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no. 122
julio agosto 2021

 

 

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Portada de la revista Ecuador Terra Incognita No. 122: Otoniel Gualinga luce uno de muchos diseños faciales rituales utilizados por los hombres de Sarayacu. Foto: Misha Vallejo


Portada de la edición actual de la revista Ecuador Terra Incognita

 

 

Carta del editor

Lo nuevo suele estar en la mirada. En esos casos, la innovación consiste en hacer una pausa y observar con ojos renovados lo que ya teníamos frente a nosotros, lo que nos ha sido legado, incluso lo que considerábamos superado o caduco. Innovar puede ser nada más, pero nada menos, que asegurarse que lo bueno que ya hay, no sea desplazado por el implacable empuje de la novelería. Le sucedió, por ejemplo, al café pasado, que se volvió una añoranza disfuncional para toda una generación obnubilada por la facilidad devaluadora de lo “instantáneo”. Hoy la recuperación de los rituales y pausas del buen café son una de las más dinámicas facetas de nuestra cultura (y de nuestra economía).

En esa onda, el artículo de Lucía de la Torre y José Romero nos propone que regresemos a ver de nuevo a uno de esos tesoros que hemos arrumado en el ático de lo rural y lo arcaico: los chamburos, jilgachos, chigualcanes, toronches y demás parientes de la papaya y el babaco, sus primos más conocidos. Escondidos en las huertas o en los bosques del país, esperan que reconozcamos sus bondades biológicas, multiplicidad de usos y vocación gastronómica para obsequiarnos con sus generosidades.

La fotografía de Misha Vallejo nos plantea indagar otro secreto: un poblado agazapado en un meandro de la selva amazónica. La gente de Sarayaku desafía los prejuicios de la cultura nacional que los representa como retardatarios, para, a caballo entre sus costumbres y las redes globales, aportar con su cosmovisión de “selva viva” a la solución de las crisis de nuestra civilización.

Para finalizar, les presentamos una semblanza de la primatóloga Stella de la Torre, que tras horas, días y años de observar a los leoncillos, los monos más chiquitos del mundo, terminó viéndolos “de nuevo”. No solo que rompió con la suposición de que los monos no tenían cultura (entendida como la capacidad de pasar lo aprendido a las siguientes generaciones), sino que cayó en cuenta que la especie que venía observando no era una, sino dos.

 


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