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no. 100
marzo abril 2016

 

 

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Carta del editor

Es nuestra edición cien. Nos embarga el entusiasmo –visto bien, irracional y vano– que producen los números redondos. Si algo significan, será por brindar un pretexto para el balance y la proyección. Hace diecisiete años buscábamos, por sobre todo, cerrar la brecha entre el Ecuador que vislumbrábamos en nuestros recorridos y el que reflejaba la mirada oficial. Había un país no reconocido –con frecuencia, de plano rechazado– en las grandes decisiones nacionales: el país de las diferencias culturales y la megadiversidad, el de la filigrana del artesano y el recodo arrobador, el de la erudición y pericia que vienen con el quehacer cotidiano, la observación morosa y la reiteración oral, cordón umbilical de los saberes vernáculos.

Al poco tiempo, el feriado bancario se nos vino encima. Pocas revistas que aparecieron en esa época –recuerdo tres sobre realidades marginadas o en gestación: Conectados, Fancine y la transgresora Mango– resistieron las turbulencias. Si nosotros lo hicimos fue por el fervor de los que empiezan y el prestamanos de los amigos. Prestaimprentas, en el caso del diario Hoy, cuya rotativa estampó las primeras ediciones, y de la Mariscal, que nos aguantaban hasta que consigamos anunciantes. También tuvimos el apoyo, que continúa, de gran parte de los fotógrafos de naturaleza que habían en ese momento.

El país ha cambiado desde entonces. Por un lado, el interés ambiental ha crecido enormemente. Nos damos por justificados si alguna responsabilidad nos toca en ello. Los doce millones de ecuatorianos pasamos a ser quince, con dos millones más dispersos por el mundo. Nuestra economía se multiplicó por cuatro, y junto con los beneficios que esto ha traído también creció el consumismo y sus males. Desde 1998, hemos perdido más de 20 mil kilómetros cuadrados de bosques naturales, el territorio de la provincia de Orellana.

La rapiña extractivista se ha profundizado y extendido a lugares que nos parecían sagrados y remotos, como la cordillera del Cóndor. Y es, otra vez, para pagar una crisis, que en nuestro país es otro nombre para el chuchaqui. La experiencia, sin embargo, confirma el lugar común: las crisis suelen sacarnos lo mejor: tesón, solidaridad, ingenio, ánimo de colaboración... Que nos imbuya ese espíritu para la siguiente centena.

Correo

* Este es un espacio de diálogo. Envía tus opiniones o noticias a ecuadorterraincognita@yahoo.com. Por espacio o claridad, las cartas pueden ser editadas.

 

Antonio Bueno, Quito
He leído su edición 67 y me ha servido mucho para hacer un documental sobre la vida marina. Muchas de sus revistas me han servido y están relacionadas con lo que estoy aprendiendo en el colegio. Me gustó mucho su última revista sobre el cambio climático.

 

Vamos por la 100

Juan Sebastián Martínez, Quito
Ecuador Terra Incognita
ha mostrado y defendido un país diverso y complejo. Para ello ha cuidado la estética en cada página. Tengo intensos recuerdos del tiempo en que ayudé a producirla, sobre todo las sensaciones a la hora de firmar las artes finales y separarme de ese cuerpo al que moldeamos durante semanas. El sonido de la imprenta indicaba que los aciertos o errores dejaban de estar en nuestras manos y que serían vistos por miles de lectores. Luego venía el placer de abrir un ejemplar, oler el papel y las tintas, mirar las fotos impresas; cruzar los dedos para no encontrar palabras sin tilde o alguna coma fuera de lugar. Hoy, como un lector más, disfruto, me informo y reflexiono con cada nueva edición.


Martín Bustamante, Quito
Me acuerdo del primer número: segunda mitad de los noventa. La portada mostraba una mano sosteniendo caimanes neonatos e invitaba a descubrir un Ecuador incógnito. Desde ese día estuve pendiente de la siguiente edición. Regreso con frecuencia a sus páginas por sus fotos maravillosas y sus textos prolijos. Río y me preocupo con caricaturas mordaces. Salivo en tradiciones culinarias. Aprendo y me comprometo con sus textos con propuestas políticas para entender de otra manera nuestra relación con el agua, la energía, el petróleo, la minería, la agricultura y la conservación. Lecturas que promovieron reflexiones, visitas y experiencias. Ahora celebro la revista en que se ha convertido –con varios premios y, sobre todo, excelentes contenidos. Como lector también crecí junto a ustedes. ¡Que vengan 100 ediciones más!

 

 

 

 


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