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Por Andrés Vallejo
Foto Hyla Imágenes

Conservación ¿Gasto o inversión?
continuación (3/5)

Niño indígena colectando hongos comestibles.

Esta multiplicidad de ejemplos es la demostración de nuestro ínfimo conocimiento de la flora tropical. Madagascar posee 50 especies del género Coffea que han probado ser resistentes a enfermedades, una promesa para Coffea arabiga, el café común. Dos especies del género Solanum presentan hojas cubiertas de una sustancia que atrapa insectos predatorios, una promesa para Solanum tuberosum, la papa común. Más de 100 mil especies de plantas conocidas en América del Sur, y al menos 10 mil más por conocer, son una promesa para la humanidad.

La agricultura también puede beneficiarse por la alta posibilidad de encontrar en las selvas tropicales pesticidas naturales biodegradables, y del conocimiento que de ellos tienen los indígenas de estas zonas. Por ejemplo, a partir de Physostigma venenosum, una planta africana utilizada por los indígenas como veneno, se desarrollaron los insecticidas de metil carbonato. El mercado de las margaritas (Chrysanteum cinerariaefolium), fuente de los extractos de los insecticidas piretrum, es un negocio de millones de dólares. Esta planta fue descubierta porque era utilizada por los aborígenes africanos para el control de pestes. El barbasco (Lonchocarpus spp.), una liana que utilizan las tribus americanas para pescar, es importado por los Estados Unidos para la producción de Rotenone, un pesticida biodegradable y no tóxico. Dos plantas amazónicas con alto potencial insecticida son el piquiá (Caryocar spp.), que inhibe el crecimiento del hongo del que se alimentan las hormigas cortadoras (Atta spp.) que producen millones de dólares de pérdidas a la agricultura sudamericana cada año, y el guaraná (Paullinia cupana), cuyos altísimos contenidos de cafeína lo hace potencial controlador de larvas de mosquitos y otros insectos.

Además, se sabe que la cantidad de sustancias útiles por especie es mucho mayor en los trópicos que en otras latitudes. Esto, que es cierto para la agricultura, también es válido para la medicina.

La Organización Mundial de la Salud estima que alrededor del 80% de la humanidad utiliza medicina tradicional, L2sada mayormente en plantas. En Hong Kong y Japón, al principio de la década de los ochenta, comercializaron entre 150 y 190 millones de dólares en hierbas al año.

Además, una cuarta parte de de los medicamentos utilizados en Estados Unidos contiene o proviene de un compuesto vegetal. Las relaciones más conocidas tal vez sean la quinina con el árbol de cinchona, o la tubocurarina, proveniente de un ingrediente del curare, y que se utiliza en todas las cirugías del estómago. Pero pocos saben que la Emetina, usada contra las amebas, proviene de una planta sudamericana, o que la píldora anticonceptiva se deriva de la diosgenina, de un tubérculo de Centroamérica.

La droga preferida para tratar la leucemia infantil, vincristine (Oncovin), y vinblastine (Velban) para el síndrome de Hodgkins, se derivan de una planta de Malasia. En 1985 solo estos dos compuestos le produjeron a su casa farmacéutica 100 mil dólares en ganancia.

Dos compuestos que están actualmente bajo investigación son el castanospermine, un alcaloide de un árbol australiano prometedor en la lucha contra el SIDA; y la epibatidina, narcótico doscientas veces más fuerte que la morfina, que al parecer no produce adicción, encontradas en la piel de Epipedobates tricolor, una ranita del suroccidente ecuatoriano.

Las ventas legales de drogas en los Estados Unidos extraídas o derivadas de plantas superaron los 15 mil millones de dólares al año, mientras que en 1985 el mercado de estas sustancias en los países desarrollados ascendió a 43 mil millones. En la actualidad estos compuestos son algo más de 120. Lo increíble es que todos provienen tan solo de 90 especies de plantas (recordemos: 500 mil especies en el mundo; 25 mil en el Ecuador). Este ejemplo debería hacernos valorar nuestra diversidad. Las transnacionales farmacéuticas y químicas ya lo han hecho.

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