Uno de los elementos arqueológicos
de mayor dispersión en la geografía
ecuatoriana son los montículos artificiales
de tierra y cangagua conocidos con el nombre
de tolas. Estas construcciones han sido registradas
por los arqueólogos en la Amazonía,
en la Sierra y en la Costa.
Los montículos pertenecen a diferentes
épocas y filiaciones culturales, siendo
los más antiguos aquellos descubiertos
en la aldea valdiviana de Real Alto, cuya
cronología estimada es de 3 000 años
a.C.
Los resultados de las investigaciones los
identifican como montículos de uso
ceremonial, y muy probablemente es la función
más recurrente a lo largo de la historia
aborigen prehispánica. Esta tradición
cultural milenaria constituye un ejemplo de
arquitectura sencilla, que evidencia la práctica
de formas de organización social con
diferentes grados de evolución.
Inicialmente, las sociedades tribales de la
época formativa construyeron montículos
en medio de una plaza, como espacios de práctica
de ritos a la tierra y a los antepasados.
Más tarde, los pueblos de la costa,
a partir del año 300 a.C., edificaron
centenares de tolas y plataformas elevadas,
destinándolas a usos funerarios y como
cimiento para viviendas, en aquellas áreas
sujetas a inundaciones periódicas o
afectadas por la superficialidad de las aguas
freáticas, como es el caso del asentamiento
de la isla de la Tolita en la provincia de
Esmeraldas.
La mayor distribución de este rasgo
cultural se produce en la última época
de las sociedades aborígenes, a partir
del 800 d.C., cuando los pueblos se hallaban
organizados en señoríos y gobernados
por personajes de prestigio étnico
o caciques.
En esta etapa de la conformación social
andina, la construcción de plataformas
truncadas de tierra y cangagua, así
como los montículos circulares, lograron
mucha aceptación entre las sociedades
indígenas. Suponemos que fue así
porque se las ha encontrado en amplias zonas
de la serranía.
Un buen ejemplo son las tolas halladas en
el territorio de la cultura Caranqui (foto,
hacienda Zuleta), cuyos límites geográficos
se extendían desde el valle del Chota,
por el norte, hasta Guayllabamba, por el sur,
incluyendo la ceja de montaña occidental
habitada por el pueblo Yumbo.
Los montículos más conocidos
en la Amazonia son aquellos estudiados hace
varios años por Pedro Porras en el
sitio Huapula o Sangay, en la provincia de
Morona Santiago. Varios complejos con esta
clase de testimonio han sido hallados en las
riberas del río Upano, algunos de ellos
agrupados en sugerentes geoglifos, dispuestos
en medio de un espacio que, visto desde el
aire, tiene la apariencia de un campo urbanizado.
Otros asentamientos con tolas se hallan en
la hacienda Zulia, en las cercanías
de Shell (provincia de Pastaza), además
de cientos de pequeños montículos
en la Amazonía aún no estudiados.
Este testimonio arqueológico demuestra
que las sociedades indígenas, en tiempos
pretéritos, al margen de las condiciones
ambientales y geográficas, establecieron
una forma generalizada de vincular sus costumbres
y tradiciones con el paisaje.
Esto, demandó un alto nivel de organización
a sus constructores a la hora de materializar
las creencias religiosas en espacios elevados.
Las tolas constituyen, sin duda alguna, un
patrimonio arqueológico simbólico
de la identidad cultural del Ecuador contemporáneo.
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