego tiene una maestría en Economía por FLACSO. Es docente e investigador en la facultad de Economía de la PUCE, donde se enfoca en teorías de desarrollo económico y la relación entre la economía y el ambiente, entre otros temas. psamaniego038@puce.edu.ec
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