He
explorado y escalado montañas desde que
tengo 13 años, cuando mi padre me animó
a ingresar en la agrupación excursionista
“Nuevos Horizontes”. Hoy es una
actividad que se ha convertido en parte de mi
vida. He coronado casi todas las montañas
del Ecuador y algunas de Europa. De ellas guardo
gratas experiencias y anécdotas, pero
también una que otra historia amarga.
El Cerro de Collanes
Cada año nuestra organización
planifica una serie de ascensiones y excursiones
a diferentes montañas del país.
En 1996, uno de nuestros principales objetivos
era conquistar el pico más alto del volcán
Altar, conocido como el Obispo, una cumbre que
se eleva a 5.315 metros sobre el nivel del mar.
El majestuoso Altar es un volcán apagado
de 3 kilómetros de diámetro, ubicado
al este de Riobamba, en la Cordillera Central.
Los indígenas lo llamaban Cerro de Collanes,
de la palabra aymara collana, que significa
“magnífico” o “sublime”.
Humboldt sostenía que el nombre correcto
es Cápac Urcu que en quichua significa
“cerro grandioso”. Pero fueron los
conquistadores españoles quienes le dieron
el nombre definitivo, debido a la forma de herradura
de su singular cráter, que se abre hacia
el occidente. En tiempos remotos debió
tratarse de una impresionante montaña
de alrededor de 8 mil metros; hoy, pese a las
erupciones y a la erosión del suelo que
le han arrancado la mitad de su cuerpo, continúa
siendo una montaña imponente.
Sobre su cima se levantan nueve picos principales,
todos ellos bautizados con nombres religiosos:
el Canónigo, Fraile Grande, Fraile Central,
Fraile Oriental, Fraile Beato, el Tabernáculo,
con los picos norte, central y sur; la Monja
Chica, la Monja Grande y el Obispo.
El Obispo fue coronado por primera vez el 7
de julio de 1963 por Ferdinando Gaspard. Marino
Tremonti y Claudio Zardini, integrantes del
club alpino italiano. Seis meses después
lo hicieron los primeros ecuatorianos: Rómulo
Pazmiño, Luis Salazar y Marco Cruz. Conquistar
esta difícil montaña es probablemente
uno de los retos más grandes para cualquier
andinistas, pues por su forma y características
se requiere de mucha técnica.
Nuestra ascensión tuvo lugar a finales
del mes de diciembre de 1996, cuando la influencia
del clima de la Amazonía favorece los
vientos y la temperatura ambiental de la cordillera.
Antecedentes de una aventura que se
convirtió en tragedia
El grupo estaba formado por seis integrantes:
Francisco Rojas, el único que había
conocido con anterioridad la montaña;
Nelson Solano, un joven andinista capaz y de
energía excepcional; Jens Schondroft,
alemán socio del club hace más
de un año; Erick del Pino, Jacobo Larrea,
organizador de la expedición y Carlos
Chuquirima, escalador con gran sentido del equilibrio
pese a tener una prótesis en su brazo
derecho.
Nuestro viaje desde Quito hacia el Altar se
realizó sin contratiempos. Una vez en
la vía a Baños, tomamos un desvío
que conduce a la población de Cubijíes,
pueblo serrano y apacible. Cruzamos el río
Chambo y lleqamos a Quimiag, donde termina el
asfalto, para continuar por un camino de tercer
orden, sinuoso, el cual poco a poco y bordeando
abismos se adentra en la montaña. Pasamos
Puelazo, caserío de la antigua hacienda
del lugar, donde encontramos a otro grupo de
21 andinistas, pertenecientes al Club Sadday
y al grupo de andinismo de Cayambe, también
pretendían llegar al Altar. Los saludas
fueron breves.
Dejamos el jeep en un lugar llamado La Herradura,
donde conseguimos que el capataz de la hacienda,
Luis, nos alquilara mulas para llevar nuestros
equipos hasta el “campamento italiano”,
sitio donde acamparon los primeros andinistas
que alcanzaron la cima de esta montaña.
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