La
Semana Santa, conjuntamente con la Navidad,
son las fiestas centrales del calendario litúrgico
cristiano. En el mundo católico, es una
época de recogimiento y respeto hacia
las celebraciones establecidas por la Iglesia.
Durante estas festividades, las andas y los
penitentes se convierten en el centro de atención
de los observadores. Sobre las andas van las
imágenes religiosas, generalmente de
tamaño real, vestidas en sus mejores
galas y rodeadas de mucha pompa. Velas prendidas
y flores crean una escenografía realista
y tridimensional. Los penitentes y encapuchados
son parte del cortejo, personificando el arrepentimiento
y dolor de los pecadores terrenales y recordándonos
así la razón de la muerte de Cristo.
La Semana Santa es el momento culminante de
la Redención y se la celebra en tres
días: Jueves Santo, que conmemora la
Última Cena y la institución de
la Eucaristía; Viernes Santo, la pasión
y muerte de Nuestro Señor Jesucristo;
y Domingo de Resurrección.
Con Cristóbal Colón, la doctrina
cristiana y sus celebraciones llegan al mundo
latinoamericano. En la Audiencia de Quito las
fiestas se cristianizan a partir del siglo XVI
a través de la evangelización,
a cargo de las Órdenes Mendicantes (franciscanos,
dominicos y mercedarios). Los indígenas
se convierten y son bautizados, dando inicio
al criollismo cultural que surge como un híbrido
de lo ancestral prehispánico y la realidad
de la Europa renacentista. Así, como
en España, las imágenes religiosas
se pasean por las recién fundadas ciudades
en los hombros de “costaleros”,
pero que ahora van vestidos con los multicolores
de la tierra. Se imponía una religión
extraña, pero con celebraciones cargadas
de detalles locales que les daban singularidad.
La celebración de la Semana Santa se
inicia con la entrada de Jesús a Jerusalén.
Mientras el Redentor en su burro cabalga sobre
un camino tapizado de tallos y flores, los vecinos
regocijados lo reciben con ramas de palmeras.
Desde el siglo XVI, en nuestro mundo, el Domingo
de Ramos se realizan actividades para celebrar
este acontecimiento, entre las que destaca la
confección de adornos de palmas. Con
sus hojas se entretejen canastos, flores, mariposas
o lo que se le ocurra al tejedor. Éste
puede ser un niño o cualquier miembro
de la familia, o bien un tejedor experto que
venderá luego los ramos en los atrios
de las iglesias, conjuntamente con el romero,
el laurel, la flor del maíz y el incienso
o palo santo que se queman durante los servicios
religiosos. Dentro de las iglesias, el movimiento
de las palmas, los adornos que penden de ellas
y el aroma de las hierbas aromáticas
contribuyen a una de las más alegres
y vistosas celebraciones litúrgicas del
año. Al término de la misa, los
ramos bendecidos son colocados en algún
punto importante del hogar para que éste
sea protegido. El romero y el laurel se guardan
para ser quemados y utilizados en la preparación
de la primera comida del año, especialmente
en el arroz de cebada, para que no falte el
sustento.
Para la comunidad negra, el ritual y el rito
se entremezclan con los elementos del medio
ambiente.
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el artículo completo en la edición
No 12
de ECUADOR TERRA
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