Fue muy común en las ciudades centroandinas. Cuando los niños cogían williwillis para su clase de ciencias, solían ser de esta rana, pues se los encontraba en charcos y acequias de parques y arrabales. Su característico croar se escuchaba en las noches de lluvia en los jardines; todavía pasa en algunos lugares como el Itchimbía quiteño.
Es de vistoso color verde con marcas café en el dorso. La hembra llega a medir siete centímetros, siendo más grande que el macho. El aspecto más peculiar de su biología es la reproducción. Luego de que el macho atrae con su canto a la hembra, la abraza, haciéndole expulsar los huevos por la cloaca. El macho los va fertilizando y los introduce con sus patas en un bolsillo de piel en la espalda de la hembra. De ahí el nombre “marsupial”. En cuatro meses, de los huevos emergen williwillis que son depositados en algún charco. Tres meses dura la metamorfosis tras la cual los flamantes sapos salen del agua.
A pesar de que toleran ambientes degradados, la modificación radical de su hábitat –contaminación, desecación, pavimentación– está causando la alarmante declinación de sus poblaciones.