Los
alegres ritmos de las bandas de pueblo suelen
acompañar estas ocasiones, las bocas
encargadas de los discursos se llenan con palabras
elocuentes y los pechos henchidos de fervor
patriótico se encargan de arrojarlas
fuera; mientras tanto, los cronistas recogen
imágenes y frases aparentes para difundirlas.
En este estilo suelen inaugurarse —cortando
la cinta tricolor— carreteras, puentes,
oleoductos, canales de riego, autódromos,
conjuntos habitacionales y demás íconos
del progreso. El país entero va inundándose
de obras que producen un extraño desarrollo,
extraño digo porque a la postre suelen
traer solamente exiguos beneficios, una ínfima
parte de lo planeado o prometido. Hasta ahora,
la bonanza del petróleo solo ha servido
para armar una tremenda farra con poquísimos
invitados.
Parecería ser que casi todas estas obras
resultan bastardas; se conciben en un arrebato
irresponsable e impulsivo, en un momento insensato
al calor de la pasión personal. Después,
ya nacidas como cualquier huairapamuscha, no
tienen ni padre ni madre que se ocupe de ellas.
Los baches, derrames y colapsos se inauguran
al poco tiempo que estos huérfanos. Al
rato, la magnífica apariencia que sirvió
para engalanar a los "bienhechores"
en las páginas de la prensa, da paso
a la agujereada realidad donde las abundantes
fallas aparecen y los "malhechores",
abundantes también, hace tiempo han desaparecido.
Entonces nos damos cuenta de que no hay con
qué mantener la "obrita", pero
vivimos resignados, maniatados y esclavizados
a nuestra egoísta miopía. Preferimos,
cada cantón de la patria, tener nuestro
propio mal camino que nos cruce la cordillera,
en vez de tener pocas pero buenas carreteras
que unan las diferentes regiones.
Algunos concejales y demás entroncados,
a sabiendas del trazo que llevará la
eventual vía, se benefician de la enorme
plusvalía al hacerse adjudicar tierras
baldías y venderlas con camino de acceso.
Los constructores ganan por metro de tierra
removida y los madereros "limpiando la
maleza" a los costados de la nueva vía,
mientras los responsables gubernamentales del
ambiente se satisfacen sembrando pintorescos
e ineficaces letreros que rezan de mil maneras
que "no hay que cortar los árboles".
Ya ese ritmo vamos lotizando el país,
cruzándolo de obras que, mejor analizadas,
no son más que las últimas estrategias
para apuradamente vaciar la despensa. Así
mismo, en el nombre del progreso y de la economía,
nos lanzamos a la construcción de un
nuevo oleoducto. Mientras los gringos, que serán
lo que quiera pero probado lo tienen que no
son ningunos tontos, mantienen unas reservas
petroleras casi intocadas y compran la mayoría
de lo que necesitan afuera, nosotros tenemos
un ansia de rifárnoslo todo ahorita mismo.
Quiera el destino que la ciencia progrese rápido
y en el futuro próximo encuentre otro
recurso energético que no sea el petróleo,
que si acabado el nuestro nos toca comprarlo
afuera, ya nos enteraremos los ecuatorianos
lo que en verdad son los precios internacionales.
Pero aparte de la conveniencia o no de vender
lo más rápido nuestro crudo, hay
que ver lo difícil que es entender el
afán de sacarlo por los pocos lugares
bien conservados que nos van quedando, en este
caso, un legado de la naturaleza en Mindo y
sus alrededores cuidado por un puñado
de verdaderos patriotas.
Lee
el artículo completo en la edición
No 13
de ECUADOR TERRA
INCOGNITA |
|