Se
sabe que hasta antes de la llegada de los españoles
los rondadores estaban hechos de barro cocido
y tenían nueve tubos, quizá por
las concepciones musicales de la época.
Tenían forma de ronda y sus cilindros
estaban unidos descendentemente según
su tamaño. Luego de la fusión
del quichua con el español se lo empezó
a llamar rondador; comenzó así
a interpretarse en las dos culturas y a introducirse
en el espíritu ecuatoriano.
Hablar de este instrumento es adentrarse en
un mundo de magia, leyenda e historia. En algunas
culturas, como en la Jama Coaque, ya se lo utilizaba
en ceremonias religiosas en el año quinientos
de la era cristiana, por eso es común
verlo representado en estatuillas de cerámica
de aquella época. Diferentes formas,
todas relacionadas, permiten reconocer en estos
antiguos instrumentos a los padres del rondador.
Se cree que en aquellos años se los construía
también de fibras naturales como la caña
o el sigse. No se ha llegado ha determinar con
exactitud dónde exactamente fue creado,
ni qué tiempo tomo en desarrollarse;
solo sabemos que es parte de nuestra cultura,
que cuando lo escuchamos lo sentimos profundamente,
y que relegarlo al olvido como hasta ahora es
un error imperdonable.
El rondador representa el equilibrio entre el
hombre, la naturaleza y el espíritu,
conjugados por la imaginación del pueblo
que habitó lo que hoy es Ecuador. No
es difícil imaginar a la comunidad reunida
en torno a la armonía manada de sus cañas
rindiendo tributo a los urcutaitas
y a la sagrada Pachamama.
En tiempos no tan lejanos se fabricaron rondadores
de huesos de animales adornados por piedras
y corales. Esta variedad en la elaboración
es el fructífero resultado de la incansable
búsqueda de nuevos materiales que permitan
mejorar la expresión de sonido y creatividad.
Cuando se lo construye de plumas de mallku,
el cóndor, señor dueño
de los Andes, cuidador de la Pachamama
y del Taitainti, se dota al rondador
de una característica especial y se lo
une a lo espiritual y místico. Historias
de antiguos taitas cuentan las peripecias que
pasaron nuestros ancestros para tener el privilegio
de llevar consigo este magnífico instrumento:
noches bajo la luz de la luna, largas y frías,
con las estrellas asomándose a la boca
de las cuevas que cavaban en la tierra y en
las que permanecían escondidos hasta
poder recoger las plumas del pájaro de
los dioses. Fueron noches de respeto a la vida
y entendimiento con la naturaleza, tiempo que
sirvió para escuchar al viento soplar,
creando diferentes sonidos, melodías
y armonías. La recompensa por esas frías
noches escuchando la verdadera música,
la que viene de la naturaleza, fue un instrumento
ligado al shungu andino. Cuando se
lo sopla recuerda al inasible huaira
en la sobresaliente cordillera ecuatoriana.
El rondador es conocido en toda la región
andina. En el Ecuador tiene parientes lejanos
como el pingullo, el pífano
y las pallas; en Perú y Bolivia
sus primos son la malta, los chulis,
zampoñas, sankas y tarkas.
La gran capacidad creativa de la región
se manifiesta en el florecimiento de instrumentos
extraor- dinariamente parecidos pero completamente
diferentes en escalas musicales, afinaciones
e incluso interpretaciones.
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el artículo completo en la edición
No 13
de ECUADOR TERRA
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