N° 31 Septiembre - octubre de 2004
SECCIONES

inicio
archivo
suscripción
quiénes somos
índice
segmentos fijos


ÚLTIMO NÚMERO

contenido



CLUB DE
SUSCRIPTORES


suscripción
museos socios
tarjeta del club

CONTACTO

 

 

 



Por Eduardo Almeida
Foto Eduardo Almeida

Tambo de El Callo


A lo largo y ancho de la región interandina del Ecuador es frecuente encontrar la palabra quichua tambo, para identificar accidentes geográficos o poblados. La dispersión del término se debe a la influencia del incario en los pueblos de la Sierra, durante el proceso de expansión del Tahuantinsuyo en los Andes Septentrionales a finales del siglo XV.

De acuerdo al Diccionario Quichua-Español de Luis Cordero, tambu es una “posada, hostería; alojamiento en los campos para descanso y comodidad de los viajeros” (1989: 113). En efecto, los tambos se construyeron en la ruta del Camino del Inca, cuyo sistema estaba conformado por dos vías troncales que se desplazaban por los Andes y por la Costa, uniendo los más importantes centros administrativos y productivos del Estado. Cuando el Inca, su corte y familia se movilizaban del Cusco, pernoctaba y recibía las atenciones de su rango en edificaciones conocidas como “tambos reales”. Considerando la capacidad de caminar de una persona (y también de los animales de carga como la llama), los tambos se ubicaban generalmente cada 25 o 30 km, que es la distancia que puede ser cubierta en una jornada.

Estos lugares, en cuanto testimonio arqueológico, prácticamente han desaparecido, con excepción de algunos, que gracias a su tamaño y sólida construcción han perdurado hasta hoy. Entre ellos, se encuentra el Tambo de El Callo, ubicado a 67 km al sur de Quito, en las frías planicies del Parque Nacional Cotopaxi. Este edificio, de estilo inca imperial, conserva dos habitaciones integradas a la casa de la hacienda San Agustín.

Las cámaras o habitaciones tienen una planta rectangular, poseen una puerta de forma trapezoide y, en la parte interna, falsas ventanas del mismo estilo. Este elemento constructivo, igual que en otros sitios incas de los Andes, servía para colocar objetos sagrados. De ahí que el Tambo de El Callo, a más de haber satisfecho su funcionalidad habitacional, debió ser un templo; por eso fue construido en aquel sitio: las faldas del imponente volcán Cotopaxi.

Alejandro Humboldt, a su paso por este lugar en 1802, identificó ocho habitaciones, de las cuales solo tres se hallaban en buen estado. Los muros tenían cinco metros de altura y un metro de ancho. Las piedras fueron talladas en forma de almohadilla y el material de unión no es visible al exterior. La cubierta debió descansar en un armazón de madera que soportaba las anchas paredes.

Este sitio arqueológico no es el único en el área del Parque Nacional Cotopaxi. En efecto, cerca de la laguna de Limpiopungo se encuentra el pucará El Salitre, y antes, en el borde del carretero, una amplia estructura cuadrangular conocida como El Ingapirca. La presencia de estos vestigios y la belleza escénica del volcán activo más alto del mundo confieren una singular apariencia al paisaje.




inicio
- archivo - suscripción

índice ñucanchig ñaupapacha