Por
debajo del túnel formado por las atiborradas
ramas de la vegetación que crece de lado
y lado, transcurre el camino hacia el inmenso
cráter. No puedo imaginar una entrada
más propicia a este insólito mundo
dentro de una caldera, peculiar entre otras
cosas por ser una de las pocas habitadas en
el mundo. Insólito también es
el personaje que nos recibió. Unos ojos
cálidos y amables que apenas se veían
entre el copioso ropaje anunciaban a Segundo
Chipantasea, guardaparques y comunero de estos
parajes. Con una sencillez que estremece a los
habitantes de las ciudades nos dio la bienvenida:
“Buenos días, aquí comienza
la Reserva Geobotánica Pululahua”.
El Puluahua es un complejo volcánico
ubicado en el ramal occidental de los Andes,
a tan solo 14 kilómetros al norte de
Quito. Sus 3.383 hectáreas incluyen la
caldera y los diez domos volcánicos que
la encierran o que son contenidos por ella.
Las paredes cubiertas de vegetación que
forman el cráter conceden una abertura
hacia el occidente, impidiendo que se represe
una laguna como en el caso de Cuicocha o del
Quilotoa, y posibilitando así los asentamientos
humanos desde tiempos precolombinos.
El actual asentamiento comienza cuando a principios
del siglo XIX los dominicos y algunos moradores
de las cercanías se instalaron en el
cerro Reventazón. Más que reventar,
el cerro se desmoronó, obligando a sus
pobladores a desplazarse hacia el interior de
la caldera. En la reforma agraria de 1964, la
hacienda que había sido de los dominicos
fue repartida entre los habitantes del cráter,
de los que ahora solo diecinueve conservan sus
terrenos. Los demás los han vendido paulatinamente,
y en la actualidad existen muchos propietarios
venidos de otras ciudades y hasta de otros países,
quienes viven allí o, como es el caso
de Rolando Vera, vienen a disfrutar de la tranquilidad
del lugar durante los fines de semana.
La mayoría de los jóvenes se han
ido a la ciudad, pero los más viejos
todavía se aferran a sus cultivos y a
sus animales. Las nuevas opciones que podría
dar la reserva se ven coartadas por la inoperancia
estatal y el esquema centralizador de los recursos
que, a excepción de Galápagos,
opera para las áreas naturales. Un ejemplo
de los problemas que presentan las decisiones
centralizadas es la que se adoptó para
establecer las tarifas de entrada a las reservas.
Se impuso un costo para extranjeros de US$10
a todas las áreas nacionales, sin tomar
en cuenta las peculiaridades de cada una. Lo
que en áreas más grandes en las
que los turistas pasan dos o tres días
significó un aumento en los ingresos,
en áreas como el Pululahua simplemente
significó que los turistas dejen de ir.
Ante esta realidad, la reserva por su lado rebajó
esa tarifa a la mitad. “Y es muy justo”,
dice don Segundo. “Los turistas no reciben
ningún servicio que justifique el pago,
a mí me da pena cobrar”. Además,
los pocos ingresos que la reserva tiene no son
reinvertidos en el sector. Como nos cuenta otro
gurdaparques, “los 20 a 30 dólares
por semana, a veces hasta 50, que se recaudan,
se los lleva el jefe de área al Ministerio
de Finanzas y de ahí quién sabe
a dónde se irán.
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el artículo completo en la edición
No 12
de ECUADOR TERRA
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