Esta
multiplicidad de ejemplos es la demostración
de nuestro ínfimo conocimiento de la
flora tropical. Madagascar posee 50 especies
del género Coffea que han probado ser
resistentes a enfermedades, una promesa para
Coffea arabiga, el café común.
Dos especies del género Solanum presentan
hojas cubiertas de una sustancia que atrapa
insectos predatorios, una promesa para Solanum
tuberosum, la papa común. Más
de 100 mil especies de plantas conocidas en
América del Sur, y al menos 10 mil más
por conocer, son una promesa para la humanidad.
La agricultura también puede beneficiarse
por la alta posibilidad de encontrar en las
selvas tropicales pesticidas naturales biodegradables,
y del conocimiento que de ellos tienen los indígenas
de estas zonas. Por ejemplo, a partir de Physostigma
venenosum, una planta africana utilizada por
los indígenas como veneno, se desarrollaron
los insecticidas de metil carbonato. El mercado
de las margaritas (Chrysanteum cinerariaefolium),
fuente de los extractos de los insecticidas
piretrum, es un negocio de millones de dólares.
Esta planta fue descubierta porque era utilizada
por los aborígenes africanos para el
control de pestes. El barbasco (Lonchocarpus
spp.), una liana que utilizan las tribus americanas
para pescar, es importado por los Estados Unidos
para la producción de Rotenone, un pesticida
biodegradable y no tóxico. Dos plantas
amazónicas con alto potencial insecticida
son el piquiá (Caryocar spp.), que inhibe
el crecimiento del hongo del que se alimentan
las hormigas cortadoras (Atta spp.) que producen
millones de dólares de pérdidas
a la agricultura sudamericana cada año,
y el guaraná (Paullinia cupana), cuyos
altísimos contenidos de cafeína
lo hace potencial controlador de larvas de mosquitos
y otros insectos.
Además, se sabe que la cantidad de sustancias
útiles por especie es mucho mayor en
los trópicos que en otras latitudes.
Esto, que es cierto para la agricultura, también
es válido para la medicina.
La Organización Mundial de la Salud estima
que alrededor del 80% de la humanidad utiliza
medicina tradicional, L2sada mayormente en plantas.
En Hong Kong y Japón, al principio de
la década de los ochenta, comercializaron
entre 150 y 190 millones de dólares en
hierbas al año.
Además, una cuarta parte de de los medicamentos
utilizados en Estados Unidos contiene o proviene
de un compuesto vegetal. Las relaciones más
conocidas tal vez sean la quinina con el árbol
de cinchona, o la tubocurarina, proveniente
de un ingrediente del curare, y que se utiliza
en todas las cirugías del estómago.
Pero pocos saben que la Emetina, usada contra
las amebas, proviene de una planta sudamericana,
o que la píldora anticonceptiva se deriva
de la diosgenina, de un tubérculo de
Centroamérica.
La
droga preferida para tratar la leucemia infantil,
vincristine (Oncovin), y vinblastine (Velban)
para el síndrome de Hodgkins, se derivan
de una planta de Malasia. En 1985 solo estos
dos compuestos le produjeron a su casa farmacéutica
100 mil dólares en ganancia.
Dos
compuestos que están actualmente bajo
investigación son el castanospermine,
un alcaloide de un árbol australiano
prometedor en la lucha contra el SIDA; y la
epibatidina, narcótico doscientas veces
más fuerte que la morfina, que al parecer
no produce adicción, encontradas en la
piel de Epipedobates tricolor, una ranita del
suroccidente ecuatoriano.
Las
ventas legales de drogas en los Estados Unidos
extraídas o derivadas de plantas superaron
los 15 mil millones de dólares al año,
mientras que en 1985 el mercado de estas sustancias
en los países desarrollados ascendió
a 43 mil millones. En la actualidad estos compuestos
son algo más de 120. Lo increíble
es que todos provienen tan solo de 90 especies
de plantas (recordemos: 500 mil especies en
el mundo; 25 mil en el Ecuador). Este ejemplo
debería hacernos valorar nuestra diversidad.
Las transnacionales farmacéuticas y químicas
ya lo han hecho.
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