Es más bien robusta, y su pico es más grueso y sus patas más fuertes que en la mayoría de tangaras, pero la delata su colorido. Aunque un amortiguado verde oliva domina su torso, el azul intenso de su cabeza y el brillante pecho amarillo no dejan duda de que se trata de uno de esos arlequines emplumados. El macho y la hembra son muy parecidos, pero en los juveniles el amarillo del pecho es más tenue. El plumaje verdoso que justifica su nombre también le permite confundirse con el musgo que cubre sus bosques y con el que las hembras construyen sus nidos. También se caracteriza por ocupar los estratos medios y altos del bosque; a veces permanece por largos períodos perchada en el dosel. Se la puede ver buscando las frutas e insectos de los que se alimenta, ya sea solitaria, en parejas o pequeñas bandadas, o junto a pájaros de otras especies.